Sinaloa: el puente y la van blanca
Sinaloa: el puente y la van blanca
Ernesto Hernández
Norzagaray
La escena era dantesca. En un
puente de una de las carreteras del norte de Culiacán estaban cuatro cuerpos
decapitados y colgados balanceándose inermes entre las sombras de la madrugada
del domingo pasado sorprendiendo a los que todavía se atreven a transitar por
esos rumbos en esas horas manda el silencio.
Abajo, estaba un manto de sangre
cuajada, que se perdía en el negro del asfalto como el rastro mimético de las
lluvias de verano. Pero no era todo. A unos pasos de esta escena ya de por si escalofriante
se encontraba abandonada una camioneta blanca, tipo Van, único testigo mudo, silencioso,
de lo sucedido esa noche entre los cerros y sombras nocturnas.
Algo palpitaba y no era,
precisamente, el sonido del motor, que había dejado de funcionar seguramente desde
algunas horas. En la cabina estaban dieciséis cuerpos masculinos apilados -uno
de ellos, decapitado-, que ofrecía una imagen tortuosa digna de la obra plástica
del hiperrealista Peter Brueghel, El Viejo, que se inmortalizó por sus estampas
desconsoladoras sobre El Juicio Final.
Imagino por un instante los
rostros, emociones y sentimientos encontrados del personal de la fiscalía
cuando tuvieron que bajar los cuerpos suspendidos en el aire y sacar uno a uno de
la cabina para ser llevados a los servicios forenses de la capital del estado
donde al momento de escribir no se conocen los nombres de la mayoría de ellos
por un comprensible exceso de trabajo.
A los días leo en la prensa
nacional que en Sinaloa se reconocen oficialmente mil 552 homicidios dolosos acumulados
desde el 9 de septiembre pasado cuando empezó esta guerra entre las principales
facciones del Cártel de Sinaloa -209, solo en junio.
Aunque, para ser exacto, todo
empezó el 25 de julio, con el secuestro y extradición a EE. UU. de Ismael El
Mayo Zambada, más, las muertes, que ocurrieron en el coto culichi de Huertos
del Pedregal.
Y es que poco sabemos de lo
ocurrido entre ambas fechas. Solo que desde entonces la movilización de fuerzas
de seguridad federal ha sido constante y para ir no muy lejos esta semana se
sumaron mil 500 nuevos elementos que transitan disuasoriamente por las
carreteras, caminos y avenidas del estado, sin que, por ello, dejen de ocurrir balaceras
y nuevas víctimas como las ocurridas el martes en el municipio de Navolato con
muertos y heridos.
Estos sucesos trágicos y, otros
en distintos estados, se dan en medio de la batería de reformas en materia
judicial que dan al sistema de seguridad más herramientas para perseguir a los
delincuentes lo que para analistas críticos significa la puerta de entrada al
“gobierno espía” que conculca derechos hasta ahora consagrados en la
Constitución generando incertidumbre política y social.
Esto lleva hacer preguntas
razonables ¿hasta donde la violencia criminal llega a ser funcional a un
régimen que paulatinamente avanza hacia una autocracia? ¿hasta donde anima a
endurecer el régimen y restringir libertades públicas?
Exploremos. La espiral de
violencia criminal que se vive prácticamente en todos los estados de la
federación tiene distintas manifestaciones entre ellas una disputa del espacio
político que se expresa en gobernantes con presuntos vínculos con el crimen
organizado que ha derivado en compromisos y protección; así mismo, una disputa
por el espacio público que se manifiesta en una constante confrontación entre las
fuerzas del sistema de seguridad nacional y la de cárteles, que lo mismo operan,
en el mercado de las drogas, como en esa larga lista de delitos que se renueva periódicamente
y ha identificado y documentado con precisión Edgardo Buscaglia para organismos
internacionales.
Y esto, ha disparado los niveles
de zozobra en una ciudadanía que ha pasado del asombro al miedo, terminando por
normalizarlo como parte de su vida cotidiana que se traduce en un cambio de
rutinas y el recogimiento en el ámbito de lo privado que nos recuerda en
mayúscula la expresión de Jacobo Zabludovsky cuando preguntaba: Son las 10,
¿sabe dónde están sus hijos?
Esta circunstancia anómala que
podrá tener explicaciones en el pasado político, en el ejercicio de poder de los
gobiernos de la hoy oposición, reclama, en democracia, de acuerdo el manual del
buen demócrata es más democracia, más participación, más información, más debate.
Y esto no ocurre, por el
contrario, tenemos menos democracia más centralismo en la esfera de los poderes
públicos y la entrada en lo que alerta Anne Applebaum, periodista estadounidense
ganadora del Premio Pulitzer: “Unas sofisticadas redes compuestas por
estructuras financieras cleptocráticas, cuestionables servicios de seguridad y
propagandistas profesionales” (léase Autocracia S.A. Debate).
Vamos, autocracias que se mueven con
distintos ropajes ideológicos y religiosos, donde no hay diferencias entre las de
izquierda o derecha. O bueno, si las hay, en unas hay contrapesos y en las
otras no.
Entonces, el horror de esas escenas
dantescas del puente y la Van termina siendo la coartada perfecta para el
endurecimiento del régimen, paradójicamente, incubado en la ausencia de
gobierno el mismo que ahora “nos salva”.
En los llamados territorios de
silencio, no hay duda, terminará imponiéndose esa mezcla de intereses en
ascenso y que se manifiestan a través de los “nuevos poderosos” de los que nos
enteramos a través de escándalos financieros, adquisiciones millonarias,
tráfico de influencias, ricos de nueva generación y cómo eso causa bochorno,
prurito moral, o molestia simple y llana, viene la idea de la censura.
Ya en marcha actos en algunos
estados con mayor o menor arrogancia y tarde, que temprano, terminara siendo
parte de la arquitectura jurídica nacional a través de “leyes” ad hoc.
En definitiva, las imágenes
inquietantes de Culiacán quedan para la historia trágica de Sinaloa con su aura
de temor, miedo, incertidumbre, que han ensombrecido la vida cotidiana de todos
los habitantes y por eso, muchos sinaloenses, están huyendo, mientras otros la
piensan para no llegar por el miedo que provocan los puentes y las Van.
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