LOS BALIDOS DEL PRESIDENTE

 

LOS BALIDOS DEL PRESIDENTE

 


 

¡Beeeeee, beeeeee!, imitaba groseramente el presidente el chillido de un borrego buscando desesperadamente sacar su molestia. Este era por su enojo con la oposición que a su juicio estaba llegando muy lejos en el cuestionamiento a la pregunta de la consulta pública de revocación de mandato. Tan sencillo, dijo, como que la gente responda, con un sí o un no, su permanencia en Palacio Nacional.

Quizá sí, pero la oposición, alega la alteración de los términos del mandato constitucional. Y con ello se va a la Corte para que esta diga la última palabra. O sea, va por la vía institucional, lo que es lo correcto, en un Estado de derecho. Por eso resulta fuera de lugar, e impotente, vamos triste, los balidos presidenciales.

Y es que, ver y escuchar así, a un presidente, en el púlpito matutino, cuando en política las formas, son fondo, no solo rebaja la investidura presidencial sino la mancha reduciéndola simbólicamente a un corral de becerros encarapitados.

Es decir, logra para sí, lo que cuestiona a la oposición. Su desvarío e impotencia. Se exhibe de la peor forma en un ejercicio innecesariamente onomatopéyico. Hay, aquí, un quiebre en la línea trazada en las conferencias mañaneras. Que como sabemos estaban pensadas en clave de contrainformación a la que distribuyen diariamente los grandes medios de comunicación; respuesta a las medias verdades o mentiras completas, que circulan libremente en las redes sociales y, claro, la edificación de la narrativa de la 4T.

Con esos balidos, todos salimos perdiendo. No solo él o los “grupos conservadores”, que seguramente lo festinaron. Aquellos que quieren revertir las reformas y mantener el estatus quo. Entonces, el balido lleva a otro lado, a la deslegitimación porque en política, la legitimidad es percepción, de cómo los ciudadanos te miren y valoren.

Y lo que se vio esa mañana fue a un presidente salido de sus cabales dando un espectáculo triste que inmediatamente se transformó en memes. En materia de burla despiadada. Insumo crudo para los anales y despropósitos de la historia nacional. No quiero imaginar el comentario de sus asesores -si es que los escucha- e, incluso, el de Beatriz Gutiérrez, su esposa, pues siempre la cónyuge suele ser un asesor ad honorem más confiable. Y, más, cuando esta es una persona culta, lejos de la vulgaridad, y los desplantes bochornosos. Seguro le dijo algo así. “Oye Andrés Manuel, está vez te pasaste, ¿cómo justificar lo de esta mañana, en proyección nacional y con todos los reflectores?”

Y aquel, seguramente, asumió estoico el reclamo conservando la expresión preocupada que le hemos visto en momentos de tensión y que exigen una reconsideración o el matiz, pero que pocas veces lo hace y mejor sigue adelante. Pero, el mal si lo hubo, estaba hecho. Seguramente, hasta a sus más fieles, no les gustó el desplante y desean, que rápidamente sea polvo de olvido, que lo memes y reproducciones se vuelvan aire mediático.

Lo bueno es que al presidente todo se le resbala porque en su imaginario casi religioso tiene una misión política. Donde todo se le perdona por el bien de la causa. Incluido el bochorno, el despropósito. Todo sea por un futuro sin corrupción y con la gente feliz. Porque tiene líder y ese líder, tiene clara la película, aun en medio de los tropiezos normales de la exposición pública. No se la van a platicar.

Pero, eso llama a un exceso de confianza, autocomplacencia, omnipotencia. Sin embargo, en política los humores son cambiantes y, sobre todo, en los tiempos del ciberespacio que no descansa, ni perdona los errores. Y ese tipo de desplante, que vimos quedaran endosados inevitablemente a la duda de muchos. Al muro de las emociones. Al ver a su presidente tan terrenal, tan chiquito, tan prosaico.

Se que una parte de sus fieles ha minimizado los balidos. Quizá lo vea como parte del juego político. ¿Acaso la política no llega a tener momentos onomatopéyicos? Vicente Fox, recordemos, como diputado federal se puso una cabeza de puerco y luego está el “cállate chachalaca”. Y es que algunos políticos, muchas veces, manotean, gritan, gimen, lloran, atacan como si estuvieran en la selva. Pero, a quienes así lo ven, hay que decirles que en política democrática no debe haber más que argumentos y razones, cómo mecanismo de coexistencia en la diferencia. Y que esa coexistencia, solo es serena en las instituciones púbicas. No se puede esgrimirlas, solo cuando favorece.

El verdadero demócrata tolera aun cuando no esté de acuerdo con el adversario y expone sus argumentos y está dispuesto a confrontarlos e, incluso, corregirlos en perspectiva del bien común.

El verdadero demócrata no se sale por la tangente sino analiza en clave institucional.  Y eso es lo que se busca, incluso en México, dónde el discurso político, ha llegado al extremo de tener una palabra precisa muy nuestra: cantinflear, es decir, hablar sin parar, para no decir nada, pero, afortunadamente nos hemos venido alejando del cantifleo ante audiencias más exigentes, educadas, informadas, dispuestas, a confrontar al otro, en el terreno de las razones.

Y eso, es el summum de la democracia social, del crecimiento colectivo. Lo otro es chabacanería política. Lealtades infames. Discursos vacíos. Desplantes impotentes que reducen a un pasado bucólico, campestre, tribal. A la negación de la palabra. O peor, cuándo la palabra deja de tener sentido, y se impone lo básico, lo gutural, el alarido destemplado, el lloriqueo, como forma insana de comunicación colectiva.

No digamos la descalificación del otro que busca imponer al resto una superioridad moral. Por eso, el presidente, debe reconsiderar o mejor pedir una disculpa pública a la audiencia diversa, así como lo hizo, hace unos días, con los yaquis, pero, quizá, es mucho pedir, sería reconocer, una vez más, su atadura al pasado, sino la propia, la que está en su memoria, en su imaginario de pueblo. Aquel mundo bucólico ligado a su infancia en Tabasco.

Lástima que ese mundo ya no existe, ni en Tabasco, y menos en un México, donde más de un 90% de su población vive en megalópolis y ciudades medias. Y los que no viven en esos lugares, gracias a los medios de comunicación “conservadores”, piensan en clave de códigos urbanos, como, única posibilidad de sobrevivencia, en un tiempo globalizado.

En definitiva, los balidos de aquella mañana de octubre, no sólo, son cuestionables en clave de contrainformación, sino lo más grave, es que expresan un cierto agotamiento de una forma de comunicación política y eso, en democracia, significa que cuando empiezan los balidos, termina la conversación pública, y lo siguiente puede ser cualquier otra forma de relación política. Esperemos que el presidente no dé el siguiente paso, con el primero es suficiente, el momento político exige argumentos, razones.

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