LA NAVIDAD, NO ES UN CUENTO DE HADAS
LA NAVIDAD, NO ES UN CUENTO DE HADAS
Ernesto Hernández
Norzagaray
Unos momentos antes de empezar a
escribir este texto escuche una expresión sobre el significado sustantivo de lo
que debería ser la Navidad. Decía esa persona que es el momento en que “los
seres humanos deben abrir sus corazones y sacar lo mejor de ellos”.
No hay que dar muchas vueltas a
este sustantivo sino es para recordar que en estos días se arrean las banderas
de la discordia, los rencores, las admoniciones políticas y hasta atentados. No
son tiempos para treguas y menos para el dialogo, el entendimiento, la
reconsideración, el perdón, la fraternidad.
Y es que el deber ser de ese
sustantivo, resulta todo un desafío, en un país donde todo el año hemos visto
como se atiza el fuego de la discordia, las amenazas, el desencuentro, el odio,
los rencores.
Y este no es cualquier
desencuentro sino aquel, que se queda en la psique colectiva, para que desde el
poder se le transforme en bandos irreconciliables. O, acaso, ¿no es lo que
vemos en las conferencias de prensa mañaneras del presidente? ¿O, no es, en lo
que subyace en esa narrativa dicotómica, binaria, de buenos y malos de
liberales y conservadores?
Entonces, la Navidad, más allá de
la parafernalia luminosa del mercado, con sus árboles de luces centellantes,
las coronas de adviento, los bastones de caramelos, los listones colgados en
las puertas, los calcetines rojos colgados de una percha y los infaltables belenes
están los hombres de carne y hueso, dispuestos a colgarle sus propias miserias
provenientes de un fogón en el que se atiza intensamente.
Y es cuando, la Navidad puede
transformarse de un lugar de encuentro en otro marcado por el desencuentro
porque la polarización, está demostrada, que rompe familias, amistades,
colectivos de vecinos. Destruye la buena comunicación para dar paso al
diferendo irreconciliable. Y todo por la disputa de una verdad absoluta.
O, peor, por el rechazo o la
defensa de un líder o un mito. Aquel que a diario echa gasolina al fuego. Que
anima a sus seguidores hacer lo propio en el ámbito de influencia porque están
convencidos de que solo así podrá hacerse transformación que México necesita.
Rompiendo madres, cómo antes nos dicen, lo hicieron otros mexicanos, en la
Reforma, la Revolución y el Cardenismo.
Y no hay engaño, cuando AMLO sale
y les dicta en Palacio Nacional a los senadores y diputados morenistas: “que cuando se tiene que optar entre
la eficacia política y los principios, no hay que titubear: del lado de los
principios”, y sucede “lo mismo cuando se habla de derecho y justicia, no hay
que titubear: justicia”.
Que en clave democrática significa que se impone la
subjetividad sobre la ley porque quien podrá decidir sobre lo que son los
principios y la justicia, cuando los principios son flexibles, como lo dijo
alguna vez el comediante Groucho Marx sospechoso de comunista: “Damas y
caballeros, estos son mis principios. Si no les gustan, tengo otros”, y
respecto de la justicia me quedó con la definición de Santiago Rusiñol, el
pintor y escritor catalán, quien alguna vez afirmó: “Cuando un hombre pide
justicia es que quiere que le den la razón”. Y, vaya, la atmosfera en Palacio
Nacional no era precisamente para aguafiestas y contradecir, además, no había
espacio para la discrepancia frente al monologo presidencial. Así que todos
estuvieron cumpliendo la máxima de “calladito te ves más bonito o bonita”.
No sé cómo, ni cuándo, saldremos de este ambiente de
polarización. Lo único seguro es que cuando suceda no saldremos bien librados.
Sus efectos se respiran en la atmosfera y tiene sus incentivos cuando “están”
al servicio del proyecto, el movimiento, el líder y el mito. Un proyecto transformador que es más
narrativa nostálgica que efectividad; un movimiento que actúa de vez en cuando
y a convocatoria del presidente; un líder indiscutible de esa masa susceptible
a la retórica y un mito construido a golpe de escándalos que se les resbalan al
poder.
En definitiva, esta Navidad, marcada por la polarización y las
malas noticias, reclamaran de toda la empatía para hacer de ella un punto de
encuentro en la diferencia pues solo así podremos abrazarnos por encima del
malestar y la incertidumbre colectiva.
¡Qué así sea!
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