El dilema de Claudia Sheinbaum bajo la sombra de López Obrador
El dilema de Claudia Sheinbaum bajo la sombra de López Obrador
Ernesto Hernández Norzagaray/Latinoamérica21
Llegó formalmente el día el último día de la la gestión presidencial de Andrés Manuel López
Obrador y el primer día de la administración de Claudia Sheinbaum Pardo, una
dialéctica rutinaria en democracia, pero complicada en democracias defectuosas.
El cambio se hizo con toda la parafernalia en la sede de la Cámara de
Diputados. Ahí estaban reunidos los miembros de los tres poderes de la Unión,
los gobernadores e invitados especiales que fueron testigos de una ceremonia
que, en México, durante los tiempos del PRI hegemónico, representaba claramente
la máxima de la monarquía de Carlos VII: ¡el rey ha muerto, viva el rey!
Solo que, en los tiempos de la llamada Cuarta Transformación, se trata de una
entelequia política. Hoy lo novedoso es que “el que se va, no se va”, o, para
decirlo en palabras ancladas en la historia de México, estamos ante la
inauguración de un nuevo intento de Maximato, aquella práctica antidemocrática
que inauguró el presidente Plutarco Elías Calles que consistía en imponer y
controlar a los sucesores en el poder presidencial, hasta que llegó a su
término con el presidente Lázaro Cárdenas del Río, que rompió y mandó al exilio
al llamado “jefe máximo”.
Se trata de una rutina que otros presidentes han intentado implementar, pero, todos, con malos
resultados, como fue el caso de Luis Echeverría con José López Portillo, quien,
siguiendo la enseñanza cardenista, fue mandado al otro lado del mundo como
embajador de las islas Fiji.
Sucedió, también,
con Carlos Salinas de Gortari, que designó como candidato del PRI, en
sustitución del asesinado Luis Donaldo Colosio, nada más, y nada menos, que a su secretario de
Educación Pública, el economista Ernesto Zedillo Ponce de León, quien ya con la
presidencia de la República en funciones ordenó una investigación contra un
hermano del expresidente por presuntos nexos con una fracción del crimen organizado
y lo puso en prisión. Su tutor político tuvo que irse a vivir a Irlanda durante
toda la gestión presidencial zedillista.
Ya nadie después lo intentó, y predominó una práctica hasta hoy vigente, que consiste en
impunidad por los delitos que hubiera cometido él y/o miembros de su familia o,
peor, la no persecución política de parte del que llega obteniendo a cambio
favores que le permitan una transición pacífica y ordenada, como negoció López
Obrador con Enrique Peña Nieto, que se fue a vivir un exilio dorado en España,
donde vive hasta la actualidad.
Sin embargo, en el proceso sucesorio de 2024, el relevo tiene otros
ingredientes, pues López Obrador se ha encargado de sitiar a la primera
presidenta de México. Le ha impuesto a la mayor parte del gabinete, la mayoría
de los diputados y senadores que él se encargó de seleccionar, así como también
a los gobernadores y candidatos a gobernar los estados que hoy Morena y sus
aliados (PT y PVEM) que
tienen en su poder, 24 de las 32 entidades federativas y a cientos de
alcaldes fieles a su líder. Además, ha impuesto el programa político bajo el
techo ideológico de la llamada Cuarta Transformación, y su hijo, que lleva su
nombre, es el secretario de organización del partido Morena; es decir, será
este cachorro el encargado de las candidaturas morenistas en futuras contiendas
electorales y hasta se
especula en los medios que es su candidato presidencial para 2030..
Y, por si fuera poco, ha dejado en herencia grandes compromisos económicos
y conflictos con los que Claudia Sheinbaum no tenía por qué lidiar al inicio de
su gestión como presidenta, entre los que resalta el “perdón” que se le ha
pedido al rey de España, Felipe VI, y que obtuvo como respuesta silencio
diplomático.
Entonces, los márgenes de actuación de la primera presidenta son estrechos,
reducidos a lo indispensable. Y, a ello, hay que sumarle a la también científica su escaso
carisma y un discurso plano que no emociona a nadie, plegado a directrices
prestablecidas. Así, sería una revolución dentro de la “transformación” tomar
una decisión como las que tomaron en su momento los presidentes Lázaro Cárdenas
y Ernesto Zedillo, que se sacudieron sin rubor alguno a quienes intentaban
estar moviendo los hilos del poder tras el trono.
Sheinbaum, por lo tanto, está en un dilema político y lo tiene que resolver,
ya sea aceptando mimetizarse permanentemente en su tutor político, como lo hizo
en campaña y lo ha hecho sin rubor en la toma de posesión del cargo
presidencial, o rebelándose contra él y haciendo un gobierno a su imagen y semejanza, lo
que daría una pátina de dignidad a su paso por la historia nacional como la
primera presidenta de México.
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