EL LENGUAJE ‘STAY WOKE’
EL LENGUAJE ‘STAY WOKE’
Ernesto Hernández
Norzagaray
Queremos de
regreso a la Dra. Guadalupe Dobler
a 8 días de su desaparición en Mazatlán.
Defendido por la izquierda,
rechazado por la derecha, este lenguaje novedoso expresa una de las nuevas modalidades
del debate político contemporáneo y tiene en el centro la discusión sobre la
inclusión, los prejuicios y el desafío a las estructuras tradicionales de poder
y discriminación.
El origen político de la
expresión stay woke (‘mantente despierto’, en español) es relativamente
nuevo pues se activa en el nuevo ciclo de las luchas contra el racismo en los
Estados Unidos de Norteamérica y por su radicalidad ante un statu quo conservador
y violento, rápidamente fue asumido por las izquierdas de las democracias
occidentales como una alerta contra cualquier forma de desigualdad social en
relación con razas, género, orientación sexual o minorías.
Y aunque no faltan quienes lo ven
o usan como una moda en la forma de hablar, incluso, como una suerte de caló
renovado, de sectores sociales no necesariamente marginales sino de clases
medias universitarias.
No es moda y, menos, entre los
afroamericanos que lo han utilizado para crear conciencia sobre sus vidas y luchas
contra la discriminación, la persecución y los tiroteos y golpes policiales que
sufren con frecuencia los miembros de sus comunidades.
Por ejemplo, el movimiento woke
tomó un nuevo brío en agosto de 2014, cuando fue asesinado el joven Michel
Brown por un policía blanco en Ferguson, Misuri y eso, provocó, en distintas
ciudades estadounidenses manifestaciones, protestas y enfrentamientos violentos
entre la población negra y la policía, incluso, la intervención directa del
entonces presidente Barack Obama y un pronunciamiento enérgico contra el
racismo de Ban Ki-Moon, el secretario general de la ONU.
O sea, el término tiene un origen
de rebeldía en las comunidades raciales brutalmente violentadas y ancladas a tradiciones
políticas variopintas que van desde el armado de los Black Panther hasta el
pacifismo de Martín Luther King pasando por los activistas de Black Lives
Matter.
Todo, ello, ha sido fuente de
inspiración y renovación pragmática, quizá, y permítaseme la especulación
teórica, motivada por el pensamiento crítico de Hébert Marcuse quien sostenía desde
el marxismo crítico en sus clases de filosofía en la Universidad de San Diego
en los ya lejanos años setenta -y teniendo, como adjunta, a la legendaria militante
comunista estadounidense Angela Davis-, que el sujeto histórico de la revolución
ya no estaba en la clase obrera por su “aburguesamiento”, sino, que el actor
revolucionario, se encontraba en el entonces llamado Tercer Mundo y en las
luchas de las minorías raciales (léase de este autor para abundar Contrarrevolución
y revuelta).
Este giro argumental contra la
ortodoxia marxista no estaría completo sin considerar los efectos políticos que
trajo consigo el derrumbe de la URSS y la caída del Muro de Berlín, como
tampoco, el incremento de las clases medias producto de las políticas del
Estado de Bienestar que se convirtieron en el espejo de contraste con la
pobreza de consumo que existía, y existe, en el campo socialista con excepción
de la potente China.
Entonces, dirán, exponentes de la
derecha, con cierto gozo, que las clases medias occidentales son el mayor éxito
del capitalismo democrático y el fracaso de la oferta igualitaria del
socialismo soviético y ante esta realidad manifiesta, al menos hasta hace unos
años, se hace visible la incapacidad de los personeros ideológicos y políticos
de la izquierda para utilizar los viejos dogmas del marxismo pautado por la
lucha de clases.
Y ante esto, da un giro discursivo
hacia formas más visibles de desigualdad en el mundo democrático que no, hay
que subrayarlo, en sociedades autocráticas por conveniencias políticas.
O acaso, para verlo
domésticamente ¿el sector marxista de Morena o el PT esgrime sus viejos dogmas
como argumento del cambio de régimen?
Claro que no, el argumento de
estos y otros sectores dentro de la 4T atienden principalmente al discurso de
las emociones que están detrás de la promoción de los apoyos sociales, la
oferta de echar a los corruptos de viejo cuño y, ahora, la nueva hornada del
llamado PRIMOR o la polarización bajo la matriz, izquierda-derecha, liberales y
conservadores, ricos y pobres, fifís y chairos…
O, más sofisticados, el discurso
de la desigualdad que proviene del género, el feminismo, el ambientalismo, la
preferencia sexual o el indigenismo, lejos, muy lejos, de los antiguos lemas de
la izquierda doctrinaria, clase contra clase, un gobierno obrero, campesino y
popular o, simplemente, las elecciones como vía democrática para alcanzar el
socialismo.
Entonces, estos temas del debate
público en las democracias democráticas pluralistas que, por supuesto, no se
reproduce con el mismo énfasis en los países del “campo socialista”, sin
embargo, es un argumento perfecto en democracia para mantener a flote el
discurso de la desigualdad y generar nuevas clientelas políticas especialmente
entre los jóvenes, mujeres y grupos LGBTQ que son más susceptibles de aceptar
por simple identidad y simpatía ante un hecho irrebatible en una sociedad cada
día más compleja con sus nuevos clivajes sociales y políticos.
Esto que la derecha reprocha a la
izquierda como la ideología de género o la “necesidad necesitada” de tener
temas en un tipo de sociedad muy descafeinada, ideológica y estratégicamente
más pragmática, que ha encontrado resistencias ante lo que se denomina
“extremismo progresista” porque iría en contra del sentido común y las
tradiciones culturales.
Vamos, hasta la RAE, ha tenido
que tomar partido en este debate que a su juicio es excesivo porque en el
vocabulario español contempla la inclusión y corrige la plana “progre” al decir
que “todos” incluye a todos, sin distingo de género y, por lo tanto, para esta
academia de la lengua el lenguaje inclusivo puede dificultar la comunicación en
contextos formales o educativos.
En definitiva, el lenguaje woke
si bien tiene aceptación en sectores “progres” de izquierda hay otro sector de
la misma que lo considera irrelevante y siguen en la tradición lingüística,
menos, todavía, entre los conservadores que lo ven como una amenaza para los
valores tradicionales y familiares; entre los académicos que defienden la
pureza del lenguaje y rechazan los cambios “artificiales” o entre los sectores
populares que lo ven como un lenguaje elitista, promovido por sectores políticos
que no tienen que ver con la realidad cotidiana de sus comunidades y simplemente
lo ven como una pose “progre”.
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