¿NO PASA NADA, PRESIDENTA?
¿NO PASA NADA, PRESIDENTA?
Ernesto Hernández
Norzagaray
Y ciertamente, no pasaría nada,
si el gesto de Trump no estuviera minado con una serie de amenazas que toman
forma en decretos y en la designación del gabinete que en los próximos cuatro
años administrará la relación de ese país con el mundo.
O sea, si pasa y mucho, cuando el
presidente ha hecho de su toma de posesión una toma de posición política e
ideológica.
Que hayan sido invitados a la
ceremonia los presidentes latinoamericanos Javier Milei de Argentina, Nayib
Bukele de El Salvador y Daniel Noboa de Ecuador y no la presidenta Claudia
Sheinbaum, Luiz Inacio Lula da Silvia, Gabriel Boric o Gustavo Petro, de
México, Brasil, Chile y Colombia, respectivamente, es un mensaje poderoso de
quienes son los aliados y quienes los contrarios en la región latinoamericana
(del resto de invitados son el chino Xi Jinping y los primeros ministros conservadores
Georgia Meloni y Viktor Orban de Italia y Hungría, respectivamente).
En el segundo grupo de
latinoamericanos hay grados de distanciamiento pues, no es lo mismo, México,
con una frontera de más de 3 mil kilómetros a Brasil o Chile, que están a miles
de kilómetros de distancia y tienen una menor dependencia económica.
Y debe haber preocupación, si no,
no se hubiera echado andar, la narrativa de que en Estados Unidos la ceremonia
de sucesión es un asunto doméstico para los de casa y no como sucede en los
países latinoamericanos, que son actos de cierta egolatría y presentación ante
la comunidad mundial con las que el presidente o presidenta deberán sostener
relaciones durante los años que marca la Constitución de cada país.
Incluso, se afirmó aquí, que los presidentes
mexicanos no acostumbran a asistir y en esto, hay algo de cierto, pero, no
absoluto, porque si bien influyen las circunstancias del momento los últimos
cinco presidentes han sido invitados y han sido ellos, los que deciden si ir o
delegar en una representación generalmente un secretario de Estado o el
embajador en turno.
Miguel de la Madrid, fue invitado
a la toma de posesión del republicano Ronald Reagan en 1985 y no asistió teniendo
como representante Bernardo Sepúlveda Amor; Carlos Salinas de Gortari, en 1993,
fue invitado a la toma de posesión del demócrata Bill Clinton pero igual delegó
en el embajador en Gustavo Petricioli; Vicente Fox fue invitado y estuvo
presente en la toma de posición de del republicano George Bush en 2001; en las
dos tomas de posesión de Barack Obama se invitó a los presidentes de Felipe
Calderón y Enrique Peña Nieto y ambos los representó el embajador Arturo Sarukhán;
Enrique Peña Nieto fue invitado a la toma de posesión del republicano Donald
Trump en 2017 y tuvo como representante al canciller Luis Videgaray y
finalmente, Andrés Manuel López Obrador, fue invitado a la ceremonia del
demócrata Joe Biden en 2021 y no asistió, pero, tuvo como representante al
canciller Marcelo Ebrard.
Entonces, la costumbre es que
tradicionalmente existe la cortesía de los presidentes estadunidenses con sus
vecinos y socios comerciales, en esta ocasión, hasta donde sabemos, se rompió
esa buena tradición que México ha cumplido puntualmente en forma recíproca.
Como olvidar la presencia reciente
de la sonriente Jill Biden que vino a México en representación de su esposo
para estar en la toma de posesión de la presidenta Sheinbaum. Se podrá
minimizar o argumentar con ligereza que no pasa nada, sin embargo, en política
no olvidemos que la forma es fondo.
Donald Trump amplio lo dicho por Marco
Rubio, su próximo secretario de Estado, que México está “gobernado por los
cárteles” y amenaza diciendo que son “terroristas” y tomando posesión del cargo
los podría combatir en nuestro territorio y esto, más allá de lo que llama la
presidenta Sheinbaum, “un estilo de comunicación”, es una definición política.
Se trata de una estrategia para
hincar al contrario y obtener beneficios en una eventual negociación bilateral
-yo mismo lo he escrito ex ante-, sin embargo, si eso se convierte en
una política gobierno que estará martillándose a través del Ejecutivo, el
Departamento de Estado, la Embajada estadounidense, la Patrulla Fronteriza
(Border Patrol), la DEA y las agencias de seguridad, estaremos hablando de otra
cosa, no de una campaña para obtener votos.
Incluso, las acciones de gobierno
y organizaciones no gubernamentales de protección de migrantes están en alerta
máxima, ante la próxima deportación masiva hacia las ciudades de la frontera
norte que coincide con la entrada a territorio nacional de cientos, quizá,
miles de migrantes, que buscan llegar sorprendentemente a esos centros de
población saturados.
Es cuando el gesto de Trump
adquiere su mayor significado político porque se va a pasar de las amenazas a
las deportaciones formando verdaderos cuellos de botella en el norte del país. Y
los márgenes de actuación en la administración Sheinbaum se estrechan mientras,
paradójicamente, sigue la 4T en la tarea de capturarlo todo, sin comprender que
todo ese poder construido en lo interno con buenas y malas artes no es una
fortaleza sino una debilidad en las relaciones internacionales.
Es decir, no basta tener todo el
poder interno, sino que este sea reconocido por quienes toman muchas de las grandes
decisiones en el mundo sobre todo en temas sensibles como son comercio, seguridad,
migración.
Y es donde como país estamos frágiles
porque se cree soberbiamente que, siendo fuerte políticamente con el gobierno
unificado de la llamada 4T, estamos fuertes para enfrentar obstáculos externos,
sin considerar, que la popularidad alta está sostenida en los programas
sociales y si estos, no pueden sostenerse, significa una bomba de tiempo.
Valga como referencia lo sucedido
con Lula quien al terminar su segundo mandato en 2010 había logrado sacar de la
pobreza a 20 millones de brasileños, incluso, llevándolos a las clases medias
y, cuando vino la crisis económica, que amenazó con devolver a esos millones a
la situación de pobreza fueron, estos, los que alarmados pescaron el anzuelo
lanzado desde el Poder Judicial sobre la presunta corrupción en la dupla
Lula-Dilma Rousseff y llevaron, a que el primero fuera capturado y encarcelado
580 días en Curitiba, mientras, la segunda, tuvo que abandonar la presidencia.
En definitiva, la falta de
sinergia política entre Trump y Sheinbaum que se expresa en la descortesía es
el adelanto de lo que pagaremos todos por las decisiones que en nombre de todos
los mexicanos se han tomado y que no dio el sentido de los votos, menos,
transacciones con consejeros, magistrados y los Yunes.
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