VOLVER AL MALECÓN
Los porteños
empezaron este jueves a regresar a su malecón, a caminar por la ancha banqueta
bajo la sombra de sus palmeras y el colorido de los arbustos, a sentarse en la
barda de contención con los pies al aire para presenciar la caída del día con
su atardecer luminoso, único e irrepetible, el de las volutas blancas que terminan siendo doradas y ese
sol intenso que sacude el largo tedio de
los días de cuarentena y los molestos llamados de la autoridad para no estar en
esa área privilegiada de la ciudad, ¿cómo no poder caminar por Olas Altas?
¿Cómo negar ver esa magnificencia natural?
Y es que esos
llamados insensatos eran para las personas de la tercera edad que tomadas de la
mano conversaban mientras veían como cambiaban las tonalidades del ocaso
vespertino; para los jóvenes que, con su paso rápido, bicicletas y patinetas evitaban
a los transeúntes más lerdos; para las madres jóvenes que caminaban con sus pequeños
que corrían de un lado a otro y para las personas ensimismadas que diariamente caminan
sin más destino que el que permitía el tiempo. Afortunadamente eso ya acabo y,
aunque hay horarios establecidos, la ciudad recupera su rostro festivo, el de
la calle, el del ruido, el encuentro con el otro.
Al lado, están
los restaurantes unos con más o menos clientela, meseros inquietos porque se va
el día y no han caído las propinas que compensan los salarios bajos que se pagan
en la gastronomía, pero guardando siempre la esperanza que al día siguiente
mejore.
No obstante, los
pocos clientes se veían sonrientes, contentos de encontrarse con el novio o la
novia, con el amigo o la amiga, mientras degustaban un humeante café o saboreando
una cerveza fría que saciaba la sed del verano.
La atmosfera de
la tarde solo era equivalente a los días cuando terminan las vacaciones o cuando
van los últimos turistas que llegan en los puentes largos o en Semana Santa o
de Pascua, cuando solo se quedan quienes viven en el puerto permanentemente y
salen a disfrutar más libres los beneficios que ofrece una ciudad turística.
Y es que
Mazatlán cada día luce más bello. En estos días de asueto forzoso las obras
públicas no pararon y eso le ha permitido mejorar vialidades clave para los
desplazamientos por el norte de la ciudad y el malecón hoy se ve más vital por
el colorido de un camellón plantado de piedras multicolores, de flores y
arbustos verdes, y las palmeras revividas luego de un abandono inexplicable.
Quiero pensar
que Mazatlán muy pronto habrá de recuperar su ritmo y que los videos promocionales
van a jugar un papel muy importante y es que están bien hechos. La gente gusta
del mar y del romper de sus olas. Me imagino un regio, un coahuilense, un
duranguense o un tapatío, pensando en tomarse un respiro luego de semanas de
confinamiento y en ir al encuentro del mar, al bendito mar de Mazatlán, al que
Gilberto le cantó en su poema Espejo: …Dentro de ti, la casa, sus palmeras, su playa; El mal
agüero de los pavos reales, jaibas bibliopiratas que amueblan sus guaridas con
mis versos y al fondo el amarillo amargo de Mazatlán por el que soplan ráfagas
de nombres…
El turismo
está llamada a una pronta recuperación y no va a tardar mucho antes de que
veamos las playas llenas de gente en un ejercicio de expiación de virus
asesinos. Sin duda, esto habrá de significar un riesgo y tendrá un costo para
todos, el Covid 19 está presente y los índices de contagios siguen siendo altos
y no conocemos, más allá de la sanitización de los espacios, una estrategia
preventiva de los clientes de hoteles y restaurantes. Quizá resulte imposible
porque la economía no puede parar. Necesita que se mueva la gente. Que vaya a
donde su dinero hace falta. Y lo están esperando.
Sobre todo,
cuando los pronósticos no son alentadores y amenazan seriamente los ingresos de
los empresarios y los trabajadores, que han afectado seriamente a muchas
empresas, y para ello se necesita recuperar ese ritmo que hemos visto este
jueves en el Paseo de Olas Altas de Mazatlán y volver a mirar esas personas
cansadas de confinamiento.
Qué así
sea.
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