LA HISTORIA SECRETA
LA HISTORIA SECRETA
Ernesto Hernández
Norzagaray
Está circulando por las redes la
versión libre del último libro de la periodista Anabel Hernández: La
historia secreta: AMLO y el cártel de Sinaloa, al que le estoy dando
lectura mientras escucho la trompeta suave del inolvidable Chet Baker y, hasta
donde voy, está plagado no de notas reconfortantes, sino, de la sensación áspera
de la Sinaloa profunda.
Aquella de la que todos los días tenemos
noticias cuando el periodismo da cuenta de desapariciones forzadas, asesinatos
que huelen a ajustes de cuentas, extorsiones a comerciantes, detenciones mediáticas,
traiciones, confiscaciones de laboratorios de drogas, pitazos o lo más
espectacular, los culiacanazos que tienen inmediatamente replicas en los medios
de comunicación internacionales, pero, también, de ese mundo subyugante que
deriva del dinero que viene de la bien llamada economía paralela.
El del mito todopoderoso al que
no se le resiste nada y que siempre va por más, como cualquier empresario del
llamado capitalismo salvaje, donde, fiel, al neoliberalismo rapaz, todo se vale,
con el ingrediente de la violencia, no sólo simbólica, sino física, directa y
estrujante corroyendo el sistema económico, social y político.
Que, además, las instituciones
del Estado son incapaces sea, porque sus personeros no quieren controlar por
complicidades y que, en esa incapacidad estructural, constantemente se
reinventan en beneficio de esa misma lógica a lo Frankenstein con un clavo acá o
un remache allá.
Si, un Frankenstein social,
porque es el producto de una sociedad enferma que ha alterado con una descarga eléctrica
todos los reguladores sociales llámese educación, como creador de valores, religión,
como exaltación divina, trabajo, como redención y servicio, política, como
construcción comunitaria, empresa, como servicio público y familia como fuente inagotable
de solidaridad.
Y es que buena parte de eso, se
ha acabado en esa Sinaloa profunda, hoy lo que vale es la audacia, la capacidad
de hacer dinero por el medio que sea, lo cabronamente posible para obtener reconocimiento
social sea por lo malo.
Y es que no descansa en el mérito
o el desempeño lo que lo logra, sino, la decisión fantasiosa de “vale más una
vida corta de rey, que una vida larga de perro”.
Vamos, la otrora solidaridad, que
caracterizó a los viejos capos, las promesas y las deudas de honor, no valen
para exponentes de esa nueva generación que lo ven como un lastre, cómo unos “huevones”,
que quieren seguir mamando de la ubre de quien prestaron servicios y que ahora,
viven el otoño de sus vidas, en medio de una nostalgia que los habita como roca,
pesada, como la ausencia de los tiempos de gloria.
Son los tiempos de la nueva
generación del narco, el de los yupis del buen vestir, los perfumes y la fiesta.
El mundo de los que no les gusta lo viejo porque huele a naftalina, menos los
acuerdos cincelados en la piedra de la lealtad y construida a golpe de
complicidad, respeto y omertá, hasta el sepulcro, al estilo de antes, donde
había códigos y, estos, se respetaban, como los hacían con devoción los mafiosos
italianos que sabían el valor de un favor al vecino, al comerciante del barrio,
al policía, a la empleada doméstica o al médico y sus enfermeras.
Algo cambio. Y es lo interesante del libro de la valiente
Anabel que va por la vida seguro con miedo a lo inesperado, lo fortuito, y por
eso su obra, es valiosa aun si tuviera inconsistencias, cuando los cobardes y
envidiosos le gritan desde la comodidad de su trinchera: pruebas, pruebas, como
si a la vista, no hubiera las suficientes.
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