CHUY TOÑO, UN POLICIA DE NUESTRO SISTEMA
Reflexionar sobre figuras
públicas tan controversiales cómo la del recién desaparecido Jesús Antonio
Iñiguez, mejor conocido en los medios de comunicación como Chuy Toño, nos
remite inevitablemente a buscar respuestas en la naturaleza del sistema
político al que prestó servicios y el que a cambio le reditúo poder y
protección.
Aquel sistema dual donde, por un
lado, están los políticos con sus discursos públicos que proclaman un orden constitucional
y reglamentario cada día más sólido, impermeable, pero en privado admiten que no
es tal y el poder llega a estar más allá de las instituciones y la
representación política.
Vamos, que hay poderes fácticos, híbridos,
que llegan a estar por encima de lo que establecen nuestros ordenamientos
jurídicos y qué no se pueden desatender a la buena de dios, pues están y
seguirán estando, en la vida pública, ejerciendo presión por distintos medios
para proteger sus intereses.
Esa extensión del poder institucional
pesa y mucho, al grado que el poder institucional llega a parcializarse, tolerarse,
pactarse o colaborar con él para garantizar mínimos de gobernabilidad y poner a
salvo los intereses de los políticos o el tejido abigarrado de intereses que
terminan dando un sello singular a nuestro sistema político.
Así, la desaparición de este
personaje estratégico en la política de seguridad pública durante los gobiernos
de Juan Millán y Mario López Valdés, va más allá de los cargos oficialmente detentó
en la esfera pública, de un currículum excepcional con reconocimientos de dentro
y fuera del país o de un liderazgo construido a golpe duro de mando.
Aquel desempeño que le permitió recibir
una pensión generosa por la anterior legislatura y la que hace unos meses lo opacó
con las revelaciones en el juicio a Joaquín El Chapo Guzmán que se celebró en la
Corte de Brooklyn, mismo que seguramente será soporte en el juicio contra Genaro
García Luna y que nos lleva a aceptar que el paso de Chuy Toño por la operación
de justicia no podía estar fuera de ese engranaje del poder dual.
Para decirlo suavemente podría
ser uno de los puentes indispensable para garantizar la persistencia de esos
intereses y esos mínimos de gobernabilidad local que necesitamos todos. El de
los equilibrios que frecuentemente se tensan con el traca-traca del día o la
noche. Y es que vivir en un estado con un poder compartido, en una cohabitación
de poderes institucionales y criminales, exige actores y canales permanentes de
comunicación para evitar que las cosas se salgan de control, cómo sucedió en
Culiacán el pasado 17 de octubre de 2019.
Y es donde personajes como Chuy
Toño cumplen de acuerdo con la narrativa de Brooklyn, un papel clave de
intermediación silenciosa pero sostenida en acuerdos paralelos. Imaginemos por
un momento, si todo lo dejamos en manos de la ley de unos operadores intimidados
o corrompidos, seguramente nuestra circunstancia cotidiana sería otra, más errática,
más violenta.
No se trata de hablar bien o mal de
quien no cabía en la figura de “blanca paloma”, que describió el panista Alejandro
Higuera siendo alcalde de Mazatlán y quién avaló su designación como flamante
responsable operativo de la seguridad pública del estado. Se trata en todo caso
de situar esta actuación en un estado, o mejor en un país, dónde el crimen
organizado llega por momentos a rebasar o
cooptar a los representantes políticos mientras se expande territorialmente -Ahí,
está, cómo reacción, la reversa que esta semana ha dado AMLO en materia de seguridad
pública cuando muy a pesar o por eso de la pandemia que asola al país y qué
llama al recogimiento hogareño, el número de homicidios dolosos sigue en alza y
se ve obligado a poner en el centro de su estrategia al Ejército y a la Marina.
Entonces, Chuy Toño que fue
reconocido como un “súper policía” en Sinaloa y si asumimos cómo válido lo que
se ha vertido sobre él, cumplía funciones específicas y esto siempre deriva en poder
y protección, basta ver la que acumuló García Luna y que lo ha llevado a la
mazmorra donde se encuentra en NY y desde dónde pide clemencia para no ser
contagiado por el Covid-19 cuando paradójicamente pudiera caer sobre él cadena
perpetua.
Claro, lo deseable, es que el
imperio de la ley sea la guía de nuestras conductas en todos los niveles, pero
se imponen las rutinas de una cultura de la ilegalidad, de transgresión de la
ley. La realidad de todos los días tiene otra narrativa y es la que como
sociedad no nos gusta ver o la reducimos al murmullo, a esas pequeñas historias
que todos conocemos y contamos fascinados frente a una cerveza y un plato de
camarones.
Joseph Fouché, el ministro de
policía durante el gobierno del emperador Napoleón Bonaparte, alguna vez escribió
“los gobiernos pasan y las policías quedan”, lo que es una verdad digna de ser
enmarcada y puesta en una pared de cada estación de policía para recordar que
incluso en estados de excepción siguen cumpliendo funciones según sea el régimen
político.
Habrá, entonces, quien se
pregunte con agudeza y perspicacia si Chuy Toño fue tan útil a ese sistema
que persiste: ¿porque se le jubila y se le saca de circulación? La respuesta se
encuentra en lo general por la rotación de las elites políticas y los
compromisos de estas, pero en lo particular por el desgaste mediático que
tienen este tipo de figuras y en el caso de nuestro personaje por las amenazas que
me dicen alguna vez llamó “hacer cola” si querían acabar con su vida, pero si bien
no lo alcanzó si a dos de sus comandantes que fueron asesinados en Los Mochis y
Culiacán.
Ahora, estarán otros, haciendo
ese trabajo quizá con menos exposición pública pero la historia de este sistema
de relaciones sigue construyéndose todos los días e irradiándose con su estela cotidiana
de violencia. Sean asesinados o desaparecidos. Eso no parece distinguir y tampoco
importar mucho salvo para la estadística gubernamental cuando es “normal”, cómo
lo reconocería imprudentemente el gobernador Jesús Aguilar Padilla.
En definitiva, la desaparición
repentina de Chuy Toño, deja varias enseñanzas entre ellas que el poder
llega ser tan efímero cómo circunstancial es la vida y la muerte; qué el sistema
tiene una gran capacidad de renovación de sus élites y si hoy son unos, mañana
serán otros, pues lo que importa es la persistencia de los intereses que subyacen
y eso hace suponer que este personaje fue solo una pieza coyuntural que prestó
servicios y de que no era una “blanca paloma”, ni duda cabe en esos cargos
públicos.
¡Descanse en Paz!
17/05/20
Comentarios
Publicar un comentario