Chispas de un mismo fuego de Aleyda Rojo
Chispas de un mismo fuego de Aleyda Rojo
Ernesto Hernández Norzagaray
Porque somos chispas de un mismo fuego/y un mismo soplo nos
lanzó/sobre las ondas tenebrosas/de una extraña creación, donde los hombres/se
acaban como un fósforo al trepar/los fatigosos años de su vida.
Este fragmento del poema de Luis Cernuda sirve para el título
del libro de Aleyda y nos remite a lo circunstancial de la vida y la fugacidad que
lleva irremediablemente a la muerte. Tiempo, espacio y muerte es la triada
perfecta para el andamiaje de estos cuentos que tiene personajes de carne y
hueso que sufren y ríen, que viven el apego y el desapego, el vacío y la
soledad, lo individual y lo colectivo.
Frecuentemente se dice en el mundo de la literatura que en
ella siempre son los mismos temas con distinta envoltura: la vida y la muerte,
el bien y el mal, el amor y el odio, el sufrimiento y la culpa...
Y algo de cierto hay en ello, la muerte es la sombra que
siempre nos acompaña y en el momento más inesperado esa sombra nos da la
mordida mortal mientras la vida siempre será un desafío para todos, entendida esta
como el aprendizaje cotidiano, para saber dar sentido a las cosas rutinarias y que
nos distinguen de las otras especies de la naturaleza.
Sabemos que el ser humano es mejor que esas otras especies
por su capacidad de razonar y tomar en función de ello las mejores o peores decisiones,
incluso, capaz de crear obras inmortales en los distintos campos del
conocimiento e innovar lo existente para una vida mejor.
Sin embargo, dentro de esa visión optimista de la vida, no todos,
ni todo, es ordenado como tampoco nos comportamos igual en el momento de
afrontar los desafíos de la vida sobre todo en un medio al le queda chica la
expresión de la “ley de la selva”.
Justamente, en este vértice se inscribe este revelador libro Chispas
de un mismo fuego, en el, los personajes de estos trece cuentos “para
adultos”, bien lo alerta la autora son poco edificantes, poco dignos de
admiración, o quizá sí, porque se parecen mucho al común de la gente, y siempre
será revelador.
Me tomó la licencia como presentador novicio en literatura,
aquellos personajes que son signo de realización que tienen una familia
funcional, un buen trabajo, una buena escuela, una pareja feliz heterosexual,
joven y exitosa, sexualmente satisfecha, en fin, el alter ego de cualquiera de
nosotros pero hay otros que son personajes menos realizados, como muchos de
nosotros, que batallan todos los días contra todo, la economía, la política y
los políticos, pero sobre todo con esa soledad que llevamos untada a la piel y
que lidiamos con ella buscando neutralizarla con haciendo ejercicio, el trago,
el sexo sin amor y el enemigo que tenemos en casa.
Se trata de personas que están solas con sus recuerdos; con
sus miedos; con sus inseguridades; con sus tristezas; sus insatisfacciones; sus
aspiraciones que nunca se logran; y que les cambia el sentido del tiempo y el
espacio; el amor, la familia, amigos, compañeros de trabajo.
Pero, antes de pasar a comentar algunos pasajes de este libro
de cuentos, e historias grandes por sustantivas, quisiera hacer una reflexión
sobre la soledad en la literatura y porque no mejor desde escritores clásicos
que han dejado su impronta sobre este tema fundamental de la condición humana.
León Tolstoi, un hombre
que sufrió esta enfermedad, ya que se le murieron la madre y el padre durante
la infancia, y quien tiempo después de la muerte de su esposa decide abandonar
a sus trece hijos para morir en soledad, ha sido uno de los autores que mejor
expuso el sentimiento de soledad en la obra “La muerte de Iván Ilich” y llega a
la conclusión de que vivir así era lo mismo que estar muerto en vida, una vida
en la que adormecía sentimientos auténticos hasta atrofiarlos, y que el único momento
vital de su existencia, es precisamente el de su muerte.
Y es ahí donde radica el
gran valor de esta pequeña y sustantiva obra de Aleyda. La soledad o mejor los
solos de Aleyda Rojo son seres humanos ubicuos como el cuento el Anónimo,
el ropavejero, que incuba en su soledad un amor platónico por la joven Jazmín de
quien cuida sus pasos a lo lejos. Cultiva el día que habrá de separarla de su
madre que la cuida como sus ojos. Que le desea una vida más holgada y feliz. Lejos
del mundo en que hasta ese momento se ha desarrollado.
Hasta que un día el
ropavejero decide dar el paso desapareciendo a la madre de un pinchazo que deja
gotas de sangre que chupa para rehidratarse. Ya sin ella la larga paciencia
cultivada provoca que se haga visible el alter ego que ha estado ahí detrás de
ese ropaje astroso.
El que frente al espejo
dice: “Sonrío. Soy tenaz, disciplinado. Ofrende mi vida a la belleza. Jazmín no
vive sola. Me tiene a mí, pero lo ignora. Los plazos se cumplen. Encero sus
zapatos por última vez y los calzo. Elevó la vista, descubro una intensidad
metálica en los ojos. Una soberbia de oro me reviste. Tengo un rostro, un
nombre, una identidad. Es hora de que Jazmín lo sepa”.
Fragmento del texto
leído en la presentación del libro el pasado 5 de mayo celebrado afuera del
Teatro Angela Peralta.
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