PECADOS CAPITALES DEL POLÍTICO PROVINCIANO

 

PECADOS CAPITALES DEL POLÍTICO PROVINCIANO


En nuestro singular provincianismo político es usual que los arreos de inmadurez se conviertan parte del ejercicio de gobierno. Se hacen de los triunfos electorales con mensajes emocionales que diseña la mercadotecnia política y los elegidos, alzan luego el brazo, como signo de omnipotencia de que se entrado al espacio de los escogidos. Y, desde ese púlpito imaginario, ven frecuentemente a los gobernados, como súbditos, con papeleta en mano o receptáculo de mensajes emocionales. Pero, ya en el gobierno, la espuma del egocentrismo sube hasta la estratosfera. Salen a flote las peores debilidades humanas. Los siete pecados capitales. Sentido de orgullo, avaricia, gula, lujuria, pereza, ira y envidia. Orgullo, por el poder personalísimo, detentado que lo lleva a levitar, y pensar, que está en el animo de los dioses terrenales. Que es miembro de esa clase política con nombramiento de letras grandes, pero, sin clase, por una vulgaridad que supura chorros de avaricia.  Y es que su nuevo rol lo lleva a imaginar, que todo está a su alcance, porque todos necesitan de su firma, su anuencia, su visto bueno. Y ese ejercicio egocéntrico conlleva al dinero de arriba y debajo de la mesa. Pero, en ese político no hay dinero que no lleve a los excesos, a la gula de los consumos muchas veces de lo más extravagante. Una casa acorde con sus expectativas en la mejor zona de la ciudad. Un vehículo a su imagen y semejanza idílica. Comida y bebida, sin límite, que lleva inevitablemente a ponerse en los límites del cuerpo. De carnes fofas que son fiel reflejo de enfermedades venidas del exceso de lípidos, sales y azucares. Que buscan cubrir con ropas color pastel y el rostro abotagado de alcohol con lentes negros Gucci. Es la magia de una estética creada a golpe de soberbia. De pensar que es diferente a la chusma que le votó. ¿Qué no ven? A la que, de vez, en vez, voltea a verlos para decirles ya sin mucho ánimo reivindicador. Somos iguales, somos pueblo. Habrá pan para todos. Bolillos para unos y baguetes para otros. Pepsi o coca-colas para unos y vino del Riesling para otros. Y no es que haya perdido piso, sino que ganó consumo suntuario. Aprendió aquello de Hank González: “Político pobre, pobre político”, y no basta ser rico, se trata de que se sepa, que sus consumos han subido de estatus y sus fondos de inversión están al alza. Que cada mes cae una gota millonaria que alimenta la arrogancia desmedida que conlleva ese sentimiento de lujuria que viene acompañado por el poder. De que hasta los más feos la pueden y bien seleccionado. No es casual, entonces, el alto número de divorcios entre este tipo de políticos. Y ahí van, mientras dura el cargo y su sueño de grandeza, haciéndose acompañar por una figura joven, lo que lleva inevitablemente a un estado de pereza por lo público. Que lo vuelve en hazmerreir de los más despiertos. Y eso, termina por despertar la ira, contra los que se burlan de sus desmayos y excesos. Contra los medios y periodistas que exhiben sus debilidades. Su propensión a la procacidad. Los acusa, los amenaza, la culpa de todos los males. Y es que de nuevo le salta la arrogancia y la omnipotencia. Saberse intocable. Y, menos, ser rebasado por la maledicencia que busca perjudicarlo. Menos por la envidia que provoca un triunfo en la vida. Esa, que, sin mucho esfuerzo, lo puso en el lugar correcto de la historia. Con las coordenadas perfectas para la predestinación a lo grande. A lo que atrae los reflectores que le dan mayor visibilidad y grandeza. Por, eso, dirá que, a los envidiosos, hay que someterlos, o ponerlos a distancia. Porque, hasta eso, la envidia debe ser sólo suya y contra todo aquello que quisiera y no está a su alcance. Pero, al no alcanzarla la cobra con los de abajo, los sin nombre, la masa uniforme. La que está sujeta a su voluntad. A sus caprichos. Y que le perdonan sus ocurrencias o a las que compra con algo de circo, maroma y teatro. Al fin, y al cabo, en nuestra provincia política hay espacio para esto y más, sobre todo, cuando a la política llegan por un golpe de suerte y con ella llega la pregunta mil veces repetida: ¿Qué hora es Godínez? La que usted diga licenciado.

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