EL MENSAJE DE COACALCO
EL MENSAJE DE COACALCO
Ernesto Hernández
Norzagaray
El asesinato de Milton Morales Figueroa
quien fungía como coordinador de la
Unidad de Estrategia, Táctica y Operaciones de la Secretaría de Seguridad
Ciudadana de la Ciudad de México y, quien, se perfilaba para dirigir el Centro
Nacional de Inteligencia de la Secretaría de Seguridad Pública a cargo de su amigo
Omar García Harfuch es un golpe al corazón de la política en materia de
seguridad.
Es inevitable, por lo tanto, inscribirlo en el propósito mayor
que está detrás de los crímenes políticos no sólo de la última elección sino, a
los de décadas, de cómo ese elefante que está en medio de la sala y que desde
el gobierno frecuentemente se le ve de soslayo, no es marginal, sino un actor
central, en la vida política del país y, como tal, tiene sus mecanismos
directos e indirectos para hacerse ver, escuchar e influir en la toma de
decisiones en este caso del nuevo gobierno que los mexicanos tendremos desde el
primero de octubre.
O sea, el sacrificio, del comisario Morales Figueroa,
se suma a la serie de asesinatos de mandos policiales en distintos estados de
la federación y en particular, en la Ciudad de México, donde para no ir muy
lejos, está el intento fallido de miembros del Cartel Jalisco Nueva Generación contra
García Harfuch el 26 de junio de 2020.
El mensaje de sangre está ahí y,
ahora, falta la respuesta del gobierno que en primera instancia correspondió al
presidente López Obrador sin nada significativo cuando con cierto sentimiento
de rutina señaló frente a la gran pantalla de la mañanera: “Aquí se ve, hoy lo
pudimos constatar, si repetimos la exposición, se pueden ustedes dar cuenta de
cómo los que cometen delitos son detenidos y enjuiciados, condenados. Entonces,
quienes hicieron esto, pues tienen que ser buscados y castigados. No es como
antes que había impunidad, ya no aplica aquello de que no se puede tocar al
intocable”.
Y en ese tono autocomplaciente se
pronuncia Claudia Sheinbaum cuando afirma lacónicamente: “Aprovecho para dar mi pésame a la familia del
responsable de Inteligencia de la SSC que fue asesinado el día de ayer, mi
solidaridad con la familia y espero que pronto encuentren a los responsables”
El problema es que asesinaron a
quien se perfilaba como alto funcionario del segundo piso de la 4T en materia
de seguridad y eso estremece a cualquier gobierno de manera que esperaba mayor
contundencia declarativa en la mancuerna política AMLO-Sheinbaum.
Era una oportunidad extraordinaria
para dejar claro cuál será la política del nuevo gobierno contra el crimen
organizado. Poner todas las letras. Que
como sabemos está en las tareas de inteligencia lo que a todas luces abre una hipótesis
sobre el móvil del asesinato y los grandes cárteles que operan en la Ciudad de México.
En las pasadas elecciones fueron
asesinados 36 candidatos y candidatas a cargos de elección popular, muchos de
ellos militantes de Morena y, AMLO, ha querido minimizar la contundencia de la
cifra argumentando que decenas de ellos no “eran todavía candidatos”, cómo si una
formalidad cambiara sustancialmente las agresiones contra los políticos, y lo
mismo sucede ahora, cuando el presidente habla de que no es como antes pues “ya
no hay impunidad” o sea, es un asunto policial y como tal se cubrirá el
expediente.
Está documentado que la mayoría
de estos crímenes políticos y, muy probablemente también el de Morales Figueroa,
lo cometieron pistoleros de alguno de los cárteles del crimen organizado y eso
exige, como sucedió en Ecuador guardando las proporciones con el asesinato del
presidenciable Fernando Villavicencio, que las palabras se traduzcan en acciones
de gobierno del tamaño de la amenaza para las instituciones de la República.
Vamos, que sea al menos equivalente
al esfuerzo que la élite del poder utiliza para fustigar jueces, magistrados y
ministros, en tanto, se reconoce el tema judicial como un asunto de Estado.
Pero, no, hay de enemigos a
enemigos.
Si las cosas salen como quiere el
presidente López Obrador y Sheinbaum Pardo, a vuelta de un año, tendremos elecciones
populares de jueces, magistrados y ministros, lo que significa, que el dinero
sucio del narco estará al servicio de sus candidatos, cómo lo ha estado probablemente
en candidatos a cargos de elección popular y, que esa tolerancia y compromisos,
son lo que quizá explica la timidez administrativa ante el asesinato de Morales
Figueroa.
De ese tamaño es la definición
política y el problema judicial que se avecina como Estado fallido para evitar
que el crimen organizado siga capturando territorio, instituciones públicas y decisiones
de gobierno, haciendo lo que tienen que hacer para resguardar lo conquistado.
Por eso, no es casual, que los
subproductos de este tema espinoso sea un insumo poderoso en la contienda presidencial
estadounidense y Donald Trump lo esgrima amenazadoramente para obtener dinero y
votos.
Y lo hace porque sabe de la
fragilidad de las instituciones mexicanas y el miedo que existe en Estados
Unidos por la acción de los cárteles en su país.
En definitiva, el lamentable
asesinato de Morales Figueroa es un mensaje poderoso contra el futuro gobierno
de Claudia Sheinbaum, y en particular para García Harfuch, a los que les dicen
con plomo que se acabó la fiesta electoral con sus discursos esperanzadores y esperan
de ellos políticas, nombres y posiciones acordes con sus intereses.
Finalmente, trae a mi memoria el
dicho de un exgobernador sinaloense, que tomó posesión del cargo en una
escalada de violencia y los reporteros le pidieron su opinión sobre los hechos
que acontecían y la respuesta fue desconsoladora: Me están calando, y sí lo
estaban calando, al punto que no lo han dejado de hacer como lo demuestra el
asesinato del servidor público Morales Figueroa.
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