Gilberto Bosques Saldívar, el Schindler mexicano

 

Gilberto Bosques Saldívar, el Schindler mexicano

 

Ernesto Hernández Norzagaray

¿Qué cinéfilo no recuerda la extraordinaria película de Steven Spielberg que lleva por título, La Lista de Schindler? Y es que es una de esas películas que no se olvidan, porque son un verdadero canto a la solidaridad humana. A la lucha contra el horror y el olvido. Vamos es una reivindicación de personajes excepcionales que en un momento decisivo actuaron al punto de poner en juego su propia vida.

Es Oskar Schindler, pero, para fortuna nuestra hay un mexicano relegado en la historiografía oficial y quien, como Schindler, puso en riesgo su vida, la de su familia y sus colaboradores. Se trata del poblano Gilberto Bosques Saldívar (1892-1995), revolucionario, congresista, educador, periodista, escritor, diplomático y, sobre todo, humanista y patriota. Que continuó la obra diplomática de Isidro Fabela, Narciso Bassols y Luis I. Rodríguez (véase https://elpais.com/politica/2012/11/22/actualidad/1353542637_397026.html.

Recordemos que el presidente Lázaro Cárdenas en 1939 lo designó Cónsul General en París cuando la República Española caía ante el embate franquista y estallaba la guerra en el resto de Europa.

Su misión diplomática principal era auxiliar a los republicanos españoles que huían hacia Francia, buscando un lugar donde establecerse. Ya en Francia, este poblano, intenta establecer el consulado en Bayona, seguramente pensando que desde ese lugar fronterizo con España sería más fácil ayudar a quienes huían, pero no encontró las facilidades y el Consulado se instaló en Marsella, donde, la mayor dificultad logra salvar la vida de aproximadamente 40 mil refugiados republicanos, judíos franceses, libaneses, entre ellos, líderes políticos europeos de oposición y miembros de la resistencia antifascista.

Quien escribe, como la mayoría de los mexicanos, no sabía, de este mexicano excepcional. Así que me di a la tarea de buscar más información para tener un retrato lo más cercano a él y a su labor diplomática. Me encontré con un personaje sencillo que muy joven salió un día de Chiautla de Tapia, un pequeño pueblo ubicado al suroeste del estado de Puebla, para participar en la rebelión que Aquiles Serdán escenificó el 20 de noviembre de 1910. Con sólo 18 años milita al lado del maderismo y, más tarde, en el constitucionalismo triunfante para iniciar una carrera en la administración pública.

En 1934, es nombrado presidente del Congreso de la Unión y le toca responder el Primer Informe de gobierno de Lázaro Cárdenas. Era un cardenista convencido de las políticas sociales. Lo que le gana el aprecio del general y cuando termina su encargo de diputado le tiene asignadas otras tareas, entre ellas, trasladarse a Francia con su representación.

Para ayudar a los perseguidos políticos alquila en Marsella los castillos Reynarde y Montgrand, donde llega a albergar a 800 refugiados, en su mayoría republicanos españoles que estaban a la espera de salir hacia México y que la habían pasado mal (Véase la novela de Jordi Soler: Los rojos de ultramar).

En tanto, esto ocurría, el consulado buscaba satisfacer sus necesidades, incluso las de ocio, mediante distintas actividades que iban desde la música al box; de la natación al teatro.

Asiló, además, en el castillo de Montgrand a más de 500 niños y mujeres rescatados de campos de concentración que fueron puestos al cuidado de médicos y pediatras.

En aquellos castillos “mexicanos”, la gente llevaba una vida hasta cierto punto relajada, mientras las tropas nazis ocupaban y destruí­an ciudades europeas. La actividad consular era incesante y llena de pasión. Así que cuando algún fugitivo del franquismo caía preso y estos lo sabían, los diplomáticos mexicanos hacían de detectives para ubicarlo, gestionar su liberación, visarlo y conseguir un salvoconducto para que pudiera ser liberado (a veces, nos dicen las crónicas “a la mexicana”, sobornando a los celadores franceses para que liberasen a quienes los alemanes consideraban de “alta peligrosidad”).

Tal fue el caso de Max Aub, escritor, político y diplomático socialista, encerrado en un campo de concentración en Vernet. Un dí­a la puerta de su celda se abrió y un hombre ataviado de gabardina llegó por él. Max Aub pensó que había llegado el momento de morir y quedó sorprendido cuando el visitante le preguntó si se encontraba bien y lo abrazó con sincero afecto: era Gilberto Bosques. Lo liberó y lo salvó de nuevo meses después, cuando volvió a caer preso en el norte de África. En esta ocasión el diplomático lo rescató moribundo y le consiguió un pasaporte falso para embarcarlo a México.

