UNA URGENCIA
UNA URGENCIA
“Estamos combatiendo las causas de la violencia” lo ha vuelto
a decir el presidente López Obrador como respuesta a William Barr, el ex fiscal
de los Estados Unidos, quien ha dicho, con todo lo que pudiera significar, que
el gobierno mexicano “ha perdido el control del país [los cárteles] tienen
decenas de miles de millones de dólares. Pueden corromper a quien quieran y
tienen ejércitos vestidos como militares y vehículos blindados [con un
presidente] que cree en los abrazos no en las balas, y están perdiendo”.
Clara la postura.
Y la pregunta que muchos nos hacemos es cuándo será el momento
oportuno para el balance de esa política pública que si se mide por el número
de homicidios y desaparecidos habrá que darle la razón a ese ex funcionario de
la administración Trump.
Quienes saben de diseño e instrumentación de políticas
públicas dicen que estas deben estarse revisando constantemente para hacer los
ajustes correspondientes y de esa manera, ser más eficiente y eficaz en el
tratamiento de los problemas públicos.
Y es que, seguramente, los ciudadanos que sufren diariamente esa
falta de ajuste en cualquier lugar del país esperan el día que cambie ese relato
pero, por lo escuchado, no está en la agenda de los próximos años.
O sea, que los grupos del crimen organizado seguirán
fortaleciéndose al mismo tiempo que se deteriora la vida pública y se desvanece
el relato de que vamos “saliendo adelante”.
Hay quienes afirman que tarde o temprano no va a quedar de otra
que utilizar al ejército para combatir a los carteles. Caramba, pero aceptar eso
significaría que ha estado de mera escenografía u ocupado en las otras tareas
que les ha asignado el presidente cómo es la construcción del nuevo aeropuerto
de Santa Lucía o el control de las aduanas.
Implícitamente acepta que el ejército no está haciendo lo que
constitucionalmente le corresponde en materia de seguridad o, mejor, que cumple
funciones más bien disuasorias que de combate al crimen organizado.
La situación se ha agravado y probablemente va a agravarse
más. La espiral de la estadística sigue siendo ascendente por más que la
secretaria de Seguridad Pública y el presidente jueguen con las tendencias de
corto plazo, de una semana a otra, de un día a otro. Los números oficiales lo
dicen todo. Más de 110 mil homicidios dolosos, 33 periodistas asesinados y
decenas de miles desaparecidos en lo poco más de tres años de gobierno
obradorista.
Ni para que compararlo con los números de los gobiernos del
PRIAN. Esto ya se salió de control. No se ve que con la “política de abrazos no
balazos” se vaya a componer una situación que es producto de la acumulación de
las fuerzas criminales y la ausencia de una política eficaz, dinámica,
regionalizada y capaz de ir tope con lo que tope.
Porque en el asunto de la seguridad nacional cada vez está
más claro que enfrenta una complejidad de intereses pues van desde el
narcomenudeo hasta el mundo financiero; del asalto en el transporte público urbano
a la intervención en los procesos electorales y la lista es larga.
Nada parece estar fuera de su alcance. Y eso ha debilitado
las instituciones públicas lo que podría acercarnos a que la “solución” no se
vea en los poderes electos sino, paradójicamente, en los militares. La manu
militare, “con la fuerza de las armas”, como se acostumbraba a decir en los
años siniestros de las dictaduras militares latinoamericanas. La de los Videla,
los Pinochet, los Stroessner.
O, para decirlo en una forma menos dramática, a través de
gobiernos civiles con una clara vocación autoritaria y, hoy, ahí están los Maduro,
los Ortega como ejemplo de esa anomalía. Y esto podría dar paso a figuras en la
política que acudan al recurso de la incapacidad de las instituciones para
atender los problemas ingentes de seguridad, corrupción, desigualdad social o
crimen organizado, que levantarían la bandera del cuestionamiento contra: “quienes
no han podido con el paquete, el cumplimiento de su propia oferta política”.
No hay que descartar que ese modelo de relevo podría estarse
diseñando para buscar al indicado que enarbole las demandas insatisfechas de
amplios segmentos de la población.
Finalmente, aun con o sin el resorte de la sintonía del
obradorismo, nuestro pueblo es profundamente emocional y para muchos “la
esperanza muere al último” cómo lo indican los poll de encuestas.
Y no se trata del relato de izquierdas o derechas. En la
posmodernidad y la civilización del espectáculo se explotan los sentimientos,
el lado frágil de todos, no sólo los de la patria o el líder carismático sino
algo más simple como es la sensación de inseguridad y el miedo que conlleva. Dar
un sentido de protección a los suyos. A los cuates, a los del barrio, tener la
tranquilidad de seguir comiendo tranquilamente en familia que hoy se ve
sobresaltado con las escenas dantescas que nos llegan desde Ucrania.
Es el discurso eficaz de los mercadólogos de ayer y hoy que ofrecen
a partidos y candidatos para insuflar esperanza a sus potenciales electores.
Esa esperanza que se diluye cuando se escuchan y se ven las informaciones en la
televisión o en las redes sociales incluidas las noticias falsas.
O mejor, en su entorno inmediato, con la sensación de
desprotección, fragilidad, temor. Dirán otros, que es excesivo y hasta
deprimente este argumento, pero basta ser un poco sincero consigo mismo para
saber si se está contento con lo que se tiene y lo que en su foro interno desea
para su tranquilidad.
Por eso, hoy más que nunca, el combate de las causas
estructurales que fortalecen al crimen suena a una quimera que se quiere lograr
con dinero, prebendas, relatos. O peor con la música de la ignorancia y el
autoengaño. El mundo está dominado globalmente y este no habrá de crear mejores
oportunidades para las democracias mientras las políticas sean salvajes y sigan
segmentando a las sociedades. Y lo cultural está peor porque la cultura cambia
a través de generaciones. La mejor prueba es que después de más de cuarenta
años en que inicio el proceso de construcción democrática, la defensa de sus
instituciones todavía es un pendiente en una sociedad que prefiere defender al
líder efímero antes que a los productos de los arreglos institucionales.
Entonces, pedir al presidente que haga el balance de esa
lucha, sin duda generosa, por combatir las causas que generan la violencia es
una urgencia ética y práctica para que las instituciones funcionen pues no hay
de otra en democracia y, mejor, para salir del hoyo negro que nos revela con
todo lo que signifique el exfiscal Barr.
Al tiempo.
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