DESPUÉS DEL DILUVIO
DESPUÉS DEL DILUVIO
Estos días han estado cargados de
desastres naturales desde el noroeste hasta el sur y desde el sur al centro del
país y de ahí, en menor grado, al resto del país.
Lluvias torrenciales han caído donde
no hace mucho se hablaba de sequías y esta vez, ha venido acompañado de un
terremoto, con epicentro en Guerrero y un impacto relativo en Puebla, Morelos, Michoacán,
Querétaro, el Estado y la Ciudad de México.
Las imágenes del desastre están ahí: Puerto
Vallarta con zonas devastadas por el huracán Nora, un Acapulco en medio de la
zozobra luego del sismo y donde hoy levantan escombros, Tula con un hospital
público inundado que costó la vida de 17 enfermos de Covid-19, el sur de Sinaloa
con pueblos aislados, caminos y carreteras rotas y, paradójicamente, en este
mar lluvioso, hoy, con problemas de suministro de agua potable.
Y, seguramente, hay más historias estremecedoras
que no han alcanzado lo mediático, sean de este tipo o las ya crónicas en
materia de inseguridad -cómo esa, que registró esta semana la prensa de Sonora,
cuando una partida de la Guardia Nacional se encontró con un grupo armado y
para no complicarse la existencia el responsable lo dejó continuar su camino o
las balaceras, que está semana se han escenificado en Mazatlán y Nuevo Laredo con
casi dos decenas de personas muertas.
Ante los desastres naturales, los
gobiernos de los estados están pidiendo urgentemente que se les eche la mano y
la respuesta del gobierno federal ha sido expedita y directa en la región del Golfo
de México, que fue sacudida por el huracán Grace y, esperemos, que alcance para
los estados afectados por el huracán Nora.
No olvidemos que no hay más Fondo Nacional
de Desastres Naturales (FONDEN) porque se ha dicho, pero no se ha documentado,
y menos perseguido a quienes “habían hecho de ese fondo un negocio con beneficios
privados” y, ahora, ese dinero, destinado a la asistencia social y reparación
de los daños provocados, estaría en la hacienda pública.
Bien, podría ser, para atender este
tipo de contingencias, pero, también, para el pago de la deuda pública o el mantenimiento
de las políticas asistenciales, que no está mal, lo que no está bien, es que no
haya todavía una política de Estado destinada a la atención de los desastres
naturales para contar con recursos, si se quiere escasos, cuando estos lleguen por
los efectos del cambio climático y, es que si hoy, son los huracanes y terremotos,
mañana podrían ser tsunamis o sequías.
Ese es el costo de la llamada modernización,
de nuestro estilo de vida y por tener gobiernos qué en aras de revertir la
corrupción y la riqueza mal habida, desaparecen instituciones creadas para estas
emergencias, cuando pudieran haber sido revisadas y, eventualmente, con diagnósticos
precisos hacer labor de reingeniería institucional y en lo sucesivo, puedan ser
manejadas con profesionalismo, transparencia y rendición de cuentas.
El gobierno federal y cada uno de los
estados afectados, tienen problemas mayores por la falta de liquidez, para la
atención de este tipo de contingencias naturales y eso reclama acciones rápidas,
cómo las que hoy se implementan en Veracruz y otros estados que han resultado
afectados cuando ha llovido quizá, como pocas veces y, eso, que estamos apenas
en el inicio de septiembre cuando el llamado “mes de los ciclones” es octubre
aunque, con lo ocurrido, ya no se sabe si el temporal se ha adelantado o, peor,
que se haya ampliado, por lo que es de esperar nuevos fenómenos naturales.
Estamos, ahora si, en el ojo del
huracán, con expectativas indeseables en materia de políticas públicas. El
presidente López Obrador, cuando desapareció el FONDEN, dijo que lo sustituiría
para atender los efectos de los desastres naturales pero, cómo bien lo recuerda
Adela Navarro, en su colaboración de
esta semana en Sinembargo.mx : “No se ha aprobado la Ley general de gestión integral de riesgos y
protección civil, que dictaría las nuevas reglas para entregar ayuda a los
estados afectados por desastres naturales” y, ya han transcurrido tres años, y
no se ve que este entre las prioridades del presidente y del Congreso de la
Unión. O sea,
que seguiremos en las mismas, no sólo en lo que resta de este año, sino
probablemente del sexenio.
Y, ahora, permítaseme
una breve digresión.
Yuval Noah, nos
ha recordado en uno de sus libros reveladores, que hasta la aparición de la pandemia
del Covid-19, la humanidad había logrado dominar los tres principales problemas
que había sufrido a través de los siglos: Las guerras, el hambre y las
pandemias, pero, en su recuento no incluyó los desastres naturales que producto
del llamado cambio climático, ya es o habrá de ser, un nuevo jinete apocalíptico.
Que hoy, además, llega de la mano de la pandemia de Covid-19.
Para aquilatar su
dimensión basta volver la vista estos días a los incendios que abaten los
bosques del norte de California pero también Brasil, las sacudidas que
destrozan una vez más a Haití, las sequías que torturan grandes extensiones del
África negra, las inundaciones nunca vistas en Madrid y Toledo o el norte de
Alemania, pero, también, está a la vuelta, esa imagen conmovedora de Tula,
Hidalgo, sumergida en el agua y un Acapulco, donde hoy, se levantan los
escombros, en este problema global, donde se pierden vidas y patrimonios, y si la
humanidad en general y en lo personal, no hacemos algo eficaz, muy pronto
veremos cumplir los peores pronósticos de futuro.
Y allí esta la
evidencia, lo que hace falta son las políticas y los recursos públicos, sólo
así podremos contener daños y de esa experiencia, podríamos empezar a cambiar
nuestros estilos de vida, pero, por lo pronto, la emergencia llama a volver la
vista a lo que no se ha hecho en materia de prevención de desastres naturales.
Al tiempo.
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