Estos diplomáticos mexicanos viajaban frecuentemente a los puertos de Marsella o Casablanca, acompañando grupos de prófugos enfilados a México, Estados Unidos o el Caribe, evitando así que los alemanes o franceses los detuvieran en el último momento por falta de documentos. Desde Marsella, el cónsul mexicano, tuvo que hacer frente al hostigamiento de las autoridades proalemanas, la Gestapo, al gobierno del dictador Franco y la representación diplomática japonesa, que tenía sus oficinas en el mismo edificio de la delegación mexicana. El cerco se fue estrechando y México se ve obligado a romper relaciones diplomáticas con el gobierno de Vichy a través de una nota diplomática que presentó Bosques ante el general Pétain.

Poco después el consulado fue tomado por tropas de la Gestapo, donde detuvieron y confiscaron ilegalmente el dinero que la oficina mantenía para su operación. Bosques, su familia y el personal del consulado —43 personas—, fueron trasladados a Amélie-les-Bains en los Pirineos orientales. Después, violando todas las normas diplomáticas, se les llevó a Alemania, al poblado de Bad Godesberg, cerca de Bonn y se les recluyó en un hotel-prisión. Reacio a dejarse vencer en lo anímico, el diplomático organizó conferencias e incluso una ceremonia del Grito de Independencia (el 15 de septiembre de 1942).

Es memorable la carta donde se dirige a sus captores para recordarles que México se encuentra en medio del conflicto bélico y por lo tanto: “todo el personal mexicano se sometería al reglamento […] porque México estaba en guerra con Alemania y por ello, éramos prisioneros de guerra. Que podía estar seguro de que no pediríamos ninguna excepción, ninguna gracia sobre esas disposiciones, pero que tampoco aceptaríamos ningún trato vejatorio, como acostumbraban, con los prisioneros”.

Después de poco más de un año, los mexicanos fueron canjeados por prisioneros alemanes, y Bosques regresó a México en abril de 1944 donde fue recibido entre vítores por miles de refugiados españoles lo esperaban en la estación de ferrocarril. Una crónica periodística de la época dice: “El júbilo de la multitud zumbaba en el andén de la estación ferroviaria. Lo cargaron en hombros, como si con ello agradecieran al México generoso y libre al que ellos exaltaban en la persona de Gilberto Bosques”.

Bosques tras la guerra fue designado embajador en Portugal, Finlandia y Suecia y embajador en Cuba cuando triunfó la Revolución y se hizo amigo personal de Fidel, y Raúl Castro Ruz y Ernesto “Che” Guevara. No obstante, así como había defendido a los perseguidos del dictador Fulgencio Batista lo haría con los generados en los procesos de La Habana.

Bosques renuncia al servicio diplomático en 1964 cuando su paisano Gustavo Díaz Ordaz llega a la Presidencia de la República y falleció en 1995, cuando tenía 103 años. En el México de hoy persiste un enorme acervo de nombres y apellidos españoles, austriacos, franceses, judíos y libaneses a quienes Gilberto Bosques Saldívar les obsequió no sólo la libertad, sino el cobijo mexicano. Ha sido homenajeado dentro y fuera con particular reconocimiento.

En junio de 2003, llevó al gobierno austriaco a colocar su nombre a una de las calles del distrito 22 de Viena. A mediados de 2007, la comunidad judía, le rindió un reconocimiento por su labor a favor no sólo de los miembros de este sector de perseguidos, sino por todos aquellos que fueron favorecidos y lograron salir de una Francia convulsionada por la invasión germana (léase, para documentar esa presencia indeseable, el revelador libro La Guerra del Vino, de Don y Petie Kladstrup).

En 2009, cuando se cumplieron 70 años de su nombramiento de cónsul, el Museo Histórico Judío y del Holocausto de la Ciudad de México presentó su exposición fotográfica “Gilberto Bosques: un hombre de todos los tiempos”. En el verano de 2013, la Fundación Humboldt le rinde un homenaje. Ese mismo año el Senado de la República le rindió un homenaje con una exposición que consta de más de 100 fotografías y documentos que ilustran distintos momentos de la vida y el legado del Schindler mexicano.

No era, para menos, sobre todo, cuando en la política interna fue pionero en la defensa de la reelección legislativa y como diputado un importante crítico de los Tratados de Bucareli que Álvaro Obregón signó con Estados Unidos y que condicionaban el reconocimiento estadounidense a la no retroactividad del artículo 27 constitucional sobre todo en materia petrolera.

En definitiva, estamos ante una figura excepcional como lo fue Alfonso García Robles, no sólo para México, también para el mundo y mal hace, la historiografía oficial, en no tenerlos como ejemplo de nuestra política exterior por su compromiso con las libertades y la justicia.

Una primera versión de este texto se publicó en noviembre de 2015 en el diario sinaloense Noroeste.

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