EL DILEMA DEL PRISIONERO
EL DILEMA DEL PRISIONERO
En las “elecciones más grandes de
la historia mexicana” prácticamente desaparecieron de la escena los llamados candidatos
independientes y aumentó el número de partidos políticos.
O sea, los ciudadanos quedaron a
merced del sistema de candidaturas y listas bloqueadas y del buen juicio de los
dirigentes partidarios en el momento de postular candidatos a los más de 20 mil
cargos de elección popular.
Esta suerte de “cárcel” a que fue
sometido el elector no paró ahí, si tomamos en cuenta que, en muchas regiones
del país, los cárteles intervinieron subiendo la temperatura con la amenaza e
imponiendo a sus alfiles apátridas.
Hoy, muchos de ellos, ya son regidores,
alcaldes, diputados locales y federales, quizá, hasta gobernadores electos para
los próximos años.
¿Cuánto daño habrán de ocasionar
durante su mandato? No lo sabremos hasta el final de su periodo o, quizá, mucho
antes, porque en múltiples casos es solo un secreto a voces. Esta circunstancia
define en parte la naturaleza de la elección a la que asistimos en medio de la
bruma mediática y que hoy los vencedores buscan por todos los medios minimizar.
El 50% de la lista nominal en
promedio decidió no asistir a las urnas por múltiples razones. Algunos porque
están muertos, otros porque se encuentran en un centro psiquiátrico o de
reclusión cumpliendo una condena, pero, los más, son parte de ese segmento
crónico que siempre está lejos de las urnas.
Son a los que no les dice nada la
invitación a la fiesta cívica de las instituciones electorales y menos el de
los prohombres de la democracia. A ellos les resulta más útil un partido de
futbol que asistir a la urna a depositar sus votos.
En cambio, los que seguimos
votando, por las razones que sean, tuvimos que hacerlo sorteando las dudas
normales sobre partidos reinventados y candidatos desconocidos, y peor, cuando algunas
atmosferas estaban cargadas de olor a pólvora.
Y ahí es donde cobra sentido, el
llamado “dilema del prisionero”, esa expresión figurativa de cierto realismo de
la teoría política de la acción racional. Que situada en un contexto de
violencia que ocurre antes, durante y después de la jornada electoral plantea
el tema de los incentivos que tienen asistir a cumplir con los deberes
ciudadanos.
Ya sabemos que nuestro sistema
político descansa en una democracia electoral que en general cada tres y seis años
vive relevos en todos los cargos de representación política. Y es deber cívico de
todos los mexicanos refrendar con su voto esa rutina democrática pero la mitad
no lo cumple porque no le significa nada.
Pero, también, en reciprocidad
democrática el Estado como depositario de la violencia legitima debería garantizar
que el ciudadano tenga seguridad e incentivos para hacerlo.
Saber que los candidatos de cualquier
haya pasado bien por los filtros de pertinencia establecidos en la ley de
partidos. Que los partidos como “intelectuales colectivos” ofrezca diagnósticos
objetivos y alternativas a los problemas urgentes de la federación, los estados,
los municipios y la más humilde de sindicaturas.
Que los servicios de seguridad de
los tres niveles de gobierno estarán vigilantes de que las campañas y la
jornada electoral transcurra con la mayor tranquilidad posible. Y no menos
importante, que las instituciones administrativas y judiciales en materia
electoral rindan cuentas con absoluta transparencia para que de los cómputos surjan
gobernantes legítimos.
¿Qué mejores incentivos podría
tener un ciudadano para cumplir con sus deberes? Claro, no deberían ser otros
asociados al clientelismo, la compra y venta de votos, menos a la coacción y
muerte que ejercen los grupos criminales.
Sin embargo, hubo de todo esto en
las elecciones del 6 de junio y en cierta forma con la anuencia de las
autoridades, sea en Veracruz que alcanzó el liderazgo de muertes de personajes
vinculados a la política activa, o en Sinaloa donde hubo de todo menos
asesinatos, o en los estados, donde se activó el clientelismo recordándoles de
donde vienen los apoyos a los adultos mayores o las becas otorgadas a los jóvenes
desempleados y estudiantes o en los varios estados dónde se activaron
operativos con el fin de capturar al votante y someterlo a su coalición, partido
y candidatos.
Entonces, ya transcurrida la
jornada electoral y teniendo a los gobernantes electos, el ciudadano “prisionero”,
es testigo de su propio cautiverio de lo que en masa cultivó y tenemos por un
lado, ese mapa colorido que nos presenta el politólogo Willibald Sonnleitner,
investigador del Colegio de México, que nos ilustra a través del programa de
Carmen Aristegui sus hallazgos en el PREP y que habrán de confirmar los
resultados definitivos: Que avanzamos hacia el pluralismo político y que es
falso, al menos en la Ciudad de México, ese mapa bicolor que la divide
políticamente entre morenistas y prianistas, entre pobres y clasemedieros para
usar la expresión que más le duele al Presidente López Obrador.
Pero, que no alcanza, a ver ese
otro mapa rojo regional que ha quedado después de las elecciones concurrentes y
donde los grupos criminales han dado un paso delante capturando la operación
política y, por ende, los resultados en vastas regiones.
Aquí, también, hay pluralismo, la
idea de la federación narca que alguna vez ideó el Cártel de Sinaloa como
una forma de evitar la competencia desordenada por los mercados criminales y no
lo logró, provocando una red de enclaves con distintos nombres: Cártel de Sinaloa,
Cártel Jalisco Nueva Generación, etc. que en esta ocasión actuaron con base a
sus intereses regionales y en sintonía para “tener” su pedazo de representación
política.
Ese elemento inédito en la
historia de la relación de los gobiernos con estos poderes facticos marca un
nuevo hito que no habrá de terminar bien sino se tiene una verdadera política
de Estado y se revisa la efectividad de la política de abrazos no balazos.
En política, decía Jesús Reyes
Heroles, “no hay vacíos, porque estos siempre se llenan”, y esa es una
enseñanza renovada frente al futuro si es que queremos seguir teniendo partidos
como representación de intereses que, lamentablemente, en muchos lugares están
impregnados del olor a crimen organizado.
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