PASIÓN Y RAZÓN (NO SE PUBLICÓ)
En la guerra y en el amor, todo
se vale, reza aquel aforismo latino, que reconvertido en la máxima hitleriana
de que la política, es la guerra por otros medios, lleva fácilmente a concluir que
en la política y en el amor, todo se vale.
Pero ¿qué tipo de política?,
acaso se trata de una de corte maquiavélico ¿dónde “el fin justifica los medios”?
qué en democracia, no debiera ser otra que el libre juego de fuerzas políticas,
las que están pautadas por las reglas acordadas y convertidas en leyes e instituciones
incluso, ¿porque no? el escándalo político sustentado como un arma de combate
para destruir al oponente y obtener votos, sin embargo, eso obliga a ir más
allá de un disparo mediático, de una intriga palaciega o un golpe bajo.
Es el viejo debate sobre pasión y
razón en política que el filósofo francés Maurice Joly dio forma en ese libro
de culto político Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu donde
pone a discutir al margen del tiempo a estos pensadores sobre el ser y el deber
ser en política.
Un debate que afortunadamente en
Occidente se ha rendido a favor de la razón, pero de vez en vez, se nos aparece
con toda crudeza y llega a poner, por momentos, a temblar el escenario de la
competencia ordenada por el poder cómo lo acabamos de ver en la sucesión
presidencial estadounidense y qué mereció ese discurso anticrisis de toma de
posesión de Joe Biden.
Cierto, mucho de ello se explica por
los medios de comunicación que buscan poner tinta roja a la contienda y elevar
de esa manera, ¿poco ético?, los niveles de audiencia pública aun cuando estos
sean sólo disparos mediáticos.
Y, eso es fácil, cuándo hay
actores dispuestos a echar toda la carne al asador con el fin de ampliar sus
posibilidades de triunfo electoral o evitar que otro, que está en ciernes o
arriba de la palestra, no alcance sus objetivos de mediano o largo plazo.
Viene, a cuento esto, por las
expresiones de Sergio Torres, precandidato del partido Movimiento Ciudadano a
la gubernatura en contra de Jesús Valdez, ex alcalde de Culiacán y actual dirigente
estatal del PRI; e inopinadamente contra Álvaro Ruelas, ex alcalde de Ahome y actual
director del Instituto Sinaloense de la Infraestructura
Física Educativa del Gobierno del Estado que a primera vista no tiene
vela prendida en este proceso sucesorio de gobernador.
A los
dos los señala como corruptos cuándo fueron alcaldes y lo hace en un tono ríspido,
airado, contundente, dando cantidades de lo robado, buscando llamar la atención,
llevar sus denuncias mediáticas -que no judiciales- a las ocho columnas, a las
mesas de análisis, hacerla vox populi, y es que al darle visibilidad a las “denuncias”
automáticamente se da su propia visibilidad y esto ocurre, en la antesala de los
registros para gobernador en las grandes coaliciones electorales.
Es una
forma de comunicación política muy a la mexicana, de romper y rasgar, que busca
generar atmosferas contaminadas por la supuesta corrupción en los gobiernos del
PRI y ahí está la clave, lo dice un exgobernante priista contra otro u otros exgobernantes
priistas.
Pero,
no solo eso, ninguno de los dos “corruptos”, tienen definido su futuro en la
baraja sucesoria, serían sólo aspirantes, entonces, sólo podría pegar al PRI
como marca y acaso a Valdés, por estar entre los posibles candidatos a
gobernador por la Alianza electoral ¡Va por México!, quien al estar en medio de
este escándalo podría restarle posibilidades y más, cuándo se engancha y responde
a los ataques con lo mismo a su antiguo correligionario político.
Y así,
en el caso de tener un efecto en la intención de voto, esto podría traer
beneficios a Sergio Torres en un segmento jacobino del electorado, pero también
a Mario Zamora quien ve los toros desde la barrera como desbarrancan a un aspirante
fuerte o el mismo Rocha Moya, quien se soba las manos en el pleito que traen
sus posibles adversarios mientras recuerda con una sonrisa socarrona la máxima “cuando
veas a tus enemigos pelear, no los distraigas” porque puede beneficiarse.
También,
la jugada de Sergio Torres le sirve al gobernador que con esta “denuncia”
contra la corrupción podría facilitarle la decisión para nombrar a un quirinista
puro como candidato de la Alianza.
En está
jugada de carambola política, consciente o inconscientemente, Torres pudiera
estar haciendo el trabajo sucio no como lo han señalado algunos columnistas que
ven el diferendo en clave de que es inexplicable la ruptura entre dos “amigos”,
dos correligionarios, dos trayectorias en el PRI, dos aspirantes a gobernar
Sinaloa.
Pero,
al margen de conjeturas y especulaciones, lo evidente es la mayor o menor
visibilidad que se le da en los medios de comunicación a los señalamientos, al
momento de beligerancia por obnubilar este momento clave en el proceso
sucesorio y el lugar que ocupa la figura del denunciante.
Y es que,
a Sergio Torres, no le queda de otra más que ser el radical de la competencia,
va a contracorriente en un escenario que se percibe viene polarizado al menos
en la elección de gobernador y eso obliga, a estrategias rudas, anticlimáticas,
para estar en la escena pública y generar una atmosfera favorable para que sean
escuchadas con atención sus posturas frente a los problemas estatales y en
especial aquellas donde ha cumplido una función pública.
Que,
dicho de paso, Torres ya ganó porque es y será el líder del partido Movimiento
Ciudadano en Sinaloa, será muy probablemente quien lo reviva, qué le devuelva
el registro local como partido político, y lo ponga en condición de competencia.
En
definitiva, lo que nos recuerda Sergio Torres es que las elecciones son guerras
de baja intensidad donde siempre está la pasión, la garra, la destrucción del
otro, y otras más dónde se combina con la razón, el imperio de los argumentos,
las propuestas ante los problemas sociales y es ahí, cuándo la política nos
trae la máxima dulzona de que, en la guerra y el amor, ¡todo se vale!
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