¡QUE GROSERO!

 

¡QUE GROSERO!


 

Se que para algunos puristas haber registrado como epígrafe en mi texto anterior el lenguaje “sucio” de ese personaje popular conocido como “La Gilbertona” era impropio, poco grato para el buen gusto de los miles de lectores de Riodoce. Y, quizá tengan razón, nadie se sienta a leer cómodamente una sarta de groserías sino a disfrutar de la reflexión sobre los asuntos públicos. Pero, el problema es que alguien que utiliza su popularidad en las redes sociales para promocionar un candidato con o sin pago, se vuelve parte de una estrategia electoral y el caso de marras no podría ser la excepción.

Rocha Moya fue a su domicilio a tomarse un video y luego vendrían otros más. Y más groseros, pero con el mismo mensaje a favor del ex rector de la UAS lo que lleva a la conclusión de que no es una manifestación espontanea sino calculada y dirigida a unos potenciales electores. Esos que se acumulan con la reproducción de sus videos domésticos. Y eso hace al personaje objeto de observación sociológica. Mejor de mensajes de comunicación política. Y es que este tipo de actores sociales dan cara en las campañas electorales. Sean candidatos o apoyadores mediáticos, conscientes o no.

Alguien me preguntara suspicazmente, Ernesto, ¿crees que el lenguaje de “La Gilbertona” es el del Dr. Rocha Moya?  No, al menos no en su lenguaje público, donde se ve prudente y sin exabruptos, buscando ponerse en un punto de interlocución con el potencial elector, sin embargo, eso no obsta para que en una campaña haya diversos públicos como también distintos lenguajes comunicacionales.

Y uno de ellos, es el del personaje de marras y quizá en las antípodas, estará el lenguaje culto de un académico o el del agitador en mítines que al igual que “La Gilbertona” buscarán generar votos. En ese punto de encuentro es donde está el lector de los lenguajes intrínsecos. El de los “chinga tu madre” y “vete a la verga” o el de quienes hablan con lenguaje político más elaborado con su rollo “anticapitalista” o “lucha contra la hegemonía”. O sea, hay comunicación para todos los públicos.

La cuestión es que tipo de conversación pública provocan unos y otros y cuáles son las reacciones en esos ciudadanos. Habrá algunos que atraen y otros que provocan repulsa con sus narrativas. ¿Cuál es la más eficaz? Depende de sus interlocutores.

Pero, una cosa es cierta, el nivel de debate público como el lenguaje utilizado determinan la calidad de la democracia.  Y es que, como lo diría Robert Dahl, el politólogo norteamericano que creo la figura teórica de poliarquía, el valor de una democracia se mide entre otras cosas por la cantidad y calidad de información que tiene cada ciudadano para la toma de decisiones políticas. Y si los partidos políticos y sus candidatos le apuestan más a la desinformación y a la frivolidad que a la información, literalmente estamos perdidos no sabemos que está pasando.

Una, porque los partidos políticos de acuerdo con Antonio Gramsci son “intelectuales colectivos” que conocen la realidad y deberían tener un diagnóstico más o menos exacto de ella lo que permitiría saber donde están las prioridades de acuerdo con su visión del mundo y dos, el candidato, es el mejor que puede representar el proyecto partidario. Entonces, esa confluencia es lo que teóricamente permite definir quienes serán los operadores que administrarán el mensaje político, la persuasión de los potenciales “clientes políticos”. 

Y esta reflexión me permite una última reflexión en dos dimensiones, mucho se ha hablado del neoliberalismo como economía, cómo generador de pobreza, cómo desigualdad social, pero, muy poco, o nada del llamado neoliberalismo político, donde todo se vale, con tal de conseguir los votos suficientes y generar una mayoría que permita el acceso al poder. No importa si los aliados son impresentables, si tienen partido, militancia y votos. O, si hay que recurrir a las campañas negras, o la intimidación a los adversarios.

Entonces, ¿qué puede significar subir a “La Gilbertona” al escenario con su lenguaje florido?, en un escenario donde las ideologías no han desaparecido, por más que Francis Fukuyama las haya declarado muertas, en un escenario político donde domina el espectáculo, pues mucho o nada, “La Gilbertona” tiene los dotes para atraer la atención del público con sus desplantes groseros, pero no sabemos si podrá convertirlos en votos. Al tiempo.

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