LA EVOLUCIÓN AL NARCOTERROR
LA EVOLUCIÓN AL NARCOTERROR
Ernesto Hernández
Norzagaray
“Se impondrá pena de prisión de quince a cuarenta años y
cuatrocientos a mil doscientos días multa, sin perjuicio de las penas que
correspondan por otros delitos que resulten: I. A quien utilizando sustancias
tóxicas, armas químicas, biológicas o similares, material radioactivo, material
nuclear, combustible nuclear, mineral radiactivo, fuente de radiación o
instrumentos que emitan radiaciones, explosivos, o armas de fuego, o por
incendio, inundación o por cualquier otro medio violento, intencionalmente
realice actos en contra de bienes o servicios, ya sea públicos o privados, o
bien, en contra de la integridad física, emocional, o la vida de personas, que
produzcan alarma, temor o terror en la población o en un grupo o sector de
ella, para atentar contra la seguridad nacional o presionar a la autoridad o a
un particular, u obligar a éste para que tome una determinación…
II. “Al que acuerde o prepare un acto terrorista que se
pretenda cometer, se esté cometiendo o se haya cometido en territorio nacional
-explica el artículo 139 del Código Penal de la Federación para sancionar con
agravantes cuando-: I. El delito sea cometido en contra de un bien inmueble de
acceso público; II. Se genere un daño o perjuicio a la economía nacional, o III.
En la comisión del delito se detenga en calidad de rehén a una persona”.
Este artículo contra diversas formas de terrorismo sigue durmiendo
el sueño de los justos durante décadas, no porque no hubiera materia, sino por
el vínculo entre política y crimen organizado. Que en justicia no es nuevo,
viene de muy lejos como lo han demostrado las investigaciones del sociólogo Luis
Astorga.
Y en particular, desde cuando el crimen organizado paso de
ser un sujeto sin intereses políticos a un sujeto político. Y esto empezó con
la alternancia política en los estados de la federación. No es casual que el
primer estado donde se vio este cambio sustantivo haya sido en la Baja
California a partir de 1989, cuando el PAN, gana su primera gubernatura.
¿Qué pasó ahí? Los cárteles que operaban de siempre en
este estado fronterizo se quedaron sin interlocutores políticos. O, mejor, los
nuevos gobernantes mantuvieron distancia con los personeros de los cárteles.
Eso generó un vacío en los vasos comunicantes y como enseñaba Jesús Reyes
Heroles, en “política no hay vacíos, siempre se llena”.
Los capos antes disciplinados al poder político lo
llenaron promoviendo la captura de espacios de poder en un PAN con vocación
empresarial y se fue relegando a los doctrinarios, para dar paso a los
pragmáticos del neopanismo.
Y durante los años noventa el PAN siguió conquistando
espacios de representación y, también, el PRD que dirigía López Obrador en
alcaldías y estados frente a un PRI que iba rápidamente en retroceso y culminó
con su derrota en los comicios presidenciales del 2000.
Para, entonces, el país había sido testigo del
fortalecimiento del Cartel de Sinaloa que llegó a controlar la Federación de
cárteles que operaban en las distintas regiones del país, sin embargo, las
traiciones, fueron determinantes para que ese control se perdiera e iniciara la
guerra entre ellos por conquistar los estados costeros y fronterizos más los
mercados locales de drogas.
Aunque, vale aclarar, los cárteles de la droga del siglo
pasado habían vivido un relevo generacional y se había sofisticado
adjudicándose nuevos mercados del delito. Esto coincide con una disputa por el
poder político, con todas las debilidades de un proceso de cambio político,
donde la alternancia constante en los niveles municipales y estatales, en lugar
de fortalecer las instituciones públicas, paradójicamente, se debilitaban de
manera que en los Congresos se realizaban reformas para disminuir la
desconfianza entre los jugadores que frecuentemente no respetaban las reglas de
competencia y sus resultados.
Este espacio de oportunidad la vio el crimen organizado. Y
es que sistema político era frágil y poroso, por lo que este, decidió, entrar
al juego político promoviendo o intimidando candidatos, incluso, asesinando a aquellos
que consideraba peligrosos para sus intereses y eso fue, el acabose, pues ya no
había límites, estos, iban por todas.
Un abanico cada vez más amplio de áreas de operación
criminal, influencia en el sistema de seguridad y financiero, inversiones en
los distintos sectores económicos y alianzas empresariales, el mercado político
y cada vez más, un mayor número de gobernantes en su nómina lo que fue
enrareciendo la aplicación de la ley y modelando un narco Estado, como había
sucedido en Colombia que, recordemos, llevó a Pablo Escobar a aspirar un cargo legislativo.
Esta anomia institucional coincide con una política
mundial contra las drogas que se administraba mediante acuerdos de colaboración
y cooperación -algunos de ellos terribles- entre las agencias estadounidenses y
los gobiernos latinoamericanos y, en particular, con los mexicanos, que
funcionaba burocráticamente como brindar informes a la prensa que tenía
enfrente un nicho que satisfacer entre sus lectores y eso, hoy no ha cambiado,
prosigue, basta ver los titulares diarios.
El presidente Trump, rompiendo todas de aquella diplomacia
ha venido a cambiar esa rutina burocrática que aceitaba el engranaje de los
intereses en los gobiernos y ayudaba a conservar el statu quo, que ahora
está en entredicho, porque está en operación una confrontación mayor contra
todo lo que significaba ese viejo régimen de entendimiento con las élites.
El relato de “primero los estadounidenses” ha movido la
relación de baja intensidad entre EU y los países productores de drogas; la
operación en tierra y aire de las agencias de seguridad del vecino del norte
han mostrado la impotencia de nuestro país teniendo que decir la presidenta
Sheinbaum, ¡caramba!, que esa presencia perniciosa “no es ilegal”; y la
declaración ley de que los principales cárteles mexicanos son “organizaciones
terroristas” es la mayor amenaza a lo que configura el narco Estado con todas
las consecuencias y, en ese sentido, nuestro gobierno esta a la defensiva
buscando la colaboración y demostrando que está haciendo el trabajo.
El indicado desde Washington y que tiene fecha de
evaluación, sin embargo, lo que quizá espera la administración Trump es que la
presidenta simplemente aplique el artículo 139 contra el terror que se vive en
el país. Y ahí está el freno, el equilibrio, que, hasta ahora, existe, hacia
adentro del partido gobernante y sus alianzas de facto. La pregunta es sí la
presidenta, podrá y querrá, ir más lejos de los límites de esos equilibrios
entre política y crimen organizado.
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