TERRORISMO2
TERRORISMO
Ernesto Hernández
Norzagaray
Una mañana del invierno de 1992
caminaba sobre la calle madrileña de Bailen para llevar a mis hijos al colegio Vázquez
de Mella. Aparentemente sería un día como cualquier otro. La gente pasaba indiferente
y ligera rumbo a sus trabajos o citas ataviados de ropa gruesa transpirando volutas
de vapor. El frío atacaba y animaba a apretar el paso. Los niños iban titiritando
y cuando estamos por llegar al acceso principal del colegio sentimos el efecto
de un estruendo e inmediatamente el lamento de una sirena, el sonido de
cristales rotos, gritos y calle abajo el movimiento de personal militar.
Luego de entregar a los niños me
acerque al lugar para ver lo que había pasado. Estaba en la parte alta y abajo había
una imagen dantesca de trozos de metal regados por el suelo, cristales rotos y
trozos de carne humeante de las personas que habían sido objetivo del atentado.
Cuando llegué al departamento que habitábamos en el centro de Madrid encendí la
televisión y los noticieros daban cuenta de los hechos.
La organización separatista ETA
reivindicaba el ataque contra este cuerpo militar aledaño a la iglesia de la virgen
de la Almudena y el espectacular Palacio Real. Y el vocero de la autoridad no titubeaba
de calificar el hecho trágico como un acto terrorista. Tan habituados estaban
los españoles a los ataques de ETA que de inmediato en todos edificios públicos
salía la gente y se instalaba en silencio en los accesos donde permanecían diez,
quince minutos como un acto de protesta contra la violencia terrorista.
Comentó esto porque en México
todavía cuesta trabajo llamar a las cosas por su nombre y actuar en
consecuencia. La sucesión concertada de hechos violentos que se vivió la semana
pasada en varias ciudades mexicanas dejó muertos, vehículos quemados, negocios
en llamas y una atmosfera inquietante de miedo.
López Obrador en lugar de salir a
reconocer la gravedad de los hechos y calificar de terrorismo lo sucedido le
dio la vuelta y prefirió descalificar a los medios de comunicación nacional que
daban cuenta de los hechos secuenciales y dijo que exageraban al exponer las imágenes
brutales de los atentados. Peor, buscó a los culpables no entre los cárteles
que operan en los estados que fueron escenario de estas versiones renovadas del
mítico “culiacanazo” sino en la oposición política que según el presidente
López Obrador “está buscando sacar raja” de estos actos a todas luces de narcoterrorismo.
Algo no está bien en el relato
del presidente cuándo no parece decidido ni siquiera a llamar las cosas por su
nombre. Y si no se les llama a las cosas por su nombre implícitamente se le
minimiza. Y si se le minimiza no se actúa con toda la fuerza del Estado. Se le
ve como un acto más, rutinario, de ese balance que diariamente vemos en el
programa nocturno de Azucena a las 10.
O, ¿cuántas ciudades tendrán que
vivir lo que sufrieron en Guadalajara, Guanajuato, Ciudad Juárez, Tijuana,
Mexicali para que se considere finalmente un acto terrorista? o, ¿cuántas
personas más deben morir para que el gobierno caracterice como terrorista a la
o las organizaciones criminales que estuvieron detrás de estos actos? en definitiva,
¿Cuánto miedo más será necesario para que el gobierno termine por reconocer que
es mucho y haya que empezar con acciones la cuenta regresiva que lleve a
regresar la seguridad en nuestras ciudades?
Creo, que no va a suceder, porque
así cómo el presidente afirma que la guerra contra las drogas está perdida,
asume, en los hechos, que está rendido ante un crimen organizado cada día más
resuelto a hacer ostentación de dominio donde guste y quiera ante la parálisis de
las fuerzas de seguridad del Estado.
Y es que mire estimado lector:
todas estas manifestaciones de los grupos criminales ocurrieron porque dejaron
que ocurrieran. Las fuerzas de seguridad en el momento brillaron por su
ausencia. Y si bien ha habido detenciones -unas de ellas por cierto en Guanajuato,
Culiacán y Tijuana- ocurrieron después de los hechos y son mínimas frente a la
gran cantidad de personas que se vieron involucradas y que se encuentran
seguramente no muy lejos de donde sucedieron los hechos de violencia.
Al gobierno le tiembla la mano
para hacer el diagnóstico preciso y reconocer que hay terrorismo en México. Que
es un delito grave en nuestras leyes penales. Pero tendría que pasar primero
por reconocer la existencia de un verdadero Estado de Derecho y que los
ciudadanos afectados son sujetos de esos derechos. Pero no, nuestro presidente,
corre para tercera y está determinado a no cambiar la política de seguridad
pública porque “vamos bien, está funcionando” y eso, alienta a continuar
haciendo lo mismo.
El crimen organizado le tiene
bien tomada la medida al presidente y saben que pueden hacerlo con costos
mínimos. Porque si hay terror hay terroristas con nombre y apellido. Como
sucedía con los etarras que horas después de una acción en nombre de que revolución
se sabía por los servicios de inteligencia que comando había sido el culpable
y, así, aparecían en la televisión los rostros de los terroristas a los que se
les buscaba para sentarlos frente a un juez para que rindieran declaración.
Pero, es España, no México, aquí vale más ser sicario que un ciudadano que paga
sus impuestos. Y luego se molestan cuando se les señala por complicidad con el
crimen.
Afortunadamente, lo que no hace
el gobierno federal, la fiscalía del estado de Guanajuato que detuvo a dieciséis
personas involucradas ha dado un paso adelante e iniciado proceso contra ocho
de ellos acusándolos precisamente de terroristas lo que significa que al menos
un gobierno local gobernado por panistas ha decidido poner los puntos sobre las
íes. Ya veremos lo que suceda en los otros estados gobernados por MC, PAN y
Morena.
Una última reflexión, el gobierno
español, independientemente del partido en el gobierno, tiene una política de
Estado en materia de seguridad y terrorismo, y no se cambia al capricho de un gobernante,
eso finalmente fue lo que derrotó a ETA que hace unos años decidió renunciar a
las armas y buscar la vía política para lograr sus propósitos en el País Vasco y
eso, ha sido un triunfo de su democracia. Ahora, la gente, transita libremente,
por todos lados sin el temor de que lo alcancen las esquirlas de un coche bomba
o, peor, la muerte. Eso es lo que está en juego cuando no se llama a las cosas
por su nombre y no se actúa en consecuencia.
Comentarios
Publicar un comentario