LOS JOVENES, LOS RECLUTADOS
LOS JOVENES, LOS RECLUTADOS
Ernesto Hernández
Norzagaray
No hay duda, lo demuestran las
cifras oficiales, la escalada de violencia criminal ha ido en aumento desde la
llamada “guerra contra el narco” hasta la “política de abrazos, no balazos”,
como lo demuestran los 80 mil homicidios dolosos del gobierno de Felipe Calderón
y los más de 200 mil durante el de Andrés Manuel López Obrador, incluso, en los
seis meses que Claudia Sheinbaum lleva en el cargo de presidenta con más de 6
mil ya superó las cifras del mismo periodo de López Obrador.
Ese, es el punto, que gobiernos
vienen y gobiernos se van, y este cáncer hace metástasis, sea a través de ese
cuentagotas que todos los días sacude los rincones del territorio nacional y
con especial énfasis en Guanajuato, Sinaloa, Baja California, Chiapas, Jalisco,
Michoacán, Tamaulipas, Guerrero…
Y, en singular están los “culiacanazos”,
los “San Fernando” o los hallazgos mortuorios rutinarios de las madres
buscadoras que en estos días tienen en Teuchitlán el caso más emblemático de lo
que es el reclutamiento, entrenamiento y exterminio de miles de jóvenes a los
que sus familias no los vuelven a ver cuándo, muchos de ellos, salieron a una “cita
de trabajo” donde el contacto estaba en la central de autobuses de Tepatitlán,
Jalisco.
Pero, quien nos puede asegurar
que está práctica de captura no ocurre en la central de autobuses de Culiacán, Tijuana,
Acapulco o en las de la mismísima Ciudad de México (cómo olvidar, por ejemplo,
aquellas ofertas de trabajo que hace unos años aparecieron cerca de las
instalaciones de la zona militar que luego resultaron una chapuza pues solo
buscaba atraer a jóvenes que buscaban un empleo para luego desaparecerlos)
Y esta es, quizá, la “cooptación formal”
de elementos que nutren a los grupos criminales, sin embargo, hay algo más
torrencial, que son las “levas” que diariamente desaparecen en promedio a 40 jóvenes
por las calles y comunidades del país.
Si, como ocurría durante el
porfiriato, y como lo narró dramáticamente John Kenneth Turner en su libro México
Bárbaro, cuando, se reclutaban igualmente a jóvenes para ser llevados a
trabajar a las minas donde según Turner solo sobrevivían seis meses porque sus
pulmones quedaban destruidos.
La historia se repite y sí
durante la dictadura de Díaz, los jóvenes morían en las minas, después de más
de un siglo mueren en enfrentamientos o en esos ranchos aislados.
Aquella tragedia nacional sucedía
en una dictadura y ahora, lamentablemente, en un “gobierno republicano y progresista”,
cómo gusta autocalificarse el equipo gobernante.
Y está, como no, la disputa mediática
por lo sucedido en Teuchitlán que me recuerda la dificulta para el
entendimiento entre los actores sociales y políticos: el “hecho”, es decir,
todos al menos intuimos que existen este tipo de rancho por todo el país, pero,
importa más, interpretarlo que reconocerlo.
Y, es ahí, donde se tuerce el
rabo.
Los grupos criminales, como múltiples
ejércitos, necesitan constantemente de cuadros nuevos para llenar huecos o
aumentar su capacidad de combate.
Y una vez que los tienen con sus mecanismos
de reclutamiento los preparan para sus fines sin que a sus operadores les cause
un problema moral.
Pero, resulta, que ese “hecho” a
vuelta de unos días ya no importa, lo que importa especialmente a los políticos
es ganar la conversación perdiéndose en el laberinto de las interpretaciones y
sobre eso, lamentablemente, se discute, por eso, siempre terminamos donde mismo
en tanto aparece un nuevo “hecho” y repetimos esto, que los especialistas en
comunicación política llaman estrategias de “control de daños” entre las que destacan
las interpretaciones alternas para quitarle el copete de la tensión.
Y en eso estamos, mientras
sectores de las madres buscadoras y la comentocracia no oficialista, hablan de
centros de exterminio, con toda su parafernalia de hoyos, ropa, zapatos, fotografías
y hasta una biblia, que pudiera haber iluminado los días aciagos, o sea todos;
el gobierno de Sheinbaum, a través del Alejandro Gertz Manero, busca desmontar
la percepción de que ahí hubo un “centro de exterminio” como los campos de
exterminio nazi en Auschwitz o Buchenwald.
Y se entiende que se moleste el
gobierno por ese calificativo siniestro porque es un estigma para cualquier gobierno
o movimiento político, más cuando se autocalifica como progresista, por eso, el
intento de cambiar la conversación y con ello, va la presidenta Sheinbaum, Gertz
Manero, la comentocracia obradorista y la imprudencia de Fernández Noroña.
El problema, es que la percepción
ya se creo por algo muy sencillo, las madres buscadoras, esas figuras silenciosas,
que alguien las llamó certeramente “héroes nacionales”, probablemente tienen más
credibilidad que la misma presidenta con su “80 por ciento de aprobación” y es
que ellas, al declarar desde el dolor y el desamparo, vamos, ser las víctimas, tocan
las fibras más sensibles de la sociedad.
Y es que, al final, en esa
discusión lo que se busca en el fondo no es esclarecer los sucesos que ocurrieron
en Teuchitlán sino ganar la conversación y en el mediano plazo, como sucedió recientemente
en Sinaloa, con el secuestro de Ismael Zambada y especialmente, con el
asesinato de Héctor Melesio Cuén, dan el carpetazo echando la culpa a los
Estados Unidos, a un juez o al fiscal estatal y es que el tema de la justicia
está sembrado de manipulación y desconfianza.
Hay, quienes ya dicen, que
Teuchitlán será el Ayotzinapa del gobierno de la presidenta Sheinbaum y
comparto en parte esa apreciación, porque el sexenio apenas empieza, y podríamos
ver cosas peores derivadas de la complicada relación con los Estados Unidos de
Trump que en materia de seguridad seguirá presionando con sus navíos, aviones,
radares y obteniendo lo que pide para detener los aranceles.
El problema de este gobierno “progresista”
y su oposición es que le estallan en el rostro los desaparecidos y se desplazan
de los “hechos” al terreno de la percepción, es decir, tratando de imponer su
imaginario sobre lo público sin centrarse en el “hecho” de fondo.
Y creo, que deberíamos empezar
por desandar en esa lucha por ganar la percepción para centrarnos en lo
importante que son los jóvenes reclutados como pistoleros del crimen organizado
o enterrados en ranchos como el de Teuchitlán.
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