LOS MAZATLECOS
LOS MAZATLECOS
Ernesto Hernández Norzagaray
Sentarse cómodamente para apreciar
detenidamente algunas piezas de la robusta obra plástica de Antonio López Sáenz
es un viaje por la nostalgia de que todo tiempo pasado siempre fue mejor, pero,
también, terreno fértil, para capturar al mazatleco en su devenir
histórico. Ese mazatleco o mazatleca sin
rostro de la época porfiriana al que se le ve ataviado con sus mejores galas
para recibir tumultuariamente a la soprano Angela Peralta y que horas después
moriría.
En otra estampa plástica del mismo
creador está registrada la fiesta teniendo como fondo la brisa del mar y un
vals invisible que llama a unos cuerpos estilizados que bailan con
satisfacción. Otras obras esbozan su vida cotidiana y la escultura en honor a
la familia mazatleca manifiesta con toda su fuerza la fascinación por el mar.
Aquel espíritu festivo y lúdico de esas estampas sigue vivo aun con otros
vestuarios. El mazatleco sigue anclado como barco perdido a la mar, al viento,
la arena, los mitos y sus rituales cómo también a sus productos más reconocidos:
la música de Banda, la cerveza Pacífico y el Carnaval.
El mazatleco es una identidad gozosamente
singular, una construcción social largamente cocinada con los más diversos
ingredientes culturales provenientes de distintas partes del mundo y estos
están en su piel cultural. Desde los primeros mazatlecos que podríamos decir
vienen de los grupos de indígenas totorames, xiximes y tepehuanes que caminaban
por la costa y la vega de los ríos, arroyuelos, marismas y los montes del sur
del territorio sinaloense por donde iban recogiendo alimentos. La segunda
hornada de mazatlecos vino de los barcos y fueron los exploradores de lugares
remotos para quedarse y buscar fortuna en esta costa caprichosa bajo el amparo
de las llamadas reformas borbónicas; y en forma coincidente, los militares y la
burocracia virreinal y entrado el siglo XIX, con su conversión al México
independiente llega una nueva pléyade de mineros, comerciantes, milicia,
burocracia y trabajadores.
La suma de todos estos viajeros
mestizos dio como resultado el primer ciclo del mestizaje tanto de parte de los
migrantes europeos que revela mediante una investigación pionera sobre la
también primera élite económica, política y social realizada por el periodista
Mario Martini y que denominó “grandeza mazatleca” y con el paso del tiempo como
era razonable esa sociedad se complejizo con la llegada de mexicanos de otros
estados que se casaron y formaron familias hibridas, hasta llegar hoy en día,
donde el mazatleco, es diverso como lo delatan sus rasgos antropomórficos.
El océano fue bautizado como Pacífico
por el explorador portugués Fernando de Magallanes luego de realizar la
titánica tarea de viajar alrededor del mundo y, haber sobrevivido, al clima, el
hambre y las mareas turbulentas de Cabo Tormentas para sobrevivir, llegando felizmente
a las aguas tranquilas de este inmenso cuerpo de agua de 155 millones de
kilómetros cuadrados que va desde la costa oeste de América hasta la costa este
de Asía.
Entonces, Mazatlán, ese punto perdido
en la costa noroeste mexicana está impregnado inevitablemente de ese océano,
este mar, que asalta a los mazatlecos cuando caminan hacia el norte o lo hacen
por el sur del puerto. O por el frente. El mazatleco en su transitar diario
siempre encuentra el vasto Océano Pacífico con las sombras de sus amaneceres y
el colorido de sus atardeceres.
