LA SOLEDAD
LA SOLEDAD
Ernesto Hernández
Norzagaray
Se siente feo que un amigo entrañable
y reconocido socialmente llegue a la ciudad de tu residencia y no te avise para
concertar una cita, un encuentro para refrendar la amistad.
Y peor que te enteres por la
prensa que estará en tu ciudad y pasan los días y horas sin la llamada esperada
menos la visita espontánea.
Entonces, en un acto entre
molesto y recordatorio de aquella amistad, te acercas adonde la prensa ha dicho
que se hospedara y, a la primera hora de la mañana, el desdeñado se sitúa en la
recepción del hotel para aparecerte cuando pasé por ahí y decirle: mira, si no
me llamaste, fiel a aquella amistad, estoy aquí para saludarte.
El visitante desconcertado por el
abordaje saluda con la rapidez y la frialdad de una cerveza bávara y se excusa diciéndole:
“tengo prisa, luego te llamó” para encaminarse hacia la salida donde otras
personas lo estaban esperando.
El otro se queda de una pieza y
mira estoico, como el amigo se va perdiendo entre el gentío, literalmente, entre
la prisa y el olvido.
Entonces, un cúmulo de
interrogantes vienen a su mente sin obtener una respuesta con la misma rapidez y
decide irse con ellas para esperar la llamada prometida y las respuestas de
viva voz.
Pasan las horas y no llega el timbrazo
celular y luego te enteras de que el amigo ha partido para de nuevo plantearte
las preguntas concebidas: ¿Qué pasó? ¿Por qué esa frialdad? ¿Esa mentira del
luego te llamó? ¿dónde se perdió aquella amistad?... Para pasar de las
interrogantes que le duelen a una mentada de madre.
Ahora, imagine, estas escenas en
un político de los que “picó piedra”, que le metió dinero cuando el partido no
tenía ni en que caerse muerto y había que apoquinar para los insumos de las
campañas electorales testimoniales.
Que esa voluntad de sacrificio
era compensada con la salutación y el reconocimiento del líder que reconocía a
quienes habían picado piedra junto con él, que nunca lo habían dejado solo y habían
provocado que el partido fuera lo que hoy es y el líder ha alcanzado la
presidencia de la República, se ha transformado de un paria político en el
hombre más poderoso del país y teóricamente con él, sus viejos amigos, los pica
piedras.
Y aquel los recuerda con
agradecimiento y desde la posición de líder moral del partido y Palacio
Nacional, los anima a seguir en la política y asumir cargos de representación,
hacer carrera y escalar a la par en los cargos públicos desde la alcaldía al
gobierno del estado, del gobierno del estado al poder legislativo y de ahí, a los
altos cargos de la administración pública federal (soñar no empobrece), sin
embargo, aquel afecto, se empieza a desvanecer sea por las ocupaciones del
presidente, las intrigas de los entretelones del poder o los errores y corruptelas
propias que llegaron a los oídos del ocupante principal de Palacio Nacional o
la oreja del poder, el Palacio de Covián en la calle Bucareli de la Ciudad de
México.
El presidente visita frecuentemente
donde gobierna el pica piedra, el amigo, el leal, pero manifiesta un cambio y
de las llamadas, los abrazos, las cuitas, los raites y los recuerdos, empieza la
difuminación tan frecuente en la política por aquello de que se le ve como algo
que estorba o lastima el proyecto político.
Entonces, del abrazo estruendoso,
pasa al saludo gélido, rápido, fugaz, como el que se da a cualquier otro ciudadano.
Peor, el presidente va a actos oficiales en la ciudad, y no le brinda la cortesía
institucional de estar presente.
Y ahí, está también, el político
local con las preguntas que se hacía aquel amigo, por el amigo, que ahora ya no
le brinda la llamada esperada y la cortesía se ha vuelto fugaz, protocolaria,
forzada y en alguna forma infame.
Eso en un político es la muerte, es
caer en un precipicio sin paracaídas, ni asideros, donde los que pudieran ayudar
dan un paso atrás con una sonrisa socarrona y sus agraviados están de plácemes,
sonríen, ayudan para que no vuelva a resurgir, intentan revivir políticamente y
disfrutan ver su caída libre hasta ese fondo oscuro de la desconsideración y
abandono.
Entonces, a ese político le
invade el temor, siente en sus entrañas el dolor de la incertidumbre, la
fragilidad de ese cuerpo otrora fuerte, de esa mirada que mandaba, la voz que
era temida y aparece el miedo y con él la sonrisa burlesca de esa pléyade de lambiscones
que lo acompañaban a todos lados y estaban a la orden para cumplirle cualquier
capricho.
Le gana la desesperación cuando llega
a su ciudad el embajador de Estados Unidos y va de largo sin brindarle una cortesía,
se reúne en su ciudad con el gobernador, con un senador y otros personajes de
la vida pública, mientras él masculla ira, odio, contra los que, para él, lo
han puesto en esa tesitura.
Se repliega en Palacio de
gobierno con su primer círculo y analiza desesperado la situación, buscando
respuestas y perfilan estrategias ante varios escenarios adversos, todos ellos
catastróficos, por la pérdida del apoyo de su líder que lo hace una pieza
apetitosa en la jauría política.
Aparecen las filtraciones en
prensa de los adelantos de los quebrantos de una Auditoria Superior del Estado
y las revelaciones de la Superior de la Federación, todas ellas adversas, y
solo logra responder guturalmente que se le están violando sus derechos, el
debido proceso, y la prensa, que ha sido vilipendiada desde el púlpito de la
alcaldía se la cobra dedicando grandes espacios a los “errores” cometidos y aquello
se vuelve un escandalo en el sentido de lo definido por el politólogo norteamericano
John B. Thompson, con el subsecuente debilitamiento de la imagen que busca
endulzar mediante reconocimientos ad hoc como uno de los mejores alcaldes del
país.
Pero, la mecánica sigue su curso,
no hay día, que no salga algo nuevo y se empieza hablar en los medios de que en
cualquier momento puede renunciar al cargo, no “pasa de esta semana” dice uno
de ellos, esta “frito” agrega otro, está buscando una salida negociada para que
no lo vayan a entambar dice un analista de café, y el líder del Congreso, que
unas semanas antes decía que este poder no actuaba de oficio y reclamaba las
denuncias correspondientes hoy dice alineado: “Los diputados de Morena no somos
tapadera de nadie…”
En definitiva, no hay nada que
duela más en política que la pérdida de un amigo, un apoyo, el desdén y el
desprecio y la soledad de Palacio.
Al tiempo.
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