TIEMPOS SOMBRÍOS
TIEMPOS SOMBRÍOS
A los lectores de Noroeste,
nuestros mejores deseos
para 2022.
“Después de 27 años de estar en
diferentes trincheras en el Partido Acción Nacional he decidido dejar de
pertenecer al mismo. Mis razones son por demás evidentes”, explicó, seguramente,
con pesar Adolfo Beltrán Corrales, el todavía coordinador del mini grupo parlamentario
blanquiazul en el Congreso del Estado.
Su renuncia, se suma a la de
otros, hoy opositores, que, en silencio, han abandonado la militancia o continúan,
pero con el miedo al acecho, como deseando, que no sé sepa, que siguen ahí, en
la trinchera.
No sé si los autores
intelectuales que estuvieron detrás de los atropellos de las elecciones
concurrentes del verano pasado y en las elecciones internas del PAN, calcularon
que el golpe fuera más allá que “ganaran sus candidatos”, pero, lo cierto, es
que si está más allá.
Y es que, si el miedo se ha apoderado
de la militancia y en el mediano plazo podría estar en juego la democracia como
mecanismo de producción de representación política en la diversidad y, por
ende, el sistema de partidos.
Se podrá decir que está opinión,
es excesiva, porque serían unos cuantos los que se rinden y el mejor ejemplo,
es que los panistas, han elegido a sus nuevos dirigentes -la verdad, a una
semana de las elecciones internas, no hay resultados y la declaración oficial de
ganador.
Pero, justamente, la presión que
ejerce el poder fáctico neutraliza las energías vitales de militantes -la
mayoría de ellos que vivieron el proceso de alternancia con sus victorias y
derrotas- sienten a que están cambiando rápidamente los actores que participan en
los procesos electorales y frente a eso, nada tiene que hacer la política de competencia
por los votos, porque la decisión está en otra parte y momento.
En el juego democrático, está el
debate de las ideas, no el de poner la vida en la mira de una pistola. La
democracia necesita de unas condiciones ambientales para ejercerla a plenitud
si no su virtud está destinada a perderse.
Y eso, significa, que sus
instituciones colaboren coordinadamente para que los militantes políticos salgan
a ofrecer un programa de gobierno y unos perfiles políticos para que el
ciudadano, salga a votar y decida libremente la representación política.
Pero, eso, al menos en las
pasadas elecciones concurrentes, no ocurrió, desde la antesala de la
competencia. Cuando apenas se esbozaban los perfiles de los potenciales
candidatos algunos fueron vetados. Y la autoridad dejó hacer. Luego se
eligieron los candidatos y muchos de ellos, fueron bajados de las nominaciones.
Y la autoridad dejó hacer.
Más, tarde, empezaron las
campañas por los votos y hubo regiones donde, se dijo, que ahí solo ciertos partidos
y candidatos podían hacer campañas. Y la autoridad dejó hacer. Y ya en campaña varios
candidatos fueron amenazados y ellos decidieron suspenderla para dejar a buen
resguardo vida, familia, bienes. Y la autoridad dejó hacer.
En la víspera de la jornada
electoral se activaron estrategias ilegales de secuestro de operadores
electorales. Y la autoridad dejó hacer. El día de la jornada electoral en los
municipios estratégicos donde podría cerrarse la elección hubo operativos de intimidación
del resto de operadores electorales en barrios, colonias, pueblos, ejidos. Y la autoridad dejó hacer. Y dónde se cerró la
elección hubo robo de urnas. Y la autoridad dejó hacer.
Y cuando se esperaba que detuvieran
a los culpables y fueran puestos a disposición de la fiscalía. La autoridad judicial
también dejó hacer. Y cuando en esos municipios se esperaba que algunos
procesos electorales se judicializaran para defender la democracia. Los dirigentes
políticos no lo hicieron. Y dónde se judicializó aportando pruebas de los
desmanes cometidos. La autoridad judicial no los vio y menos los sancionó. Y
cómo no los vieron, ni sancionaron. El triunfo del poder fáctico fue mayor.
No sólo habían ganado las
elecciones sino tenía luz verde para seguir actuando en los siguientes procesos
electorales. Y, cuando todo indicaba, que la renovación de los cuadros
dirigentes, de un alicaído PAN haría de la elección interna un ejercicio de
cohesión interna y el mejor esfuerzo para reconstituirse como alternativa
política. La autoridad nuevamente dejó hacer y no hay ninguna acción de
resguardo democrático.
Y, peor, cuando se esperaría que
los dirigentes panistas fueran a poner las denuncias contra quienes resultaran responsables.
No lo hacen y lanzan acusaciones al aire. Y cuando se esperaba que el gobernador
se pronunciara en contra de lo sucedido porque es un demócrata prefiere sugerir
que es un asunto menor, un pleito, entre panistas. La autoridad nuevamente deja
hacer y están dadas las condiciones para seguir dejando hacer.
Y cuando Adolfo Beltrán decide
abandonar su partido “por razones más que evidentes”, los dirigentes lo
lamentan “profundamente” y esperan que “no haya una desbandada” y que “reconsidere”
sobre su renuncia.
El problema es que la desbandada,
la desmovilización y la mudanza de militancia, ya está aquí como un fenómeno amenazante
y al parecer es parte de un objetivo de mediano plazo. Sentar en Sinaloa, y
otros estados, las bases de un sistema casi de partido único. Una democracia de
fachada. Como antes, lo fue, cuando el PRI, tenía adosados al PARM y el PPS,
con lo que se justificaba aquel sistema de partido hegemónico. Sólo, empeorado,
hoy, con la acción del poder fáctico. Dispuesto, hacer lo que se tenga que
hacer, para garantizar una forma sui generis de poder.
O sea, con esta segunda vuelta de
elecciones, ese poder se ha consolidado y en forma directamente proporcional se
ha reducido el pluralismo. El PAN, no desaparecerá quizá porque, como diría
Jorge Zepeda Patterson, en una entrevista reciente, las élites siempre buscan
permanecer para seguir ganando en lo personal o grupo, lo que suceda con el
sistema de partidos, en esa lógica no es lo principal.
Pero, me pregunto, quien querrá
ser candidato en un escenario con un resultado previsible. Y, lo mismo en el PRI,
que fue el partido, que más lo resintió en las elecciones de junio pasado.
Entonces, la renuncia de Beltrán Corrales,
no es solo la salida de un militante, con una larga trayectoria de lucha
electoral, sino algo más profundo, que no quieren ver los dirigentes políticos locales
quizá porque también tienen miedo. Miedo, a que se le saque del estado de
confort, en que viven. A que les rompan las puertas de su casa. A que la vida se
les llene de incertidumbre.
Y con justa razón. No es el
estado en que deben estar los demócratas que saben jugar con las reglas
establecidas, no con las que impone el poder fáctico. Es, mucho, lo que hoy
está en juego. Son tiempos sombríos. Y es el momento de una discusión de fondo
del estado de cosas, porque las democracias, así como llevan años de maduración
igual se debilitan hasta la simulación y desaparecen.
Al tiempo.
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