Coaliciones heterodoxas
En condiciones óptimas, las
coaliciones en sistemas presidencialistas deberían ser como lo señala la
Constitución por afinidad ideológica y programática, es decir, que los partidos
de izquierda se unan no solo para acumular fuerzas con el objetivo de ganar una
o varias elecciones, sino para que enarbolen un programa de justicia social y,
lo mismo, debiera suceder con los partidos de derecha, para fortalecer su
ideario más frecuente que es el fortalecimiento del llamado Estado de Derecho.
Muy, diferente, es el caso en los
sistemas parlamentarios, donde el presidente del gobierno surge de una mayoría
absoluta en la cámara de los diputados y diputadas o de una coalición de
fuerzas afines ideológicamente, que pactan un programa de gobierno para el
tiempo que dura la legislatura, sea porque concluye en el tiempo previsto o,
menos, porque ese pacto se rompe por cuestiones coyunturales o programáticas, y
por ello resulta necesario, convocar a nuevas elecciones para evitar un
gobierno de minoría, que en esa condición de solitario, poco puede hacer para
sacar adelante iniciativas de reforma sobre todo las correspondientes a los
presupuestos generales del Estado.
Viene a cuento esta reflexión,
porque en México estamos presenciando que el óptimo en sistemas presidenciales
no se cumple, y es que los partidos autodenominados de izquierda y de derecha,
o en una visión descafeinada de progresistas y conservadores, no se pliegan a
las rutinas constitucionales y perfectamente se pueden dar cruces entre ellos,
es decir, que un partido de izquierda acompañe a uno de derecha, o viceversa.
Así, por el lado de la izquierda,
tenemos a Morena que recoge la tradición progresista (comunista, socialista,
nacionalista revolucionaria, etc.) mientras converge con un partido Verde
electorero de derechas, un PES con vocación evangélica, y un PT de un maoísmo
cada día más decolorado, en tanto por el lado de la derecha, está un PRI que
siempre se ha autoubicado en el centro político, teniendo como aliado a un PRD
que en algún momento de su existencia recogía en términos ideológicos lo que
hoy tiene Morena y por el lado, de la derecha, está el PAN, o mejor, lo que
resultó del llamado neopanismo con su declive moral y político.
Entonces, en estás lógicas
transversales, el gran ausente es el programa o mejor, el programa de gobierno
se personifica o se sostiene en la idea peregrina de “quítate porque sigo yo” y
eso, en ambas posturas, tiene sus buenas y malas.
En el caso de la coalición de
Morena, mucho se ha escrito sobre los riesgos que tiene un poder personificado,
en este caso, la figura de AMLO, sus detractores señalan que va contra la
institucionalización de la vida política mientras sus apoyadores más lúcidos
encontraron que la personificación no es mala en sí mismo y que en un proceso
de cambio de régimen, es indispensable porque de otra manera esos cambios nunca
llegarían.
Y, hay una tercera postura, que
me parece es la que está ocurriendo en nuestro país, que viene siendo una
combinación de personificación con institucionalización. AMLO, dijo, en el
inició de su gestión: “tengo prisa” recogiendo aquella máxima de que gobernante
que no hace lo que tiene que hacer en los primeros años ya no lo hizo y, luego,
impulsó una serie de reformas constitucionales “para aun no estando en el
gobierno, estas quedarán para siempre” en nuestro entramado constitucional y
reglamentario.
Por su parte, la coalición ¡Va
por México!, que viene de una gran derrota moral, política, electoral, surge de
la desesperación y contra cualquier lógica coalicional, construyen una alianza
que no tiene ni pies, ni cabeza, ideológica y programáticamente hablando,
porque en su imaginario la construye sobre los errores y excesos del gobierno
obradorista, sin ser capaz de presentarse como una alternativa creíble. Nada,
tiene que ver, con la mejor tradición de estas formaciones políticas.
Vamos, no es el PRI reformador de
Luis Donaldo Colosio, ni el PAN intransigente de Manuel Clouthier o la
“revolución democrática” del PRD y Cuauhtémoc Cárdenas, no, es una alianza en
extremo pragmática, donde innecesariamente se juegan todo lo que les queda y,
sobre todo, en algunos estados, donde sus gobernantes, tiene más positivos, que
los que podría aportar la aritmética coalicional de centro derecha, como sucede
en Chihuahua y Sinaloa.
En este escenario de coaliciones heterodoxas
tenemos la experiencia de Morena en las elecciones de 2018. Ahí, como
recordaremos, la figura de López Obrador fue definitiva y se sobrepuso a las
alianzas de Morena con evangélicos, maoístas, ecologistas y a las alianzas convencionales
del PRI y el PAN. Pero ahora no estará López Obrador en la papeleta electoral, estará
quizá su sombra, pero no es lo mismo, Morena, volverá con sus aliados de 2018,
al menos en la elección de diputados y diputadas, lo cual, sin la figura de
AMLO, estará por verse su efectividad.
Lo novedoso es esa mezcla extraña
de priistas, panistas y perredistas que irán en la fórmula electoral ¡Va por
México! que no surge, ni trae, una figura envolvente como lo fue López Obrador,
sino es un acuerdo de cúpulas partidistas que buscan aprovechar un supuesto
estado de confusión que se vive en México ofreciéndole un nuevo platillo
heterodoxo pintado de rojo, azul y amarillo.
Habrá que ver si la confusión es tal,
y la gente termina por escoger el mejor entre dos platillos heterodoxos, o rechaza
a ambos, absteniéndose de las urnas, ese será el dilema que muchos se estarán planteando
al momento de cruzar la boleta electoral.
Esta descomposición del sistema
de partidos, aunque se diga que es coyuntural, llegó para quedarse un buen
tiempo. La coalición que hegemoniza Morena buscara refrendar lo logrado en 2018
y difícilmente lo alcanzara en la misma proporción. La figura de López Obrador no
es la misma, porque no es lo mismo el líder opositor, que el líder gobernante,
el poder desgasta y más en un contexto dramático como el que hemos vivido este
año que se va dejando una secuela de muerte y pobreza en un sector amplio de la
sociedad.
Pero, tampoco, es un juego de
suma cero, donde lo que pierda uno necesariamente lo capitalizará el otro
electoralmente, el desprestigio que carga la triada PRI-PAN-PRD, será su
principal adversario en las elecciones de 2021.
En definitiva, tenemos que ir a como
lo hacen los países democráticos, a un sistema de coaliciones construido sobre
la base de las identidades ideológicas y políticas aquellas que dieron razón de
ser a los partidos grandes pues, solo así, podremos fortalecer el sistema de
partidos y evitarnos estas mezclas heterodoxas claramente oportunistas.
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