LA CRISIS QUE TENEMOS EN PUERTA
Cualquiera que haya estado atento a la evolución de los contagios y fallecimientos de sinaloenses podrá ver que la recta es ascendente y hasta la noche del pasado miércoles, estaban reconocidos que, desde el 28 de febrero, hasta ese día, se habían detectado en el estado 11 mil 839 contagios y había un acumulado de mil 929 fallecimientos sin contar ese gran número de portadores asintomáticos del virus.
Tendríamos con esos datos oficiales un índice de letalidad aproximado
del 14 por ciento y eso, es muy alto, está por encima del 11 por ciento de la
media nacional reconocida oficialmente, y obliga al gobierno a redoblar
esfuerzos para bajarla sea por la vía del convencimiento ciudadano o mediante
un mayor flujo de dinero público en los servicios de salud, salvo que este termine
por aceptar la irremediable pérdida de decenas de miles de vidas humanas, como
sucede en cualquier guerra, y esperar que la pandemia sola cierre su propio
circulo natural cómo ha sucedido con otras o llegue algún día a todos la vacuna
salvadora.
Y es que, de no corregirse la tendencia en los próximos
semanas y meses, seguiremos incrementando el número de contagios y superaremos en
Sinaloa muy pronto los 2 mil muertos por el virus Covid-19 y eso significa dolor,
mucho dolor e impotencia, cuando vemos el comportamiento errático del promedio
de la gente.
Si, de los sinaloenses que, quizá, fastidiada de tanto
llamado a mantenerse confinado en su casa ha decidido tomar sus riesgos y salir
a la calle como supermán a enfrentarse con sus defensas inmunológicas al
maldito bicho, total para eso está la justificación necrológica tan mexicana: “de
algo me tengo que morir”.
Y, vale ese ejercicio de libertad, de ir cómo David a luchar
contra Goliat, siempre y cuando en la mayoría de los casos no fuera con cargo a
los contribuyentes presentes y futuros. Sea porque una pandemia de esta
magnitud es altamente demandante de recursos públicos o porque tarde, que temprano,
se contrate deuda cuando lo recaudado sea insuficiente para cubrir las
necesidades de la emergencia sanitaria.
Veamos, el presupuesto de salud, de acuerdo con documentos
oficiales del gobierno del Estado tiene dos fuentes: la federal que este año asciende
a 456 millones 471 mil 578
pesos y está distribuido en dos ramos: El ramo 12 de servicios de salud que tiene
asignado 414 millones 827 mil, 551 pesos y el ramo 33 correspondiente al Fondo
de Aportaciones y Servicios de Salud (FASSA) que alcanza 41 millones 664 mil 027
pesos.
También está el presupuesto aprobado por el Congreso del Estado para
el sector salud que asciende escasamente a 70 millones 782 mil 336 pesos y contrasta
con la generosidad de los diputados de asignar una bolsa social de 214 millones
de pesos para “trabajadores precarios” del sector salud más 25 millones de
pesos para la “compensación salarial” de trabajadores del Hospital Pediátrico,
y 15 millones de pesos al programa de mejoramiento salarial a personal
administrativo y de salud de los centros penitenciarios de Culiacán, Mazatlán y
Ahome.
O sea, prácticamente de cada seis pesos presupuestados
en salud para este año, cinco de ellos fueron a parar a la “precariedad y
compensación” laboral. No está mal, la gente necesita mejores ingresos por su
trabajo, pero evidentemente también los necesitan los servicios de salud y, por
lo tanto, muestra donde estuvieron las prioridades de los diputados.
Ahora bien, de acuerdo con la asignación de los
recursos federalizados en materia de salud esos mismos documentos exhiben un
manejo ordenado en el primer trimestre. Sin, embargo, hay que considerar, que
si la pandemia empezó a manifestarse a finales de febrero solo marzo tiene que
ver con la emergencia, con el gasto fuerte, las campañas anti Covid, el
equipamiento de los hospitales y del personal de salud y los insumos que
notoriamente han sido insuficientes como lo demuestran las colectas de la
sociedad civil o esa rodada de decenas de ciclistas que fue encabezada por Rosy
Fuentes, Presidenta del DIF estatal, y que vimos venir exitosamente de Culiacán a
Mazatlán.
Entonces, lo que es altamente probable es que a
partir de abril -cuando se inaugura el segundo trimestre y la fase más fuerte
de la epidemia- la exigencia de mayores recursos haya ido en aumento. Y aquí
hay de tres, una que consuma más rápidamente la partida federalizada de salud, que
se desvíen recursos de renglones no prioritarios sobre todo aquellos que tienen
que ver con obra pública y los subsecuentes problemas de administración de
recursos o qué el gobierno contrate deuda para contrarrestar la epidemia.
Al parecer la salida preferente la tienen en el
manejo de los recursos federales, pero estos son finitos, se acaban y están etiquetados
y calendarizados, y más si se mantiene la tendencia ascendente de contagios y
muertes, según mis cálculos de un bisoño en estos asuntos, podrían agotarse
antes de septiembre, y eso irremediablemente, llevara a una mayor gestión de
recursos, a estrategias recaudatorias y finalmente a la contratación de deuda
pública.
No está fácil, y peor todavía, cuando las perspectivas
económicas están en números negativos, recesivos, y esto anuncia una caída de
la recaudación federal y de los estados, que prefigura un escenario financiero catastrófico.
Salvo, lo dudo, que se reduzcan significativamente los contagios y empiece una
lenta pero sostenida recuperación que se ve verde de aquí a fin de año.
Y, cómo adelanto, ahí están los datos, en
Sinaloa se han perdido más de 60 mil empleos formales que representan aproximadamente
el 10 por ciento de la planta laboral hasta antes de que llegaran los despidos
permanentes y estacionales, y entre los informales, podría ser peor la caída, es
el sector más desprotegido y expuesto a los contagios por realizar su trabajo frecuentemente
en espacios públicos y de mucha concurrencia de personas.
En definitiva, Sinaloa camina directamente a un
escenario catastrófico, no se ve en el corto plazo que la situación vaya a
mejorar pues todos los indicadores van en sentido contrario, y lo mismo sucede con
la mayoría de los sinaloenses que pese a la insistencia de los llamados
sociales e institucionales a confinarse y usar el cubrebocas está decidida en
correr su propio riesgo y construir su propia normalidad, o sea, la de siempre
del abrazo y el beso.
26/07/20
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