CUANDO GOBERNAR SE VUELVE UN INFIERNO
CUANDO GOBERNAR SE VUELVE UN INFIERNO
La cultura priista que sigue
vigente en el ejercicio de gobernar está asociada a la diferencia profunda
entre gobernantes y gobernados, pero, también, a la diferencia acusada de estatus
social expresada en la práctica y lo simbólico. La máxima hankiana de político
pobre, pobre político, está arraigada, y, quizá, se podrá decir con cierta
dosis de cinismo, que es cosa del pasado ya que hoy cobra forma la máxima
obradorista del “no somos iguales”.
Sin embargo, si bien, puede haber
una diferencia de proporción, en aquel patrimonialismo por el parcialmente fallido
principio de que ningún funcionario público puede “ganar nominalmente más que
el presidente” y, digo parcialmente fallido, porque si bien, se vendió la idea de
la diferencia a la hora de aplicarla se encontró con los derechos establecidos
en la ley. Ahí están, como ejemplos, los sueldos de los ministros de la Corte y
los consejeros electorales del INE, muy por encima del presidente y los
miembros del gabinete.
Pero, también, es fallido, porque
desde la época prianista los ingresos de los políticos en funciones corruptos
no provenían de la nómina, sino de los contratos de los gobiernos con
particulares. Los diezmos y moches siguen siendo el pan de cada día. Y, desde
ahí, se han creado y crean nuevas fortunas algunas sorprendentemente mayúsculas.
Pero, esa dinámica de acumulación
privada desde los bienes públicos, es solo una parte, la otra tiene que ver con
lo lúdico, el placer de gobernar, el reconocimiento, la alegría que despierta,
real o infundada, entre los círculos que un político frecuenta y poder, además,
tener en sus manos decisiones que afectan la vida de los gobernados o imponer
caprichos y tonterías producto de lastres de una infancia marcada por aquello
que el psicoanalista Santiago Ramírez Castañeda, sentenció como “infancia es
destino”.
Vivimos tiempos nublados, cómo calificó
Octavio Paz a los años de la bipolaridad. Ahora, no es por los productos de la
relación Estados Unidos-URSS, ni siquiera la sinoestadounidense, sino por algo
más doméstico, la pandemia y la violencia criminal.
El político responsable está
expuesto más que cualquier otro ciudadano por su rutina. Recuerdo a Quirino
Ordaz en la celebración de la llegada de las ciclistas que venían de Culiacán a
Mazatlán, la gente se le arremolinaba y el sólo gritaba con una gran sonrisa: ¡Puro
Covid!, ¡Puro Covid!
Y es que técnicamente es quien
administra la política pública en materia de salud y toma decisiones. Ambas
constantemente lo ponen contra la pared. La pandemia y las balas lo pueden
alcanzar ya que no se puede quedar bien con todos. Y, menos, cuando tiene
compromisos con determinados grupos. Ya hemos visto en las pasadas elecciones
que estos palomean y contribuyen a provocar resultados exitosos, pero, no es de
gratis, el compromiso obliga.
Es, cuando, gobernar se vuelve un
infierno y aparece las reacciones naturales en el cuerpo la zozobra, el
insomnio, el stress, las taquicardias, los problemas estomacales y, también, el
aumento de los niveles de lípidos y glucosa en las arterias y sangre. El
sistema inmunológico se debilita y cualquier contacto con los virus se complica
y podría llevar a la muerte.
Hace unos días murió de Covid-19
René Juárez, el político guerrerense, quien fue gobernador y dirigente la
nacional del PRI. Un hombre aparentemente fuerte que sucumbió luego de semanas
hospitalizado. No hubo medicina, ni respirador que le extendiera la vida, una
tarde se le cerraron los ojos para siempre. Cayó, como cualquier otro, de los
cientos de miles alcanzados por el virus.
Aquí, esto lleva a otra reflexión,
acerca de porque los políticos frecuentemente mueren de infartos o cánceres,
ahora, por Covid-19. Nunca los salva el dinero acumulado. Si, bien, los protege
el sistema de salud, al final todo dependerá, de sus capacidades de defensa
física. Y es cuándo, aquel político enredado en sus manías que provienen de la
infancia y sus mayores o menores vínculos criminales se convierte en su
intimidad en un mal recuerdo, una pésima forma de pesadilla o, peor, la más
infame despedida a la que no le salva los momentos de gloria, el marketing
político o esas fotos de gloria, guardadas con esmero para los días tristes
estimular el ego. Mueren en la soledad y paradójicamente, como apestados, en un
rincón de un hospital.
La vida en tiempos de pandemia
llama a lo mejor de la política, a la sinergia con el otro, este o no
desvalido, pobre o rico, al sentido de comunidad, a la utilización de los
recursos escasos en favor de todos, pero en estos tiempos oscuros, hemos sido
testigos también de verdaderas infamias en la toma de decisiones públicas, hay
quienes han medrado con el recurso escaso y hasta han hecho negocios ruines.
Vamos, para decirlo con el título en la portada de un libro de Henry Miller:
vivimos en “tiempos de asesinos”.
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