SHEINBAUM, ENTRE PORTES GIL Y ZEDILLO
SHEINBAUM, ENTRE PORTES GIL Y
ZEDILLO
Ernesto Hernández
Norzagaray
A la memoria de Ludolfo
Paramio,
intelectual socialdemócrata
de la transición española
Hay tensión natural en la
relación entre el presidente López Obrador y la presidenta electa Claudia
Sheinbaum, entre quien abandonará Palacio Nacional en el primer minuto de
octubre y la que llegará en ese mismo instante a relevarlo en el cargo; entre
quien quiere gobernar hasta el último minuto y la que intenta hacerlo desde
antes desactivando bombas que de no hacerlo le estallaran -o, peor, le están
estallando- antes del inicio de su gobierno.
Vamos, hay tensión entre quien seguramente
dejara una tempestad de incertidumbre y, quien, busca apaciguar a las elites
económicas locales e internacionales; entre, quien, a todas luces busca un neomaximato
y quien desea, en el fondo, en lo íntimo, hacer un gobierno con su propio sello
para no pasar a la historia como la primera presidenta, pero, pusilánime,
acotada, sometida e incapaz de hacer valer carácter, credenciales académicas y
políticas, votos, ganados a pulso.
Entre quien busca utilizar todo
su poder en los últimos meses de gobierno y quien, quiere ganar tiempo,
ofreciendo, consenso, en el tema espinoso de la reforma al Poder Judicial que
como se resuelva habrá de ser determinante en el futuro económico del gobierno
y, en última instancia, será, como cada uno de ellos, pase o entre en la
historia nacional.
AMLO, denota la ansiedad propia
del final de su sexenio con sus activos y pasivos, Claudia sufre la ansiedad
que provoca el arribo a un barco con los altibajos de una tormenta que amenaza
prolongarse poniendo en peligro la oferta social de su campaña.
Peor, cuando se sabe que la
tensión es el elemento donde mejor se mueve AMLO mientras ella ofrece consensos
que rápidamente son puestos en duda por la corrección que le impone su jefe
político y que la ha llevado a dar un paso atrás para aprobar ipso facto la
reforma judicial.
Algunos analistas remite a la
historia del país. A las duplas Plutarco
Elías Calles versus Lázaro Cárdenas; Luis Echeverría versus José López Portillo
o Carlos Salinas de Gortari versus Ernesto Zedillo y al despliegue de un horizonte
absolutorio en el exilio de Calles en San Diego, Echeverría a las Islas del
Pacífico en Fiji o Salinas en la fría Irlanda. Extraña coincidencia todas ellas
con el mar como testigo. Y es que al gobernante fuerte se le ha expulsa al
final de un mandato. No puede haber dos presidentes. Ahí está la historia como
escuela y regla no escrita.
Cárdenas no sólo echo del país a
Calles sino también a los funcionarios que estaban en el gabinete,
gobernadores, senadores y diputados callistas; López Portillo hizo lo propio
con el hiperactivo Echeverria y los echeverristas que querían seguir influyendo
en el gobierno del “amigo del alma” y lo mandaron como embajador al remoto
archipiélago Fiji e instalarse en la inhóspita Suva, su capital; Zedillo, no
podía transigir ante el “poderosísimo” Salinas que terminaba su mandato
manchado de sangre y corrupción y tuvo
que irse soportando el encarcelamiento de su hermano Raúl sobre quien pesaba la
acusación de ser el asesino de su cuñado y dirigente nacional del PRI, José
Francisco Ruiz Massieu.
En las antípodas está la triada sumisa
de los callistas Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez
que se sometieron vergonzosamente a los designios de su jefe político.
Y lo mismo Adolfo Ruiz Cortines
quien continuó con las políticas anticomunistas de Miguel Alemán llevando al
Palacio negro de Lecumberri, entre otros, a los dirigentes ferrocarrileros Demetrio
Vallejo y Valentín Campa que refrendaría Gustavo Díaz Ordaz en el crimen de
Estado del 2 octubre de 1968.
Y, sucesivamente, claudicaron, Carlos
Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto ante
el ideario neoliberal iniciado con Miguel de la Madrid en 1982 luego del grito
estruendoso y lacrimógeno de López Portillo que acompañó la efímera
nacionalización de la banca y el control de cambios: “ya nos saquearon, no nos
volverán a saquear”.
Es decir, la historia nacional
está plagada de sumisión y rebeldía ante un antecesor que frecuentemente quiere
seguir siendo quien mande siga mandando tras bambalinas.
Además, todos, sabemos, que la
historia nacional registra la muerte de quienes plantearon un distanciamiento
con el hombre fuerte del momento o cuestionaron el modelo político vigente
hecho a imagen y semejanza del “hombre fuerte”: Ángel Flores, Francisco
Serrano, Álvaro Obregón, Manuel Clouthier y Luis Donaldo Colosio.
Quizá, por eso, Claudia, más que
por sus convicciones cuatro teístas por su seguridad dirá si a todo lo que diga
López Obrador. Sabe que sigue siendo el tiempo de él. Y que nunca le va a ganar
en este periodo. Su oportunidad empieza en octubre y de continuar esta
interferencia perniciosa muy probablemente empiece con una crisis económica si
sale adelante “sin cambiarle, ninguna coma” la reforma al Poder Judicial.
Y es cuando se requerirá de todo
el talento y la operación política para evitar una crisis económica, como la
que se vivió en 1982 y 1994, en el inicio de los gobiernos de Miguel de la
Madrid y Ernesto Zedillo.
Que, recordemos, llevaron a tomar
medidas radicales. Uno, el establecimiento modelo neoliberal y la llegada al
gobierno de los “Chicago Boys”; el otro, la “sana distancia” con el PRI que
habría de llevar a la alternancia por la derecha.
En estos días Claudia y su primer
círculo seguramente construyen escenarios de mediano plazo previendo posibles
desenlaces. Y, no debe ser sencillo, hacerlo teniendo al frente una figura protagónica
como la de AMLO que, por supuesto, no se irá al rancho “La Chingada”. Este tipo
de liderazgo mesiánicos nunca se van porque se consideran la conciencia de un
pueblo. Y a un pueblo nunca se le abandona.
“Ahí estaré para cuando mi
presidenta me necesite”, palabras más o palabras menos, ha dicho AMLO, como una
suerte de mantra para el futuro gobierno, guardián de un ideario redentor.
Claudia, contra eso, tendrá que luchar para ser ella y no él. Para no ser solo
estilo sino fondo en el ejercicio de gobernar. Para ser su propia versión de
“muera el rey, viva el rey”. Esperemos, solo sea una tensión pasajera de fin de
sexenio.
Cierro con un fragmento del poema
“Aprended, flores, en mi” de Luis de Góngora.
“Aprended,
flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui
y hoy sombra mía aun no soy…”
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