EL SINDROME DE LA CABAÑA

 

EL SINDROME DE LA CABAÑA

 

“Es como ir en tren y ver cómo pasa tu vida, pero tú estás fuera”, describe un paciente español que expresa el sentimiento de exilio que todos hemos sentido o sentimos, cotidianamente, en este año y medio de pandemia.

Es, para decirlo, con otras palabras, el exilio de nuestra propia vida porque esta no es la que diseñamos y estábamos viviendo con mayor o menor intensidad.

La propagación del virus Covid-19 la cambió y ahora, se manifiesta a través de la sensación de cautiverio, y no tienes otra alternativa, si quieres sobrevivir.

Entonces, gana la tristeza, ese sentimiento de impotencia “de dolor anímico producido por un suceso desfavorable que suele manifestarse con un estado de ánimo pesimista, insatisfacción y tendencia al llanto”.

Esto en clave de Covid-19 se manifiesta como “mutismo entre amigos, sin el bullicio de los grupos de WhatsApp, ni los encuentros cara a cara; agotamiento y desafección por actividades creativas o profesionales; problemas de sueño; inquietud en el cuerpo; y un sentimiento íntimo de pérdida del sentido de muchas de las cosas que hacemos, al no tener ya un objetivo ni perspectivas claras”.

Y esto se vuelve más crítico, cuando ese sentimiento de exilio viene acompañado de pérdidas sustantivas (padres, hermanos, amantes, amigos, vecinos) que exploró el psicoanalista Igor Carusso en su libro La separación de los amantes (Siglo XXI).

Aquí, viene a mi memoria, el caso de un capitalino que en la primera ola de Covid-19 perdió a 16 miembros de su familia. Imaginemos, por un momento, vivir esa desgracia. Nos invadiría un dolor inconmensurable, afortunadamente, es la excepción a la regla, la mayoría pasa por momentos de preocupación, pero, no llega, a la fatalidad familiar, y esa sensación, esta, además, atenuada siempre por la esperanza de la sobrevivencia.

Eso, es lo que están sufriendo las familias, que están los días y las noches, en los accesos de los hospitales, y al pendiente de la evolución de la salud de sus enfermos, esperando que la ciencia médica, haga lo mejor por ellos.

Pero, hay otro ángulo, el que tiene que ver con la salud mental, la de quienes les cambiaron las coordenadas de la modernidad que tienen que ver con la interacción social y que provoca, cambios psíquicos, de manera que aquel exilio, lleva a pensar que lo que fue ya no será, imperando, una visión fatalista que agudiza la tristeza.

Se podrá decir, ¿pero de que estas hablando si vemos a la gente en la calle interactuando? ¿organizando por miles fiestas, asistiendo a partidos de futbol o celebraciones políticas? ¿a políticos irresponsables que animan a que eso suceda para “no parar la economía”? y, a los que no parece decirle nada, ver colas de personas en la antesala de los hospitales. Cierto. El tema de la falta de cohesión social es grave. Pero, también, esta es una resistencia desparpajada a la tristeza. Al sentimiento de abandono, exilio o encierro. A la búsqueda fugaz de que todo vuelve a la normalidad. Adonde estábamos antes de marzo de 2020, a sabiendas de que eso no ocurrirá, porque las pérdidas, ya son pérdidas.

Claro, aquellos desplantes tienen sus costos, y para no ir muy lejos, en Sinaloa los contagios rondan oficialmente los 50 mil casos y los fallecimientos por Covid-19 rascan los 7 mil. Y no hablemos de los números del país, que son terribles.

Pero, profundicemos, en el tema de la tristeza que hoy invade al mundo. Especialmente a esa parte que no tiene vacunas suficientes y que sus sistemas de salud están hechos polvo y la gente lleva su propia tristeza. Sus pérdidas como un ancla a los recuerdos, los buenos y los malos.

Y peor cuando poco se atiende la salud mental, porque muchos lo siguen viendo como una “cosa de locos”. Y, entonces, sólo excepcionalmente, se acude a buscar este tipo de apoyo. Acaso, pregunto, ¿algunos de los lectores saben de familias de casos Covid-19 que hayan terminado recibiendo atención psicológica o psiquiátrica? Si hay, muy probablemente, será la excepción a la regla.

Y es que hay personas dañadas más allá de los que provienen de los afectos. Esta la familia que fue y está afectada por los costos y las deudas que deja la enfermedad o peor las familias, que tendrán que soportar la carga de sobrevivientes con secuelas permanentes. Los conflictos familiares por las responsabilidades de cada uno de sus miembros. La gente que ha perdido el empleo o tuvo que aceptar un sueldo reducido para conservarlo y no le alcanza para sus gastos.

En fin, cada uno de estos escenarios, provocan secuelas psicológicas y más si se combinan, y ameritan atención profesional, para evitar que se compliquen y eso implica la capacidad de cada uno de los afectados para asumir el daño y la atención.

Pero no es frecuente, la tristeza se lleva generalmente en silencio, y provoca el llamado síndrome de la cabaña que remite a la soledad, al silencio, y eso evita aquello que el psicoanalista Jacques Lacan llamó el gay savoir (saber alegre) que consiste, coloquialmente, en nuestra predisposición para vomitar lo que se trae dentro. Recordemos para Lacan el inconsciente es lenguaje. Entonces, aquello es una suerte de expiación del dolor. No, es casual, que otros especialistas en salud mental, recomienden conservar tres actitudes que si desaparecen de nuestras vidas nos van a provocar problemas:

“La primera es la serenidad –no podemos perder el ánimo ni la paz interior– y la segunda, la ilusión –no podemos perderla porque tenemos otras razones para vivir a pesar de los tiempos difíciles que vivimos–(y la tercera) la confianza en que los seres humanos, sobre todo cuando estamos unidos, podemos hacer frente a todos los desafíos.

“Esta no va a ser la única pandemia, nos dice el médico catalán Alonso Puig, que va a experimentar la humanidad, por lo que el gran drama sería que no aprendamos de esta; eso sería un fracaso. Tenemos que, como decisión vital, enfocarnos en esa serenidad, porque no todo es malo. La mente tiene una tendencia catastrofista impresionante, pero hemos visto unos ejemplos de grandeza humana que devuelven en gran medida la fe en la humanidad. Debemos tener confianza en que realmente los seres humanos, cuando estamos movidos por un ideal de encontrarnos, de ayudarnos mutuamente, somos capaces de hacerle frente a todo”.

Sólo, así, estaremos arriba del tren de la vida y no cómo simples testigos del consumo de vida.

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