LA HISTORIA SE REPITE
LA HISTORIA SE REPITE
A finales de los años veinte del
siglo pasado el entonces presidente Plutarco Elías Calles llamaba a la élite
política a transitar del México de los caudillos, al México de las
instituciones.
Atrás estaban los más de medio
millón de muertos que había dejado la Revolución de 1910-1917 y los innumerables
asesinatos políticos que habían sucedido en un afán desmedido por construir un
sistema de cotos de poder a lo largo y lo ancho del país.
En Sinaloa, ocurre el probable envenenamiento
del militar culichi Ángel Flores, el 31 de marzo de 1926, quién había sido
gobernador del estado entre 1920 y 1924 y aspiraba a dirigir los destinos del país
apoyado por el conservador Sindicato Nacional de Agricultores en un tiempo en
que los gobernantes no cumplían con sus mandatos y más allá de los confines territoriales,
sucede el asesinato del general choixense Francisco Serrano Barbeytia, en
Huitzilac, Morelos, el 3 de octubre de 1927, cuando se dirigía a Palacio Nacional
y quién también pretendía ser candidato por un conjunto de fuerzas de distintas
regiones del país a la presidencia de la República compitiendo en 1928 contra
el general sonorense Álvaro Obregón.
Frente a la balcanización del
país y el maremágnum que provocaba la ola de crímenes políticos, que alcanzaron
el 17 de julio de 1928 al presidente electo Álvaro Obregón, resultaba indispensable
una convocatoria para pacificar el país y está la hizo el entonces presidente Elías
Calles, quién se rumoró, estuvo detrás del magnicidio del también general
sonorense e intentó luego tener control del país a través del llamado Maximato que
consistía en gobernar de facto aunque otros detentara el cargo de
titular del Ejecutivo nacional.
El Sinaloa posrevolucionario de los
años veinte había dado pie a que la balcanización la alcanzará pues de la
revuelta se había constituido una estructura de poder y eso significaba que
cada cacique político, tenía su propio “partido” y con eso negociaba su propia
cuota de poder, pero, también, era motivo de una tensión permanente en los
distintos municipios. Y así estaba todo el país. Era una bomba de tiempo que
podría estallar en una nueva revolución social. De ahí los esfuerzos por una
política de pactos que llevará a la disolución de aquellos “partidos” y la
necesidad de un único partido nacional, que mantendría la política de cotos, al
menos, en que se consolidaba una directriz nacional bajo la égida de la figura
presidencial.
Y así, el 4 de marzo de 1929, se
constituyó el Partido Nacional Revolucionario (PNR) con la integración del 90%
de las agrupaciones nacionales y locales quedando fuera de este esfuerzo
aglutinador el Partido Laborista Mexicano y el Partido Comunista Mexicano, con
lo que inicia el tránsito al llamado “país de las instituciones” que en
realidad sería el asiento básico del llamado Maximato callista.
El viejo Carlos Marx alguna vez señaló
en su obra el 18 Brumario que "La
historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda
como una miserable farsa", parodiando de esta forma el golpe dado por
Luis Napoleón Bonaparte, que provocó el triunfo de la burguesía y dio lugar al
expansionismo francés.
Viene a cuento está expresión para
buscar el hilo de lo ocurrido en las elecciones del pasado 6 de junio, cuando
el presidente López Obrador y sus operadores políticos, tejieron alianzas formales
con los distintos grupos de poder regionales con desprendimientos del PRI, PAN y
PRD y se toleró la acción de los grupos criminales que apoyaban a los
candidatos de Morena pero a cambio buscaban quedarse con una cuota de poder en
sus esferas de influencia territorial y lo más grave, con representación
política. Quizá, un adelanto, de ese poder conquistado es la imagen sin capucha
de los “soldados” del CJNG que aparecieron en Aguililla en la tierra caliente
michoacana.
Nunca Plutarco Elías Calles podría
haber imaginado una confluencia de este tipo no porque fueran otros tiempos,
sino por el riesgo que representaría para cualquier gobernante, y en última
instancia para el país, pero a nuestro presidente le gusta jugar fuerte, cómo
lo hizo Elías Calles, atrayendo hacia la presidencia a todos los exponentes de
los grupos de poder en un país fragmentado, balcanizado, para ser él, el centro
político.
Sin embargo, las cuentas si bien son
buenas, cómo no, logró con la estrategia de atracción ganar once de las quince
gubernaturas, Morena será el partido con la mayor representación en la Cámara
de Diputados sin tener la mayoría absoluta, que si la tiene en el Senado de la
República, y cientos de municipios en toda la geografía nacional, pero, sin
embargo, en términos de votos electorales está ligeramente por encima de la
alianza PRI-PAN-PRD y por debajo, si se amplía con él partido MC, además, tiene
un desafío no menor que viene siendo como obtener la mayoría de la Cámara de
Diputados que es la que autoriza los presupuestos de la federación.
Sin esos presupuestos, sus programas asistencialistas,
están en un serio problema para seguir sosteniéndolas sobre todo en una
atmosfera marcada por la pandemia que sigue y seguirá exigiendo una gran
cantidad de recursos públicos frescos en medio de una contracción de la
actividad económica.
O sea, está el problema político que
han dejado los resultados de las elecciones, pero también el problema
económico, aunque el presidente los minimiza, y dice “vamos bien”, cómo está
semana intentó explicárselo al periodista Jorge Ramos cuándo habló de violencia
criminal y manejo de pandemia, y pudiera haber dicho lo mismo con cualquier
otra cuestión porque el presidente tiene siempre “otros datos” aun, cuando sus
críticos, esgriman los oficiales, los de su gobierno.
Claro, hay una diferencia con Elías
Calles, mientras aquel, esgrimía el tránsito a un país de instituciones AMLO
esgrime la democracia a imagen y semejanza de la 4T, pero, también, una similitud,
mientras el sonorense buscaba un poder interpósito que llevó a Lázaro Cárdenas
a echarlo del país, AMLO, aunque afirma que terminando el mandato presidencial
se va a su finca tabasqueña La Chingada, hoy dedica mucho de su tiempo al
proceso sucesorio a quién podría continuar su obra sexenal.
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