CUIDANDO A NUESTRO FRANKENSTEIN
CUIDANDO A NUESTRO
FRANKENSTEIN
Quizá, para muchos, la defensa de
la Constitución es un ejercicio vano cuando ha sido una costumbre modificarla al
gusto y necesidades de cada presidente. Y, a esta visión claudicante, quizá no
le deja de asistir cierta razón. Hace unos años leyendo el libro de Porfirio
Muñoz Ledo La vía radical para refundar la república (Grijalbo, 2010) me
sorprendí cuándo encontré un pasaje que hacía referencia a las 473 reformas que
había sufrido la Constitución desde aquellas jornadas intensas de Querétaro y que
hoy, a más de cien años está lejos, muy lejos, de lo que fue la Carta Magna
incluso, podríamos decir, que es distinta a la que sentó las bases de la
pacificación del país. Y es que, como diría un constitucionalista oficioso, así
como el “derecho no es algebra, la Constitución no es un producto divino”.
Así que cuando transitamos a la democracia
estaba claro que el dilema era reforma o nueva Constitución como un nuevo pacto
político y desgraciadamente, las élites políticas, optaron por lo primero y agregaron
lo propio provocando un verdadero Frankenstein que frecuentemente provoca
contradicciones entre el articulado constitucional y las llamadas leyes
secundarias llevando a controversias innecesarias, pedidos de interpretación
constitucional o acciones de inconstitucionalidad.
Está feo este Frankenstein, pero,
es nuestro Frankenstein y hay que cuidarlo de apetitos coyunturales mientras no
tengamos un nuevo Constituyente y, en tanto, cualquier reforma debe estar sujeta
no solo a los consensos parlamentarios sino a su constitucionalidad. Ese es el
fondo del debate sobre la constitucionalidad del artículo transitorio que busca
ampliar el periodo de vigencia del presidente de la Suprema Corte de Justicia
de la Nación.
No es una cosa menor, cómo algunos políticos lo
han querido presentar, sino busca poner un hasta aquí a esa vieja costumbre
presidencialista de que “si la Constitución no lo permite, cambiemos la Constitución,
porque no es un producto divino”, al que no se le pueda tocar ni con el pétalo
de una rosa.
Y, en todo caso, cualquier cambio,
así sea transitorio, debería ser con el mayor consenso de las fuerzas políticas
y a la luz del día, no de madrugada y en asuntos generales, cómo sucedió en
este caso vergonzoso que hoy está en manos de la propia Corte para que resuelva
sobre su constitucionalidad.
¿Qué pudo haberse evitado?
Claro, simplemente, cuándo se
presentó esa promoción en el Senado de la República a favor del magistrado
presidente Arturo Zaldívar este inmediatamente debió excusarse de ser su beneficiario,
pero, sospecho, estaba al tanto y de acuerdo, por eso guardó silencio. Y, hoy
dice, que ya no se puede por los recursos interpuestos y la Corte deberá
resolver su constitucionalidad.
En tanto esto sucede hay
reacciones en contra entre los más prestigiados constitucionalistas del país y
en la Cámara de Diputados, apareció la figura incandescente del tribuno Muñoz
Ledo, quien ha sido promotor desde hace muchos años de un nuevo Constituyente.
Su fundamento constitucional, su
elocuencia política y una fina ironía política, dejó desarmados a los diputados
de su grupo parlamentario, “pececitos”, que votaron a favor del transitorio pero
muy en especial a Ignacio Mier, líder de la fracción de Morena, quien solo pudo
articular un discurso ideológico que será una pieza de la infamia legislativa para
ser recordada por mucho tiempo: “La legalidad es un valor de los conservadores.
Los revolucionarios no tienen por qué perder el tiempo buscando el acoplamiento
de sus propósitos a los dictados de la Constitución”. Ni Lenin, ni Fidel, lo hubieran dicho mejor
Hoy, repito, la respuesta está en
manos de los ministros de la Corte para resolver sobre su constitucionalidad. Sin
embargo, el movimiento político está en marcha con la convocatoria que ha
realizado el propio Muñoz Ledo y va más allá, cuando llama a constituir el
Frente de Defensa de la Constitución y los órganos autónomos.
Muñoz Ledo argumenta: "Se
trata de que defendamos la Constitución, reflexionando y haciendo propuestas.
De defender la autonomía de las instituciones como el INE, INEGI INAI y todos
los órganos autónomos constitucionales, producto de un avance democrático en el
país que impulsamos muchos sectores".
Este pronunciamiento ha abierto
dos avenidas donde por un lado está el sector obradorista que habla de que los
organismos autónomos están capturados por los conservadores, la derecha, y eso
llama a absorber sus funciones administrativas por el Poder Judicial y el Ejecutivo
para continuar con los cambios de la llamada Cuarta Transformación; y la otra,
la que encabeza Muñoz Ledo, que es todo menos un conservador, reivindicando la
ruta trazada por nuestra transición a la democracia con el fortalecimiento de
los órganos autónomos.
En caso de lograr la pretensión del
presidente López Obrador, según Muñoz Ledo, se crearía un “país de un solo
hombre” lo que llevaría a la restauración autoritaria contra la que se luchó y
muy especialmente la izquierda democrática.
Cierto, el brote de rebelión, en
defensa de la Constitución y los organismos autónomos, aparece en un momento en
que las fuerzas conservadoras buscan recuperar lo perdido y una protesta de
este tipo la asumen como propia De ahí la apuesta de que en los próximos
comicios concurrentes haya un realineamiento electoral que favorezca a sus
partidos y provoque un nuevo equilibrio de poder representado.
Sin duda, estamos ante un dilema
histórico, por un lado, el interés de reestablecer un sistema de privilegios y
corrupción que hoy se encuentra en proceso de desmantelamiento que, dicho de
paso, se combina con los nuevos de los que nos enteramos cada día y, por el
otro, la búsqueda de sanear la vida pública, pero a costa de desaparecer de un
plumazo las instituciones de nuestra transición a la democracia, cuando lo que
nos enseñan los procesos transicionales, es que los cambios en democracia son lentos,
negociados y graduales.
Nunca, en aras del interés
público, se pueden quemar etapas y por eso, la prudencia en política llamaría a
cuidar de entrada a nuestro Frankenstein porque, en caso de no hacerlo, estaríamos
echando gasolina al fuego. Y el horno, veamos a nuestro alrededor, no está para
bollos.
AMLO, debería, dar un paso atrás,
para luego dar dos pasos hacia adelante, llamando quizá a un nuevo
Constituyente que entonces sí sepulte por la vía del consenso a nuestro cansado
Frankenstein y abra más la avenida democrática.
Comentarios
Publicar un comentario