LA SUERTE DEL TRAIDOR
Ser traidor, delator, es quemar
las naves de las relaciones políticamente correctas, es perder afectos,
lealtades, confianza. Es salir de la sala de los privilegios para poner en
entredicho la casa de millones de dólares; es ponerse lejos de aquellas cumbres
con los jeques árabes o los líderes de la OPEP.
Es acabar con la seguridad que da
el sentido de pertenencia a una familia, un partido, un grupo de poder, una
mafia. Es quedar abandonado en una suerte de desierto o mar abierto sin
asideros, a la buena de dios. Es volver a lo básico, lo esencial, así sea en un
hospital de alta gama con los servicios de gente VIP a la simple y llana
incertidumbre, de quedar despojado o terminar con un tiro en la cabeza.
Así, esté o no enfermo del
esófago, o tenga o no una anemia desfalleciente, su estado es frágil pues depende
de la generosidad de sus enemigos. Que ahora es lo de menos cuando se está en
el territorio del estrés, esa intranquilidad que baja las pilas y resta horas al
sueño. Son esas noches largas mirando el techo limpio de telarañas y donde ya
eres capaz de reconocer las ligeras fisuras que pudo haber dejado el último
temblor en la Ciudad de México.
Es estar buscando armar una
estrategia en el filo de la navaja. Salomónica, esperanzadora, de manera que
dentro de lo perdido lleve a aceptar lo que aparezca. Y es que ya no se trata
de salvar esa verdad esgrimida durante los años de jauja, cuando se decía que en
México todo iba bien y a mejor, sino salvar años de vida en libertad y volver a
beber tranquilamente un vino de la Borgoña mirando el lago Bodensee en la
Constanza alemana.
Que, además, alcance esa
tranquilidad propia a otros miembros de la familia Lozoya. Cómplices
solidarios, o cómplices completos, según señalen las pesquisas judiciales. Sean
de Alemania, España o México. Y la ruta de salida es clara, delatar, delatar,
aquellos que con él se beneficiaron y acumularon fortunas con los negocios de
Odebrecht, Altos Hornos o el huachicol de Pemex.
Aquellos que hoy salen a pedir
¡pruebas, pruebas!, ¡el que acusa está obligado a demostrar!, a curarse en
salud con una auto expiación de culpas que llama a recordar aquellos días risueños
que han vuelto en forma de tempestad y que traen carga de intimidación y suenan
a temor, huelen a una larga temporada de cárcel. Que esa expiación de culpas nada
tienen que ver con la justicia sino buscan modular la resonancia de la opinión
pública.
Una opinión pública irritada por
el cinismo y la desvergüenza de quienes hoy están sentados en una tertulia de
televisión, o radio, de una portada del diario Reforma o el New York Times. Que
irá sumando en la medida que salgan la evidencia que Lozoya dice tener bajo
buen resguardo, qué es su tabla de salvación y qué le permite hoy llevar su
pena en una habitación hospitalaria VIP.
Y, para haberlo logrado, seguramente
enseñó algo a la Fiscalía General y está buscara administrar con criterio jurídico,
pero sin duda con consecuencias políticas. Sea en el terreno de los contrapesos
mediáticos y a mediano plazo en el terreno electoral.
Así es la política en todas
partes, porque esta es juego es suma cero. La oposición partidista está
desarmada sin necesidad de esperar el juicio final porque la gente ya decidió
quien es el culpable y por eso llama a risa Alejandro Moreno, dirigente
nacional del PRI, que sale a decir seguro, con la contundencia de un soplo de
aire: “Lozoya nunca ha sido militante del PRI”.
O, mejor, quienes son los
culpables del desfalco, el anti-México de cuello blanco, los que añoran los
buenos ayeres y atizan para un pronto regreso a los negocios generosos de la
política mexicana. Esos que nutren el principio bíblico priista de Hank
González: “Político pobre, pobre político” y, que subsume, este nuevo escándalo
político de la elite corrupta, ladrona de esperanza, asesina de futuro nacional.
Lozoya, entonces, es un nuevo
capítulo de ese escándalo continuado que empezó en la FIl de Guadalajara en 2011,
cuando el candidato Peña Nieto no pudo mencionar los tres libros que habían
marcado su vida de político y continuó con la Estafa Maestra, hasta llegar a
julio 2018, cuando llegó el mensajero a cobrar la factura y llevó a la
presidencia a López Obrador al archienemigo de todos ellos.
Y, claro, si los escándalos
sirven para ganar elecciones habrá que doblar la apuesta, la dosis en este año especialmente
complicado y antesala del año donde estará en juego la mayoría de la Cámara de
Diputados.
Al fin y al cabo, hay varios
políticos haciendo cola, viviendo la incertidumbre mientras otros hacen maletas
y vacían sus cuentas bancarias. Están en capilla Genaro García Luna, Tomás Zerón,
César Duarte y ahora a ese escaparate de la ignominia pública se suman Enrique Peña
Nieto, Ricardo Anaya, José Antonio Meade, Ernesto Cordero y Luis Videgaray. Y
el miedo, tiene aterrorizados a Vicente Fox y a Felipe Calderón.
¿Qué la lucha contra la
corrupción podría llevar a Morena a volver a ganar las elecciones? Es
impredecible en un momento tan dramático como el que estamos viviendo, sin
embargo, tarde que temprano la gente va a buscar culpables de su situación personal,
familiar, la caída cómo país, pero sin duda el tema, podría ser un factor decisivo
siempre y cuando se armen bien los expedientes y veamos a la fiscalía ir
haciendo detenciones que muestren que la ruina nacional tiene nombre y
apellido.
Ese es el capital que AMLO y
Morena tienen para explotar de aquí al verano de 2021 y si la gente percibe que
es puro fuego de artificio podría empezar el final de la 4T. Ahí, está, como un
adelanto el alto número de indecisos en las encuestas de intención de voto en
la Ciudad de México.
Quizá, por eso, AMLO es el más
interesado que suceda y tomar la foto de ingreso a penales federales de la
primera remesa de delincuentes de cuello blanco. ¿Habrá suficiente material
documental sobre los delitos y sobornos? ¿Será suficiente lo que pueda
acreditar Lozoya Austin o tendrá otra parte, propia, la Fiscalía? ¿Será que la
estrategia de Baltazar Garzón terminará poniendo a su cliente en la calle y por
rebote a los que serán acusados por el propio Lozoya?
Son las grandes interrogantes que
muchos observadores se están haciendo mientras Lozoya sigue viendo el techo de
su habitación y aspira los aromas y humores de la clínica hospitalaria. Sabe
que su suerte y la de su familia, depende de la calidad de información, de su
capacidad para documentar, lo que hasta el diario Reforma pone a ocho columnas,
pues de no satisfacer al juez podría terminar siendo el chivo expiatorio de
toda esta trama de corruptelas que han tenido un alto costo para las finanzas
de nuestro país.
El traidor, el delator, el
chivato de cuello blanco, sobre el que muchos están atentos a lo que pueda
estar aportando, diciendo para integrar el expediente criminal.
En definitiva, cómo escribirían
Denis Jeambar e Yves Roucaute, autores del libro excepcional Elogio de la
Traición, que nadie se sorprenda con la negación pues es parte del quehacer en
política. Salvarse sacrificando a otros. Es la suerte del traidor.
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