EMMA Y LOS SINALOENSES
EMMA Y LOS SINALOENSES
Ernesto Fonseca, Rafael Caro
Quintero, Jesús Aguilar Padilla, Mario López Valdés, Lucero Guadalupe Sánchez
López, Héctor Melesio Cuén Ojeda, Emma Coronel, Joaquín El Chapo Guzmán y sus
hijos, Ismael Zambada, Amado Carrillo Fuentes, Héctor Luis Palma Salazar, Arturo
Beltrán Leyva, Damaso López Núñez, Vicente Carrillo Fuentes, Juan José Esparragoza
Moreno, Ignacio Coronel, Manuel Garibay, Manuel Garibay Jr. son algunos de los nombres
de sinaloenses que aparecen en el libro de la valiente Anabel Hernández: Emma
y las otras señoras del narco (Grijalbo), y ninguno, es para exaltar sus
buenas obras, si no, cada uno, como parte de una gran tragicomedia que asola la
República y en particular, nuestro estado, que frecuentemente está sujeto al
ritmo que le imponen este tipo de personajes y sus intereses.
Y es que Anabel Hernández hace
una labor de filigrana periodística y, en esa búsqueda incesante de localizar cabos
sueltos, nos dice, fueron apareciendo los personajes sinaloenses de su ya larga
y reveladora obra editorial. Una obra periodística que seguramente ya es consultada
por especialistas en temas de narcotráfico y seguridad nacional, y por las
agencias policiales de aquí y de allá, lamentablemente Sinaloa está en el
epicentro terrenal de este relato, una vez violento otras veces amoroso; unas
veces frívolo otras veces triste; unas veces alucinante y otras, las más, tremendamente
opacas.
En este nuevo trabajo actualísimo
de Anabel Hernández sobre los señores del narco lo lleva a una dimensión que
hasta ahora no había sido abordado por ella, ni por otro u otra periodista, quizá,
haya por ahí trazos en la novelística del narco, esas historias que de vez en
vez, los escritores más bien oportunistas se atreven imaginar con sus
personajes y la relación con las mujeres que se mueven en las coordenadas del
miedo, la aventura, la fascinación, la conveniencia o el deseo por lo prohibido
y el baño relajante de la impunidad (hoy, ante la revelación, algunas de las mujeres
exhibidas en el libro gritan, manotean, gimen, lloran, amenazan. Están
encabronadas).
Una revelación que Anabel describe
con todo detalle periodístico y en ese ejercicio estresante, revela, historias,
que oscilan entre la violencia más cruel y los regalos extravagantes; entre la
intimidad y la aventura persecutoria; entre los procesos judiciales y la
prisión; entre la exhibición impúdica y la desaparición de la escena pública.
Es una historia larga de dolor,
pero, ante todo, del “sistema” que lo crea y reproduce, y que subyace a una
vida pública carcomida por la corrupción económica y moral. Donde personajes del
PRI, PAN, PRD y Morena, e incluso, las formaciones de la llamada “chiquillada”,
no están exentos de complicidades, connivencia, cinismo, sino, también, son
protagonistas de distintos episodios de lo que se denomina narcopolítica.
Ese tejido de relaciones entre el
poder político y el crimen organizado quedan expuestos de manera cruda en estas
300 páginas y no tienen desperdicio porque van de lo alto del poder a las
alcantarillas de la vida pública y de ahí a lo más bajo de las pasiones humanas.
Anabel, aun con las posibles inconsistencias de un trabajo que por sí mismo
frágil no deja de estar marcado por el rigor, le sobrevive a la buena lógica e
invita a una lectura aguda para una mente abierta.
Solo de esa manera es posible
aquilatar la naturaleza del Sistema en el que estamos viviendo, explicarnos los
sucesos grandes y menudos que a diario aparecen en los medios de comunicación y
se pierden por la dinámica incesante del crimen. Ahí, está, como el ejemplo de
la semana, la balacera en del bar Casanova de Culiacán y la actitud indolente de
la policía que deja ir a los hombres armados o la novedad de la recompensa estadounidense
por información de los cuatro hijos de Joaquín El Chapo Guzmán y la
interpelación “soberana” del presidente quien afirma que esa detención, si
sucede, será “tarea” de su gobierno.
Entonces, este tipo de obras
documentan con nombre y apellido, la tragedia que está viviendo el país y en
particular el estado de Sinaloa, y deja visible el tipo de arreglo entre los
actores dominantes cómo también la naturaleza coja de nuestras instituciones, y
dónde los discursos del gobernante solo son eso, y más, cuándo la vida
transcurre con una inaceptable y brutal normalidad que es capaz de alcanzar a cualquiera,
pero no, frecuentemente, a los que son mencionados en el libro.
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