EL FASTIDIO DE GOBERNAR
EL FASTIDIO DE GOBERNAR
Ernesto Hernández
Norzagaray
“Se creen la gran cosa, porque
suponen que son la reserva moral. No me gusta la persecución de los medios…” así,
con ese talante molesto, se dirigió Rubén Rocha Moya a la reportera Martha Liliana
del programa Línea Directa cuando esta le preguntaba sobre el programa de
apoyos que recibirían los damnificados del huracán Norma.
Que, como sabemos, dejó una
estela de desolación en varios municipios oficialmente con cinco fallecidos, mil
700 refugiados y daños patrimoniales en miles de hogares. Y aunque el gobernador
luego se disculpó por su “mal rato” se refrenda la mala relación con la prensa
que le cuestiona con preguntas que ni siquiera son embarazosas si no preguntas rutinarias.
O sea, no es el fastidio contra una
reportera que interroga, que hace su trabajo, sino muy probablemente producto
de la sobrecarga emocional que significa gobernar. Atender los problemas de la
comunidad que a cada momento aparecen y que demandan empatía y energía de un
gobernante.
Y es que algunos eventos
naturales no saben de horarios, simplemente, aparecen demandando la acción de los
gobiernos a través de acciones de gobierno. Y es eso, lo que realmente le molesta,
no ser dueño de su tiempo y controlar las preguntas que genera.
Entonces, el hilo se revienta por
lo más delgado, la reportera que pregunta, a quien fustiga por la “persecución”
que ejerce sobre quien tiene teóricamente la información que necesita para atender
a su audiencia, en este caso, los cientos, quizá miles, que esperan una ayuda
del gobierno.
Y para eso se necesita empatía.
No “malos ratos” del gobernante. La política social cualquiera pensaría que, en
los tiempos de la 4T, es lo suyo, su hábitat político, el discurso cotidiano que
va en esa dirección con aquello de “por el bien de todos, primero los pobres”.
Sin embargo, para ejercerlo a
plenitud, se necesita oficio político, sensibilidad y prestancia, no distancia.
Ni fastidio, menos enojo, ante el tamaño de un drama húmedo. Y es que los
desamparados esperan empatía, atención, recursos. Y cuando suceden estos exabruptos
cualesquiera pensaría que la responsabilidad institucional le llegó tarde al
gobernador.
Y es que hasta antes de que fuera
invitado para ser el candidato al Senado de la República seguramente estaba en
otra cosa. Disfrutando de su jubilación en soledad, de las tardes con sus hijos
y nietos, leyendo literatura, escribiendo relatos costumbristas o reuniéndose con
sus amigos para hacer política de café. Y la aceptación vino a cambiarle la
rutina. Ahora, quizá solo ocasionalmente disfruta de esos momentos de soledad, está
con los hijos y nietos, lee seguramente menos y las historias que pensaba
relatar han quedado para otro momento. Y a los amigos los ve menos.
Ese cambio de vida que habla ya de
cinco años en la política activa merma, agota, emocionalmente. Cada día que se
vive en política, me dicen los enterados, son dos que se pierden por el reclamo
de energía que exige cada uno de ellos. Que lleva frecuentemente a mal comer,
mal dormir y viajar de un lado a otro.
Y el problema es que estamos apenas
en el segundo año de gobierno. Quedan más de cuatro que podrían ser equivalentes
a ocho años de desgaste físico. Quizá, por eso, cuando alguna vez le
preguntaron sobre su futuro político la respuesta fue palabras más, palabras
menos fue que no tiene proyecto político para cuando abandone el tercer piso
del Palacio de Gobierno.
Claro, cuando finalice el sexenio,
él estaría en la antesala de los ochenta años. Finalizando lo que Miguel de
Unamuno, el filósofo vasco, llamó la “última década útil”. Aquella década donde
todavía si se llega entero se pueden hacer planes, realizar sueños y dejar bien
hecho el testamento. Y eso, en el foro interno, duele porque cobra su verdadero
significado aquello de que cada día, son dos días menos.
Habrá, claro, quien diga muy aristotélicamente
que la política compensa porque es servicio a favor del prójimo, la esencia del
bien común y que es, lo que mejor le puede suceder a un ser humano ideal, el
privilegio de servir, cumplir aquella vieja aspiración de juventud, sin
embargo, para el político de edad ya no está tan claro.
Y es que sus resortes vitales no
son los que albergó en su juventud. Se da cuenta que en ese medio impera la hipocresía.
El doble discurso. Nada de aquello de “no robar, no mentir, no traicionar” que
es discurso para sus clientelas, pero, pocos, racionalmente, se tragan esa
perla ideológica.
Y es que lo que impera es el oportunismo
con una fuerte dosis de pragmatismo “el me das esto y yo te doy aquello”. Quizá,
por eso, el gobernador Rocha Moya, el de más de 620 mil votos en urnas, se
muestra molesto, ofuscado ante la pregunta de la reportera. Sabe que no hay
vuelta atrás. Que pasan los días y, fastidiado, tiene que dar la cara a cada
problema que sufran los sinaloenses.
Aunque, como se ha visto, sea
para solo dar la cara porque las soluciones, si existen, frecuentemente están
en otro lado. No en su jurisdicción, muy a pesar de que le toquen los reclamos y
regrese cada día a su casa con la insatisfacción de no poder resolver problemas
estructurales -Cómo ha sucedido, con los perjudicados por la política de seguridad
pública o agrícola.
Y es que, gobernar, es hacerlo en
condiciones de recursos escasos y más en un país donde el presidente controla
la chequera pública. Se necesita mucha mano izquierda y empatía para que no resolviendo
los problemas se dé la sensación de esperanza -cómo dicen, que lo hacía Quirino
Ordaz, cuando ponía por delante la empatía con el otro-, pero, que se puede
esperar de una expresión molesta que no sea el rictus facial.
Ese metalenguaje político es lo
que verdaderamente habla y es lo queda en el imaginario colectivo. La imagen de
un político agotado, fastidiado y, deseando estar en otro lado, porque le
molestan las preguntas, pero, también, la gente que se le arremolina como si
fuera la representación tropical del mito del Dios Midas. Aquel, que llegó a convertir
en oro, todo lo que tocaba, olvidándose del valor de la sencillez como antítesis
de la ambición.
En definitiva, el fastidio esa
categoría sociológica se ha apoderado del gobernador Rocha Moya y, eso, no es
una buena noticia para los sinaloenses, con todo y que haya pedido disculpas
públicas, porque muy probablemente lo va a volver hacer salvo que descanse y
ordene sus pensamientos…. Al tiempo.
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