CONSPIRACIÓN
CONSPIRACIÓN
Grosso modo, el programa
de la izquierda en 1998 y 2018, tuvo como objetivo estratégico la lucha contra
el neoliberalismo y la corrupción para desde ese imperativo ético y político
impulsar un cambio de régimen que llevara a la institucionalización democrática.
Un eje programático que
inmediatamente concitó a las distintas fuerzas de la izquierda mexicana. Desde
los pepino-socialistas hasta los comunistas de los distintos ismos; de los
nacionalistas revolucionarios a los socialdemócratas y de los socialistas a los
exguerrilleros con su amplio espectro de anagramas.
Fue una convocatoria generosa de
la mejor izquierda que obligaba a quitarse telarañas y mitos ideológicos para
mostrar bondad con un proyecto de confluencia que no tenía precedentes en
nuestro país.
Así se demostró con la constitución
del Frente Democrático Nacional (FDN) y, más tarde, la formación del Partido de
la Revolución Democrática (PRD).
A finales de los años ochenta en
el país se vivía un aire esperanzador que inmediatamente provocó la reacción de
los grupos conservadores. Los cientos de asesinatos de militantes de esta
izquierda variopinta era el peor mensaje de que los actores del viejo régimen
iban a resistir contra ese intento de relevo político que había tenido como
candidato presidencial a Cuauhtémoc Cárdenas y que para muchos, ayer y hoy, le
robaron la silla presidencial cuando se “cayó el sistema de cómputo” de votos.
A Cárdenas muchos lo vimos como
la personificación de esa aspiración de cambio hasta que le ganó la idea mezquina
de que “si no era su candidato eterno, no sería ningún otro”.
No obstante, con aquel liderazgo
moral empezaría la andadura electoral del PRD liderada por la expresión del
llamado nacionalismo revolucionario priista.
No era la izquierda histórica que
nos narra José Revueltas en su novelística, pero tampoco la que había dejado el
movimiento del 68 y el 71, y menos, la izquierda social surgida de los escombros
del sismo de 1986 o la de los sucesivos fraudes electorales y los nuevos
vientos socialdemócratas que impulsaron personajes como Gilberto Rincón Gallardo.
Se trataba de la búsqueda de un
líder que encabezara esas pulsaciones de descontento que había en la sociedad
mexicana a favor de la justicia social y política. Ese liderazgo se fue
perfilando en López Obrador después de que como dirigente llevó al PRD a un
lugar privilegiado en las preferencias electorales y esa izquierda que se fue
volviendo pragmática obtuvo triunfos en otro tiempo impensables y luego lo
reforzó cuando por primera vez candidato presidencial en 2006 dónde se muestra
nuevamente la resistencia violenta del establishment político.
Pero en ese trayecto de
acumulación de fuerzas paradójicamente se fueron desprendiendo personajes y sectores
de la izquierda que habían estado en la constitución de FDN y la fundación del
PRD incluidas las del obradorismo.
Las razones de esos
desprendimientos fueron diversas, iban desde las programáticas hasta quienes veían
que el partido había sido capturado por personajes del priismo.
Es decir, personajes del viejo
régimen que habían sido parte los fraudes contra el PRD y que al llegar se les
rehabilitaba relegando a los viejos militantes de la izquierda. Esto no hay que
olvidarlo. Esta en la naturaleza del obradorismo y Morena.
Vamos, sigue sucediendo, ante el
desconcierto de aquella izquierda que soñó con proyectos de izquierda más
moderno, menos personalizados, más colectivos e institucionalizados.
O sea, no todo se puede achacar a
ese relato de que los conservadores buscan dinamitar el “proyecto de izquierda”,
las “bases de la 4T”, también está ese amasijo de intereses que es Morena y que,
si bien está ganando elecciones, y va a ganar más, no significa que se
consolida la izquierda, se consolida otra cosa que está por determinar.
Vamos, está claro que se
consolida un partido que la ciencia política denomina “catch all party”, esto
es un partido “atrapalotodo”, que está consolidando un sistema de alianzas a
nivel local y no precisamente con el eje de “pueblo” de la narrativa
obradorista sino, frecuentemente, con los que han sido los dueños de la
política regional y que no tienen prurito alguno en ponerse hoy la camiseta de
Morena.
Brincaron antes del PRI al PAN,
porque no se iban a brincar a Morena, incluso hay indicios de que en las
pasadas elecciones pudieron estar detrás de las acciones violentas para
favorecer unos candidatos, sus candidatos en Morena.
Entonces, hay una suerte de
mitificación del obradorismo en una nueva generación de intelectuales, y que
pasa por el periodismo crítico, donde se sigue hablando de la izquierda como si
estuviéramos en aquellas jornadas de lucha de finales de los años ochenta o
antes en los tiempos de los presos políticos de Lecumberri.
No, aquello ya no existe, y menos
la izquierda ideológica que retrató José Revueltas, ahora es una izquierda de
otro tipo, con sus excepciones, pero amalgamada con un lenguaje ad hoc, y llegado
el momento muchos quizá no van a tener ningún prurito para ir con Sheinbaum, Ebrard
o Monreal, con quien se perfile como ganador. La mayoría son pragmáticos y desean
estar en el círculo del poder para seguir disfrutando de sus privilegios.
La ideología, recordemos, se ha
vuelto líquida, cómo lo reveló acertadamente el sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman,
y lo grave del discurso de los nuevos intelectuales, es que les gana la idea de
la conspiración que amenaza a esa izquierda que ellos siguen viendo con
anteojeras del pasado. Y por la que muchos, miles, perdieron la vida, o fueron
a parar a las cárceles, el exilio, la proscripción, el desempleo, la
marginalidad.
No aceptan que, así como antes, un
segmento de las pulsaciones de cambio estaba en contra de los gobiernos
priistas y panistas, hoy existe otro, que está contra ese obradorismo que gira
alrededor del líder y combate las instituciones de la democracia; que protege a
los suyos aun cuando a todas luces incurren en delitos.
La resistencia a no dar un paso
atrás en su narrativa vanguardista de “estas conmigo o en contra de mí”, la que
vapulea todos los días a quien juzga como conservadores y apátridas, el que golpea
a las mujeres con su misoginia, a los periodistas que se les asesina, ahora,
hasta a los parlamentarios europeos a los que califica de “borregos”, para todos
tiene y en esa tensión que violenta valores de la propia izquierda se le busca
dar la vuelta para encontrar su lado amable.
O sea, acompañar, en sentido
inverso de una operación odio, donde exime al poder, al máximo poder, cómo si
el poder estuviera en otro lado y no con todos los micrófonos encima.
En definitiva, creo que hay que
revisar la historia de los últimos 40 años con sus luchas, personajes, mitos e
ideología pues quizá, entonces, entenderemos lo que estamos viviendo y así
podríamos plantearnos un nuevo horizonte, menos personalizado, más tolerante y
la verdad más democrático y eficaz en gobernar.
Al tiempo.
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