EL RITUAL A LA SHEINBAUM
EL RITUAL A LA SHEINBAUM
Ernesto Hernández
Norzagaray
El acercamiento a la imagen televisiva
de Claudia Sheinbaum la hacía ver más grande de lo que es fuera de escena, el
blanco de su vestido discretamente floreado proyectaba un rostro más largo y
menos rígido de lo que nos dejó acostumbrados en la campaña por los votos, su
voz frecuentemente monocorde, plana, sin mayores giros, la mañana del primero
de octubre parecía haber quedado atrás y se veía otra Claudia más ligera y enfática,
buscando cumplir bien con el ABC del ritual en el recinto legislativo que lucía
sobrio, republicano, extrañamente silencioso ante el acto de habilitación como
presidenta.
Sheinbaum, una mujer poco dada la
gesticulación hacia esfuerzos de relojería para estar a tono con el momento
grandilocuente e histórico ante una audiencia mayoritariamente morenista que a
cada paso le rendía admiración y aplausos y una oposición respetuosa, apagada, pese
a que nunca apareció en un discurso destinado mayoritariamente al elogio del
líder y su gobierno.
Desapareció extrañamente la palabra
pluralidad del discurso de habilitación, esa que se expresó en las urnas en una
proporción de 54/46 y que, curiosamente, no se refleja en la integración del
Congreso de la Unión, tampoco en los ocho estados gobernados por la oposición y
en los cientos de alcaldías donde destacan las de la Ciudad de México, Nuevo
León, Jalisco, Guanajuato, Querétaro y que en un discurso democrático es
indispensable para reafirmar la unidad en la diferencia.
En cambio, estaba la noción acrisolada
de pueblo, confluencia de todas las voces del país cómo si esa unidad no
estuviera a diagnósticos y soluciones a los grandes problemas nacionales. O
sea, la presidenta Claudia Sheinbaum invisibilizó la pluralidad cuando una
parte de ella estaba en el recinto escuchándola, viendo su celebrado estreno y eso
es un mensaje peligroso pensando en un país que reclama la aportación de todos
los mexicanos.
Entonces, su discurso podría marcar
una línea de lo que será su relación con las oposiciones sean políticas o
sociales, salvo que haya detrás una operación de los líderes legislativos
morenistas, que lograron poner a buen resguardo el acto republicano y la
irrelevancia opositora llamó a la cordura en lugar de “noroñizarse” como afirmó
en entrevista el hoy diputado Germán Martínez.
En el ritual presidencial se
trata siempre de reforzar una idea de poder, autoridad y en última instancia,
de legitimidad de esta nueva mayoría. Vamos, no sólo para cohesionar a los
suyos que se dieron cita en los accesos de la sede de San Lázaro y luego en la
plancha del Zócalo de la capital, sino al México de la pluralidad, que explica
lo que existe en estados y municipios que son la negación de un país de un solo
proyecto por más que este cargado de simbolismo.
Estuvo, está, en las calles
reclamando la independencia del Poder Judicial, exigiendo mejor seguridad
pública y la vuelta con vida de los 43 desaparecidos en Ayotzinapa, en el dolor
por los cientos de miles de muertos y desaparecidos desde Chiapas hasta Baja
California o los afectados por las guerras regionales que acontecen hoy en Sinaloa,
pero, mañana, podrían estar en cualquier otro estado que en el fondo es el
reclamo de justicia sustantiva que estaba en 1968 y al que en un acto solemne se
dieron las disculpas a las familias en un acto protocolario de Estado donde
extrañamente quedo a salvo el brazo ejecutor.
Quizá, por eso, las ausencias
discursivas cobran especial relevancia frente a los énfasis, las ideas fuerza, el
sostenido reconocimiento al personaje que deja el cargo y su legado, que muchos
interpretan como que se queda o quieren que se quede en el inconsciente
colectivo, cómo antes sucedió con el Lázaro Cárdenas, hoy inmortalizada en
escuelas, monumentos, calles…
La regla no escrita era
contundente y consistía en que el presidente que terminaba salía discretamente
del recinto legislativo para que el nuevo pudiera ejercer plenamente los símbolos
del poder y en este caso, todo indica el guion de la continuidad de un proyecto
cargado todavía del personaje que se ha ido a Palenque.
Quizá es cuándo el principal valor
simbólico de Claudia, el ser la primera presidenta de México, que, tantas
mujeres y hombres progresistas gozan, se opaca y desde la oposición toda se le
exige que haga valer para empoderar realmente a las mujeres que ayer, hoy y
mañana lucharan por un país democrático y que representan el 53 por ciento de
la población del país se estarían dado los pasos hacia un mejor país porque
simplemente las mujeres son otra actitud por todo lo que envuelve en un país como
el nuestro.
Y la verdad, dio gusto, ver esa
imagen larga saliendo del atril legislativo para el mundo y leer que los titulares
de los principales diarios del mundo lo celebren, ahora, la presidenta Shein
baum está obligada hacerlo valer
para todos.
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