Pero, no sólo eso, el mazatleco va al
encuentro de su arena y al caminar sobre la playa se le unta en las plantas de
los pies y se le introduce en las comisuras de sus dedos recordando en ese acto
simple que son inseparables. Y está ese
viento fugaz del invierno o del verano huracanado que Gilberto Owen reveló
cuando lo poetizó cantando a su diva: …Dentro de ti, la casa,
sus palmeras, su playa/el mal agüero de los pavos reales/jaibas bibliopiratas
que amueblan sus guaridas con mis versos/y al fondo el amarillo amargo mar de
Mazatlán/por el que soplan ráfagas de nombres…
Ya lo escribía Elías Canneti, el gran escritor búlgaro, quien en 1981 obtuvo
el Premio Nobel de Literatura con su obra mayúscula Masa y Poder (Random
House, 2005) dejó de lado momentáneamente las identidades convencionales de los
pueblos (raza, territorio, lengua) para ir a algo más complejo, más inasible a
primera vista, al señalar que “La unidad superior a la que el hombre corriente
se siente vinculado es a una masa o a un símbolo de masa. Presenta siempre
algunos de los rasgos característicos de las masas o de sus símbolos: densidad,
crecimiento, y apertura al infinito, cohesión sorprendente o muy notoria, ritmo
colectivo, descarga repentina”. Vamos, aquello que la mueve y le impregna
sentido de pertenencia a una colectividad.
Entonces, si seguimos el razonamiento
complejo de Canneti hay elementos del mar que determinarían el carácter y la
personalidad del mazatleco y es que al mar le atribuye “paciencia, dolor y
cólera”, pero, sobre todo, una tenacidad a toda prueba como el desafío que
siempre representa.
Esa es la relación primigenia del
mazatleco con la naturaleza, pero, también, de cualquier otro, que viva en una
costa de este u otro océano. Quizá, sólo, habría que distinguir las costas
tropicales de las del norte y el sur del continente que son de aguas frías,
donde el calor y el frío, también influyen, y quizá de forma determinante, en
el carácter de sus habitantes.
El mar es constantemente un desafío
soterrado, amenazante y fascinante. Un reto para quien se hace a la mar porque
encierra peligros insospechados por el riesgo constante de la muerte. Y, por eso,
vivir frente al mar o, mejor, vivir del mar, exige hombres y mujeres con temple
dispuestos a enfrentarlo o morir en el intento en un entorno inmensamente bello
que va más allá de la paleta del más heterodoxo artista plástico.
¿Pero qué otras cosas le aportan el
mar al mazatleco? El mar, nos dice Canneti, con la densidad y la cohesión de
sus olas expresa: “algo que también sienten los hombres en el interior de una
masa: cierta flexibilidad hacia los demás, como si uno fuese ellos, como si ya
no estuviese limitado en sí mismo, una dependencia de la que no hay escapatoria
posible, y también una sensación de fuerza, un ímpetu que, por virtud,
precisamente de ello recibe de todos los demás. La índole peculiar de esta
cohesión de los hombres es desconocida. El mar no nos lo explica, pero si la
expresa”.
Agregaría a la visión total de
Canneti el sentido de amplitud y gozo que da estar frente a un mar que abre la
mente a lo desconocido, al misterio, la imaginación y, ese costeño, buscara
siempre llenar su vida con ensueños, por, eso, la cercanía con el mar es un
ambiente propicio para la reflexión, la poesía o la narrativa. No es casual que
por esta costa hayan transitado dejando su impronta personajes como Amado
Nervo, Juan José Tablada, Pablo Neruda, Gilberto Owen o Enrique González
Martínez, pero, también, un D.H. Lawrence, Anaïs Nin, Edward Weston, Tina
Modotti, Ramón Rubín o un Jack Kerouac con sus amigos beats, pero,
también en la actualidad, la nueva generación de artistas plásticos, escritores
y poetas nacionales y extranjeros que en sus obras, constantemente, registran
una referencia al mar, esa trastienda que todo lo cubre con su vaho salado que
exalta un singular erotismo que flota en la atmosfera del puerto.
En definitiva, bien vale la pena
explorar la naturaleza del mazatleco porque, al menos en Sinaloa, representa una
historia más compleja y ello explica mejor lo que son ellos y ellas frente al
mundo, y López Sáenz lo entendió y plasmó la nostalgia en sus lienzos
figurativos plenos de color.
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